JERUSALÉN, sábado, 25 noviembre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del padre Pierbattista Pizzaballa, OFM, custodio de Tierra Santa, al intervenir en el Congreso Internacional de Comisarios de Tierra Santa que se celebra del 19 al 6 de noviembre en Jerusalén.
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Viendo el título de la presente relación están ya delineadas con claridad las líneas de mi intervención, que espero ayude a todos a comprender mejor el camino que ha hecho la Custodia en estos últimos años y las perspectivas que se ha dado para el futuro próximo.
Soy consciente que no se puede hablar de perspectivas, es decir, de futuro, si no se mira antes a la historia, a nuestras raíces. El desarrollo y el crecimiento tienen necesidad de raíces sólidas. Es éste también el planteamiento de la Orden, quien en la celebración del octavo centenario – en particular durante la celebración del Capítulo General – ha fundamentado toda discusión en torno al futuro de nuestra familia en una previa valoración histórica.
En conclusión, debemos sí mirar hacia delante, pero siendo siempre fieles y anclados a nuestra historia.
En el contexto del presente congreso tendremos ocasión de escuchar diversas intervenciones de carácter histórico y teológico, presentadas por personas mucho más competentes que el que os habla. Dejaré pues a ellos esta tarea, y me concentraré esencialmente en la realidad actual y en los desafíos que la Custodia tiene que afrontar. Intentaré mantener un carácter sobrio y puntual. Por exigencias de tiempo, no podré alargarme mucho en el análisis de los diversos argumentos tratados y me limitaré a una breve presentación de ellos.
Deberé ser también consciente de que no hablo a los religiosos de la Custodia, sino a los Comisarios de Tierra Santa de todo el mundo; por pondré el acento en aquellos aspectos que, según mi opinión, son importante para a todos a desarrollas lo mejor posible vuestro preciosa misión.
Realidades actuales
Antes de adentrarme en los desafíos que tenemos ante nosotros, permitidme que presente brevemente la realidad actual de la Custodia de Tierra Santa.
Actualmente somos 307 religiosos, provenientes de treinta naciones diversas, distribuidos en 59 casas esparcidas por 12 países diversos, principalmente en el Medio Oriente. La edad media es de 53,7 años. Los campos de trabajo son siempre los mismos, desde hace siglos: recuperación y custodia de los Santos Lugares de nuestra Redención, animación de las peregrinaciones de todo el mundo, apoyo y animación de las iglesias locales (parroquias), educación (escuelas), apoyo a la población cristiana, diálogo y condivisión con las otras comunidades no católicas y no cristianas.
Para entender mejor nuestro modo de presencia y de actividad, es importante también tomar en consideración el contexto social, religioso, político y eclesial en el cual estamos llamados a trabajar:
La Custodia trabaja en un contextos eclesial único. Duramente muchos siglos hemos sido los únicos protagonistas, en el ámbito del catolicismo, de la vida eclesial de Tierra Santa. Hoy estamos inseridos en un contexto abigarrado, coloreado y pluriforme. Gracias a la actividad y a la grandeza de miras de los franciscanos de los siglos pasados, se ha reorganizado en Tierra Santa una Iglesia local sólida y compuesta al mismo tiempo: además de los latinos, están presentes los melvitas (que constituyen la mayoría de los católicos), los armenios católicos, sirios católicos, etc. Aún hoy la Custodia es un punto de referencia imprescindible para la vida de estas iglesias, aunque hay que decir que nuestro campo de acción se expresa principalmente en el ámbito del rito latino.
Además de estar insertados y constituir un apoyo esencial en la vida de las iglesias locales, es también misión de la Custodia – si no la principal – mantener vivos, en esta Tierra tan especial, el perfil y la vocación universal de la Iglesia y de los Santos Lugares, que son patrimonio irrenunciable de todos. Nuestra internacionalidad y el lazo de unión con la Sede Apostólica son tradicionalmente una garantía del perfil universal que estos Lugares deben conservar aún más que en el pasado.
