Benedicto XVI recuerda al padre Pío de Pietrelcina y su obra

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 31 octubre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI el 14 de octubre a una peregrinación de personas vinculadas a las obras del padre Pío de Pietrelcina.

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Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría me encuentro con vosotros en esta plaza en la que, en 1999 y en 2002, tuvieron lugar las memorables celebraciones de beatificación y canonización del padre Pío de Pietrelcina. Hoy habéis venido en gran número con ocasión del 50° aniversario de la que constituye una parte considerable de su obra: la Casa Alivio del sufrimiento. Os doy la bienvenida con afecto y os saludo cordialmente a cada uno: al arzobispo Umberto D’Ambrosio, al que agradezco sus amables palabras; a los frailes capuchinos del santuario y de la provincia; a los dirigentes, a los médicos, a los enfermeros y al personal del hospital; a los miembros de los Grupos de oración, provenientes de todas las partes de Italia y también de otros países; y a los peregrinos de la diócesis de Manfredonia-Vieste-San Giovanni Rotondo. Todos juntos formáis una gran familia espiritual, porque os reconocéis como hijos del padre Pío, un hombre sencillo, un «pobre fraile» ―como decía él― al que Dios encomendó el mensaje perenne de su Amor crucificado por toda la humanidad.

Los primeros herederos de su testimonio sois vosotros, queridos frailes capuchinos, que custodiáis el santuario de Santa María de las Gracias y la nueva gran iglesia dedicada a San Pío de Pietrelcina. Sois los principales animadores de esos lugares de gracia, meta de millones de peregrinos cada año. Estimulados y sostenidos por el ejemplo del padre Pío y por su intercesión, esforzaos por ser vosotros mismos sus imitadores para ayudar a todos a vivir una profunda experiencia espiritual, centrada en la contemplación de Cristo crucificado, revelador y mediador del amor misericordioso del Padre celestial.

Del corazón del padre Pío, ardiente de caridad, brotó la Casa Alivio del sufrimiento, que ya con su nombre manifiesta la idea inspiradora de la que surgió y el programa que pretende realizar. El padre Pío quiso llamarla «casa» para que el enfermo, especialmente el pobre, se sintiera a gusto en ella, acogido en un clima familiar, y para que en esta casa pudiera encontrar «alivio» en su sufrimiento. Alivio gracias a dos fuerzas convergentes: la oración y la ciencia.

Esta era la idea del fundador, y todos los que trabajan en el hospital deben tenerla siempre muy presente, haciéndola suya. La fe en Dios y la búsqueda científica cooperan al mismo fin, que se puede expresar del mejor modo con las palabras de Jesús mismo: «Para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). Sí, Dios es vida y quiere que el hombre se cure de toda enfermedad del cuerpo y del espíritu. Por eso Jesús curó incansablemente a enfermos, anunciando con su curación el reino de Dios ya cercano. Por el mismo motivo la Iglesia, gracias a los carismas de tantos santos y santas, ha prolongado y difundido a lo largo de los siglos este ministerio profético de Cristo, mediante innumerables iniciativas en el campo de la salud y del servicio a los que sufren.

Si la dimensión científica y tecnológica es propia del Hospital, la oración, en cambio, se extiende a toda la obra del padre Pío. Es el elemento, por decirlo así, transversal: el alma de toda iniciativa, la fuerza espiritual que lo mueve y orienta todo según el orden de la caridad que, en resumidas cuentas, es Dios mismo.

Dios es amor. Por eso el binomio fundamental que deseo volver a proponer a vuestra atención es el que está en el centro de mi encíclica: amor a Dios y amor al prójimo, oración y caridad (cf. Deus caritas est, 16-18). El padre Pío fue, ante todo, un «hombre de Dios». Desde niño se sintió llamado por él y respondió «con todo su corazón, con toda su alma y con toda su fuerza» (cf. Dt 6, 5). Así el amor divino pudo tomar posesión de su humilde persona y hacer de ella un instrumento elegido de sus designios de salvación.

¡Alabado sea Dios, que en todo tiempo escoge almas sencillas y generosas para realizar maravillas! (cf. Lc 1, 48-49). Todo en la Iglesia viene de Dios, y sin él nada puede mantenerse en pie. Las obras del padre Pío son un ejemplo extraordinario de esta verdad: la Casa Alivio se puede definir bien un «milagro». Humanamente, ¿quién podía pensar que junto al pequeño convento de San Giovanni Rotondo surgiría uno de los hospitales más grandes y modernos del sur de Italia? ¿Quién sino el hombre de Dios, que contempla la realidad con los ojos de la fe y con una gran esperanza, porque sabe que para Dios nada es imposible?

Por eso la fiesta de la Casa Alivio del sufrimiento es al mismo tiempo la fiesta de los Grupos de oración del padre Pío, es decir, de la parte de su obra que «llama» continuamente al corazón de Dios, como un ejército de intercesores y de reparadores, a fin de obtener las gracias necesarias para la Iglesia y para el mundo.

Queridos amigos de los Grupos de oración, vuestro origen se remonta al invierno de 1942, mientras la segunda guerra mundial asolaba Italia, Europa y el mundo. El 17 de febrero de aquel año, mi venerado predecesor el Papa Pío XII hizo un llamamiento al pueblo cristiano para que muchos se reunieran a orar juntos por la paz. El padre Pío impulsó a sus hijos espirituales a responder prontamente a la llamada del Vicario de Cristo. Así nacieron los Grupos de oración, y como centro organizativo tuvieron precisamente la Casa Alivio del sufrimiento, que aún estaba en construcción. Esta imagen sigue siendo un símbolo elocuente: la Obra del padre Pío como un gran «edificio en construcción», animado por la oración y destinado a la caridad activa.

Los Grupos de oración se han difundido en las parroquias, en los conventos, en los hospitales, y hoy son más de tres mil, esparcidos por todos los continentes. Vosotros, aquí hoy, sois una representación numerosa de ellos. La respuesta originaria dada al llamamiento del Papa ha marcado para siempre el carácter de vuestra «red» espiritual: vuestra oración, como reza el Estatuto, es «con la Iglesia, por la Iglesia y en la Iglesia» (Proemio), y se debe vivir siempre en plena adhesión al Magisterio, con una obediencia pronta al Papa y a los obispos, bajo la guía del presbítero nombrado por el obispo. El mismo Estatuto prescribe también un compromiso esencial de los Grupos de oración, es decir, la «caridad activa y operante para alivio de los que sufren y de los necesitados como actuación práctica del amor a Dios» (ib.). He aquí nuevamente el binomio oración y caridad, Dios y prójimo. El Evangelio no permite evasiones: quien se dirige al Dios de Jesucristo es impulsado a servir a los hermanos y, viceversa, quien se dedica a los pobres descubre en ellos el rostro misterioso de Dios.

Queridos amigos, el tiempo ha pasado, y ha llegado el momento de concluir. Deseo expresaros mi agradecimiento sincero por el apoyo que me dais con vuestra oración. Que el Señor os recompense. Al mismo tiempo, para la comunidad de trabajo de la Casa Alivio del sufrimiento pido la gracia especial de ser siempre fiel al espíritu y al proyecto del padre Pío. Encomiendo esta oración a la intercesión celestial del padre Pío y de la Virgen María.

Con estos sentimientos, os imparto de corazón a todos vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2006 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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