ABIYÁN, domingo, 10 septiembre 2006 (ZENIT.org).- Existirán responsabilidades locales, pero es necesario comprender que todos los países tienen un «destino común», advierte el padre Giuglio Albanese –fundador de la Agencia Misionera «Misna»– tras el escándalo de vertidos de deshechos químicos en Costa de Marfil, que han costado la vida a tres personas –dos son niños– y la salud a 1.500.
El suceso provocó, el miércoles, la dimisión del gobierno marfileño a causa de las protestas populares.
El dicasterio misionero, a través de su órgano informativo «Fides», se ha hecho eco de la catástrofe ocasionada por los vertidos ilegales en el país, cuyas emanaciones están poniendo en jaque a la población de la capital económica y administrativa.
Fueron toneladas de productos químicos los que llegaron el 19 de agosto al puerto de Abiyán, en la nave Brobo Koala de bandera panameña. Cargadas en camiones, fueron arrojadas en la ciudad.
De acuerdo con testimonios locales, durante una treintena de horas diecinueve camiones iban y venían constantemente del barco a distintos puntos.
Se calcula que vertieron entre 400 y 1.000 toneladas de líquido en una zona de alta densidad de población de unos diez kilómetros cuadrados, arrojándolo en basureros, zanjas, desagües, donde se consiguiera hacerlo.
Hay concordancia en las afirmaciones de que los productos tóxicos –decapantes sulfurados, anhídrido sulfuroso, hidrógeno sulfurado– podrían proceder de Europa, y en la carta de embarque se precisaba que se trataba de residuos de alto riesgo, recoge «Fides».
Ésta añade que, según fuentes locales, en las manifestaciones de protesta se reclamaba saber cómo un barco rechazado por otros países pudo descargar impunemente su peligrosa carga en Abiyán, dónde han acabado exactamente los residuos tóxicos –pues sólo se han podido identificar algunos sitios-, los riesgos que corre la población, las medidas que se adoptarán para los miles de víctimas y qué indemnizaciones se les darán.
El jueves, en la emisora pontificia, el responsable de la comunidad salesiana local, el padre Lorenzo Campillo, describió: «Hace semanas que supimos que un barco con residuos tóxicos había entrado al puerto de Abiyán, con el permiso de las autoridades».
«De noche se descargaron productos químicos en la laguna. Esto suscitó fuertes reacciones. Hombres y mujeres que trabajan en la zona han tenido muchos problemas de salud. Las víctimas [mortales] son al menos tres. La población aún tiene miedo», lamentó.
«Los médicos refieren -añadió- que los enfermos tienen problemas respiratorios, cardíacos, sangre en oídos y nariz, trastornos intestinales: todas disfunciones que pueden incluso provocar la muerte».
El apoyo de la Iglesia local a los afectados se hizo a través de los dispensarios de las misiones, utilizados de emergencia; después se les trasladaba a los hospitales públicos, más preparados para su atención.
El suceso evidencia «un África que lamentablemente se está transformando en un auténtico basurero de nuestras infamias, de los derroches de los países ricos, de los países occidentales», denunció el sacerdote comboniano y periodista Giulio Albanese en los micrófonos de «Radio Vaticana».
Se trata de un aspecto que considera que no hay que perder de vista, aunque ciertamente «existen responsabilidades de los gobiernos y autoridades locales, que muchas veces no miran en África por el bien común y existe, por lo tanto, una corrupción desbordante».
La catástrofe señala un tema que es importante que se afronten seriamente en sede internacional, sugiere el padre Albanese. Y es que en las consecuencias de estos residuos, también «en esta aldea global, se quiera o no, todos tenemos un destino común», alerta.