La Custodia, por su naturaleza, no ha sido nunca una entidad independiente, tanto en el contexto de la Orden como en el de la Iglesia. Para nosotros ha sido siempre claro que nuestra presencia y nuestra misión dependen aún hoy de la unión estrecha e imprescindible con toda la Orden y con la Iglesia. También desde el punto de vista jurídico, Tierra Santa era y en cierto modo lo sigue siendo una entidad dependiente directamente de la Orden y de la Sede Apostólica. Esta visión universal, por tanto, se nota no sólo por la internacionalidad de sus componentes, sino también por las relaciones y por los lazos que la Custodia ha mantenido siempre con las realidades religiosas y civiles del mundo. Estamos en los Santos Lugares y con la gente en nombre de la Iglesia y no por nuestra cuenta. Si toda la Iglesia mira a Tierra Santa como a la Iglesia Madre, es también verdad que la Iglesia Madre, Tierra Santa, debe mirar a toda la Iglesia. Los Comisarios de Tierra Santa fueron creados precisamente para facilitar y hacer realidad tal unión. Ellos son – deberían ser – el puente de unión entre nosotros y las provincias de la Orden y las Iglesias locales esparcidas por todo el mundo.
«Ser garante» de los Lugares de la Cristiandad no significa sólo trazar los confines que ayudan a conservar intacto el patrimonio de testimonios que se conserva aquí, sino también vivificar estas piedras, hacer que hablen al corazón y a la mente de todos los que realizan la peregrinación a Tierra Santa, ayudar a ir más allá de las piedras para llegar a la fe que las transforma en queridas. El estudio de nuestro arqueólogos, la oración de nuestros hermanos, el servicio humilde del cuidado y de la limpieza, la acogida e la guía de los encargados de lo Santuarios, el decoro de nuestros albergues para peregrinos, el constante e fatigoso aggiornamento de los Institutos y de las Escuelas de especialización bíblica, el servicio litúrgico… todo concurre a lo que se suele llamar «la gracia de los Santos Lugares». No podemos bajar la guardia; al contrario, tenemos el deber de usar nuestra fantasía, inventar, adaptar, descubrir todo lo que puede ser útil para un «turismo de masas» que se encuentra ante una realidad diversa, porque esta es tierra de peregrinación más que tierra de vacaciones. Los Santos Lugares cuidados por la Custodia deben seguir siendo testimonio de devoción, de fe, de trabajo; son meta de peregrinación de gente que llega aquí desde todo el mundo; tienen necesidad de cuidado, de manutención, y sobre todo de ser vivificados por la oración, de ser lugares en los que se ora, se lee y se escucha la Palabra de Dios. A aquellos nuestros antiguos hermanos que recitaban el Oficio, han seguido, y si Dios quiere, seguirán aún hermanos capaces de transformar – con la oración – los Santos Lugares en Lugares de santificación, para que ninguno que venga como peregrino a Tierra Santa se marche de aquí sin haber sido tocado por la Gracia que cada Santuario encierra y reparte.
Vivimos en un contexto religioso especial. Desde hace siglos los franciscanos conviven y se expresan en un contesto cristiano único. No creo que haya otros lugares en el mundo donde convivamos literalmente con los hermanos de las iglesias ortodoxas, con las cuales hemos desarrolla, a pesar de todo, una relación de estima y de amistad fraterna. No faltan ciertamente las incomprensiones, pero tampoco las colaboraciones. El nuestro, como se suele decir, no es un diálogo sobre principios de la fe, sino un diálogo de «condominio», es decir de realidades que conviven y participan en la misma vida.
Discurso análogo vale para las otras religiones monoteístas. Desde hace siglos nuestros h
ermanos han desarrollado relaciones con el Islam. Estoy seguro que Fr. Artemio os hablará de cómo fueron precisamente los franciscanos además de ser los primeros constructores de escuelas en absoluto en todo el Medio Oriente, han sido también los primeros en abrirlas a los fieles musulmanes, con los cuales – junto a momentos de grande tensión y persecución – hay una relación de convivencia plurisecular. Recientemente tampoco con el judaísmo, que ha vuelto con fuerza aquí en Tierra Santa, faltan los campos de colaboración, especialmente a nivel cultural y arqueológico.
Estamos, hay que decirlo también, en el corazón de un conflicto político y religioso que se alarga desde hace años y que de hecho la desgarrado la vida de todos los habitantes de los países en los que nos encontramos. Para ser sinceros, si uno mira la historia de esta tierra, descubre que el conflicto no es una novedad de estos años. Si ha habido una localidad en este mundo que haya sido violentada repetidamente durante siglos ha sido precisamente Tierra Santa. El conflicto con sus consecuencias (actitud de oposición, sospecha, rechazo, etc.) no es sólo pues una situación, sino que se ha convertido en una mentalidad que caracteriza la vida de este País.
