ROMA, martes, 5 septiembre 2006 (ZENIT.org).- Juan Manuel Mora (San Fernando, España, 1957) es la persona que ha dirigido la comunicación del Opus Dei durante los últimos quince años desde Roma. Ahora deja su cargo para regresar a la Universidad de Navarra para trabajar en temas de comunicación institucional de la Universidad y colaborará con la Facultad de Comunicación, donde estudió la carrera, hizo su tesis doctoral y ahora es profesor asociado.

Este profesor continuará impartiendo clases en la Facultad de Comunicación Institucional de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz en Roma, de la cual es miembro promotor.

Mora será substituido en el cargo en Roma por Marc Carroggio, catalán, que hasta el momento se ocupaba de la relación con los medios de comunicación y es también profesor en la Facultad de Comunicación Institucional.

Zenit ha entrevistado a Juan Manuel Mora para profundizar en su visión del Opus Dei, esta institución de la Iglesia fundada por san Josemaría Escrivá de Balaguer en 1928.

Juan Manuel Mora revela los esfuerzos informativos «extraordinarios» que ha tenido que desarrollar el Opus Dei con la ofensiva del «Código da Vinci» y, entre otras cosas, apunta a cuales son, según su opinión, los secretos comunicativos de Benedicto XVI.

--En estos quince años al frente de la comunicación del Opus Dei, ¿piensa que ha mejorado la imagen de la Prelatura en el mundo?

--Mora: Durante estos quince años he visto a muchos miembros del Opus Dei hacer un gran esfuerzo de comunicación, que se ha manifestado entre otras cosas en la disponibilidad ante las peticiones de los periodistas.

No es fácil valorar los frutos de ese trabajo en términos de imagen, pero he comprobado que los periodistas aprecian mucho esa actitud. En todo caso, estoy convencido de que la realidad del Opus Dei es todavía mucho mejor que su imagen, y que hay mucho trabajo por delante hasta lograr que identidad e imagen coincidan.

--¿En qué sentido el fenómeno del «Código da Vinci» ha fortalecido al Opus Dei?

--Mora: Con motivo del «Código Da Vinci» ha sido necesario desarrollar un esfuerzo informativo extraordinario, exponer los fundamentos de la fe cristiana, de la Iglesia y del Opus Dei a muchas personas, de ambientes culturales muy diversos. Ese ejercicio de transparencia es una gran escuela, donde se aprende a buscar argumentos comprensibles, actitudes abiertas, palabras sencillas y claras que ayuden a expresar la realidad. Ese proceso representa una forma de maduración.

Por otra parte, desde un punto de vista cuantitativo, millones de personas han conocido el Opus Dei en estos meses pasados, y bastantes han mostrado interés por participar en sus actividades.

Además, numerosos periodistas han tomado contacto directo con la Oficina de prensa. Estos son también datos positivos, no porque aumenten la notoriedad del Opus Dei, sino más bien porque ayudan al mejor conocimiento de su mensaje.

--¿Qué le gustaría que sus alumnos captaran de la respuesta comunicativa del Opus Dei a las polémicas, ya sean las anteriores a la beatificación de Escrivá de Balaguer o las recientes del «Código da Vinci»?

--Mora: Quizá dos ideas. La primera, que la reacción ante una ofensa debe ser siempre una reacción respetuosa. No se puede responder a una descortesía con una descortesía. Es importante mantener siempre los principios que definen la propia identidad.

Y la segunda, que es preciso trabajar mucho y con paciencia. Decía Juan Pablo II que la labor de la Iglesia se nota en «los tiempos largos». En comunicación, los cambios importantes suelen ser lentos.

El resumen podría ser: paciencia, respeto, y trabajo, mucho trabajo.

--¿Qué querría que fuera la Facultad de Comunicación Institucional de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz en Roma para la Iglesia?

--Mora: Un lugar de reflexión donde futuros responsables de comunicación de instituciones de la Iglesia conozcan de forma ponderada el mundo de la comunicación, comprendan su dinámica y sean conscientes de que para participar en él hay que prepararse profesionalmente.

Y también un lugar donde periodistas que informan sobre temas religiosos conozcan mejor la Iglesia y se den cuenta de que –igual que en otros campos, como la ciencia, el derecho, la economía o incluso el deporte- para informar bien hay que especializarse. Ese mutuo conocimiento puede dar muchos frutos.

