MADRID, lunes, 16 octubre 2006 (ZENIT.org).- Andrés Ollero, Catedrático de Filosofía del derecho de la Universidad Rey Juan Carlos (Madrid) y miembro d la Junta Electoral Central española, después de hacer sido durante dieciocho años miembro del Congreso de los Diputados, acaba de publicar el libro «Bioderecho. Entre la vida y la muerte»(Thomson-Aranzadi 2006, 272 págs.).
–Aunque su libro se titula «Bioderecho», el capítulo inicial se titula «Bioética, bioderecho, biopolítica»…
–Andrés Ollero: En efecto. Al igual que moral y derecho, obligadamente relacionados, no se identifican tampoco bioderecho es lo mismo que bioética. A veces pienso que a Dios gracias, porque no falta en la bioética quien parezca dispuesto a convertirse en chica para todo, al servicio de los intereses de la biopolítica. Los juristas están muy marcados por un arraigado sentido de la responsabilidad y son más sensibles respecto a la repercusión social de presuntas soluciones de arte y ensayo.
–¿Qué problemas aborda el bioderecho?
–Andrés Ollero: Todos los relacionados con la vida humana, muy en primer lugar. Por ejemplo, el estatuto jurídico del embrión. No falta quien asuma desde la bioética que hay considerar como persona el fruto de la concepción; sin embargo, se ha escrito poco para mantener esa misma postura desde un punto de vista jurídico, que al final es el que acaba siendo decisivo. Hago mi propuesta al respecto, convencido de que será mejorable y con la esperanza de que no falte quien se anime a mejorarla…
–La eutanasia parece que es ahora lo que está en primera línea.
–Andrés Ollero: Existen auténticos grupos de presión dedicados al asunto. Buscan con lupa algún caso digno de compasión y lo exhiben de un modo poco respetuoso con la propia dignidad del afectado. Una vez más, bioética y bioderecho siguen su propio camino; desde el punto de vista ético ese tipo de montajes (película incluida) puede ser rentable, pero jurídicamente el problema tiene más que ver con el sucedido en un hospital madrileño, hoy «sub iudice», donde el número de muertos por sedaciones que algunos peritos consideran contraindicados ha producido alarma social. El derecho se ocupa de estos problemas de mayor impacto y no se permite subordinarlos a la compasiva solución de un caso particular.
–La mujer fue durante años la protagonista central de estos problemas, pero ahora apenas se habla de ella.
–Andrés Ollero: Es particularmente claro en lo relativo a la fecundación «in Vitro». Nadie invoca ya el presunto derecho a tener un hijo; ahora todo gira en torno a las promesas de curación de toda enfermedad preocupante. Lo llamativo es que la vida no nacida encontró todavía ciertos niveles de protección al contraponerse a los derechos de la mujer, al menos en el caso español entre otros. Sin embargo, algunos científicos y quienes les pagan sus fallidas investigaciones con células embrionarias no parecen admitir bromas; quien pretenda plantear la mínima frontera a su actividad será condenado a la hoguera en la plaza de la opinión pública. Mientras tanto, se sigue esperando pacientemente que aporten algún resultado comparable a los numerosos ya obtenidos con células adultas; pero ahí, por lo visto, no han invertido.
–¿Cuál es el mayor reto actual del bioderecho?
–Andrés Ollero: Evitar que ese mínimo ético que el derecho debe siempre garantizar, incluyendo la protección de todos los derechos humanos, se vea convertido en una ética mínima. Se propone, por ejemplo, que hay que uniformar la legislación de los países afines para evitar «paraísos bioéticos», pero la solución propuesta es igualar por abajo. Se rechaza éticamente, por ejemplo en Alemania, lo que se admite en otros países, pero es más difícil conformarse con una situación de inferioridad en los posibles resultados industriales de la biopolítica.