--Se dice que la Iglesia católica no comunica. ¿Cree que es una exageración?

--Mora: Es una exageración, si se mira al contexto: otras religiones, otras confesiones, tienen problemas de más entidad, por no citar países o empresas con graves problemas de incomunicación.

Pero me parece muy saludable el deseo de los católicos de comunicar más y mejor. Las instituciones de la Iglesia siempre pueden organizar de modo más profesional estos trabajos, con la finalidad de despertar una «nueva curiosidad» hacia la fe, como decía hace unos años el cardenal Ratzinger.

Pero la mejora no afecta exclusivamente a la jerarquía, ni es cuestión sólo de planes ni de técnicas. La comunicación de la fe se produce cuando se enciende una chispa en la inteligencia y en el corazón de quien trata a un cristiano, al comprobar que en la Iglesia se vive una experiencia de amor y libertad.

--¿En qué ocasiones recientes considera que el Vaticano ha ejercido una buena política de comunicación?

--Mora: Destacaría los acontecimientos relacionados con la enfermedad y fallecimiento de Juan Pablo II. Desde 1978, el Papa mantenía una relación abierta con los medios de comunicación, había decidido vivir en una «casa de cristal». En la hora de su última enfermedad, los deseos de Juan Pablo II fueron respetados.

Los periodistas dispusieron de información y tuvieron posibilidad de realizar numerosas retransmisiones en directo. En general los medios contaron aquellas dolorosas jornadas con gran respeto. Se produjo un efecto a la vez agregador y multiplicador.

Cientos de millones de personas pudieron acompañar al Papa en sus últimos momentos. No se recuerda un caso similar: nunca las grandes cadenas americanas de televisión habían dedicado tanto espacio a una retransmisión en directo.

Pienso que fue una lección inolvidable que nos dieron Juan Pablo II, los nueve mil periodistas que cubrieron el evento y las personas del Vaticano que tomaron las decisiones. Entre todos hicieron posible este milagro.

--¿Cuáles son los aspectos comunicativos que le parecen más interesante del Papa Benedicto XVI?

--Mora: Señalaría tres, que se refieren a los contenidos, al enfoque y al estilo.

El primer rasgo es la claridad de su mensaje. Razona de modo cristalino, no tiene miedo a plantearse todas las preguntas, y encuentra respuestas comprensibles.

El segundo es el enfoque positivo. Como acaba de explicar él mismo hace unos días a algunos periodistas alemanes, la Iglesia tiene un mensaje atractivo que proponer, no se reduce a un conjunto de prohibiciones. Comunicar el mensaje cristiano no equivale a condenar errores, sino a presentar propuestas en positivo.

Y por último, su estilo amable y suave. El interlocutor del Papa se sabe siempre respetado. Estos tres aspectos configuran un modo excelente de comunicar.

--¿Ha pensado en escribir sus memorias de estos años comunicativamente tan intensos en Roma?

--Mora: La verdad es que nunca se me ha pasado por la cabeza. Quizá porque se piensa en las memorias cuando algo ha terminado, y yo tengo más bien la sensación de que estamos asistiendo no al fin sino al comienzo de algo nuevo, por lo que se refiere a la comunicación en la Iglesia. Cada vez hay más personas que sienten un gran amor a la Iglesia y que a la vez cuentan con un profundo conocimiento del mundo de la comunicación.

Profesionales que han entendido que el mensaje religioso y la excelencia profesional no están reñidas, y promueven agencias de noticias, productoras de cine o de televisión, editoriales, y todo tipo de iniciativas.

Me parece observar un nuevo estilo, positivo y abierto. Si la intuición es acertada, quizá dentro de unos años será posible reunir un número mucho mayor de recuerdos interesantes.

--En pocas palabras, ¿qué mensaje tiene el Opus Dei para el mundo?

--Mora: El mensaje más específico es el de la santificación del trabajo. La convicción de que el trabajo, además de ser motor de progreso social y de desarrollo de la personalidad, es también lugar de maduración espiritual. A condición de que se trabaje con sentido cristiano, con honradez y espíritu de servicio.

En síntesis, santificar el trabajo significa impregnarlo de caridad. Ése es el núcleo de las enseñanzas de san Josemaría, que los miembros del Opus Dei, conscientes de sus limitaciones, pero confiados en la ayuda de Dios, procuran vivir y compartir.