Los Frailes Menores de Tierra Santa están insertados en todas estas realidad; podríamos decir que son estas realidades. Sin querer pecar de presunción, no es posible hoy hablar de Tierra Santa cristiana sin tomar en consideración el papel que la Custodia ha jugado durante siglos y que sigue jugando.
Concluyendo esta primera parte de mi intervención, quiero subrayar un último aspecto, que personalmente considero el más importante de todos. Hacemos sí tantas cosas, los contextos en el que trabajamos son únicos, pero pienso que sea un debe reafirmar que históricamente nuestra principal actividad ha sido «simplemente» estar en Tierra Santa. Hemos hecho mucho durante los siglos y aún hoy seguimos haciendo mucho, pero la cosa más importante de todas ha sido y es aún «estar aquí», simplemente. En una Tierra donde ser cristianos no es un derecho, sino que se es simplemente tolerado, a veces perseguido, el estar aquí a pesar de todo, en nombre de la Iglesia en estos Lugares que han dado testimonio de la historia de la revelación, es y sigue siendo nuestra vocación principal. A veces, también dentro de la Iglesia, se puede estar tentados de tener una mentalidad productiva: ¿Qué hacéis? ¿Qué produce vuestra presencia en el campo pastoral? ¿A qué sirven estos Lugares? ¿Sois guardianes de museos? ¿Qué hacéis para dar una solución al problema del conflicto? ¿Qué hacéis por la paz, por el ecumenismo, etc.? Son preguntas que nos hacen continuamente que – al menos en mi caso – me producen irritación.
Mi respuesta – nuestra respuesta – es siempre la misma: nuestra vocación es ante todo testimoniara con fidelidad una Presencia, estando aquí, simplemente, orando en bien y con toda la Iglesia y estando con sencillez franciscana en el corazón de la vida de la Iglesia, en el corazón del conflicto, en el corazón del mundo, si me lo consentís, e intentando también hacer lo que la Providencia nos hace hacer.
Tierra Santa forma parte del carisma de la Orden. No hay Greccio sin Belén o La Verna sin el Calvario. La Encarnación de Cristo, cuyos pregoneros somos nosotros, presupone también un lazo de unión con esta Tierra.
Los desafíos
Desde siempre ésta es nuestra realidad y desde siempre esta realidad ha sido un desafío continuo. Si los campos de trabajo han sido siempre los mismos, las modalidades y los instrumentos con los que hay que trabajar deben necesariamente adaptarse.
Permitidme pues presentaros someramente algunos desafíos y sacar a continuación algunas conclusiones.
Los Santos Lugares son hoy meta continuada de peregrinaciones, a pesar de los paréntesis ( a veces largos) de silencio causados por el conflicto en curso. Estamos ante un verdadero y real fenómenos de masas. Nuestra presencia en los Santos Lugares no puede limitarse a «mantener» los lugares para facilitar el acceso a ellos. En un contexto político y religioso, a menudo muy hostil, el acceso no está ciertamente garantizado, pero no puede ser ciertamente nuestra única labor. Los Santos Lugares deben, además de ser «cuidados», deben ser también animados. En los Lugares llamados del «Status Quo» hay desde siempre formas de oración litúrgica que caracterizan la vida de esos Lugares. Hemos comenzado una forma inicial también en otros Santuarios, especialmente en Nazaret (procesión mariana) y en Getsemaní (hora santa), que permite a los peregrinos y a los cristianos locales «gustar» estos lugares no sólo con una visita fugaz, sino parándose a rezar juntos. Son formas de animación que ciertamente deben perfeccionarse en un futuro y que deberían extenderse también a todos Santuarios.
Las peregrinaciones constituyen un aspecto constitutivo de nuestra historia. Las bibliotecas y los archivos conservan testimonios históricos excepcionales de cómo los Franciscanos se hicieron promotores a lo largo de los siglos de las peregrinaciones, de los itinerarios de las peregrinaciones, de los testimonios y crónicas de gran valor. Actualmente las peregrinaciones guiadas por los franciscanos se han reducido al mínimo y constituyen una gota en el panorama de las peregrinaciones provenientes de todo el mundo. Además hay que constatar con amargura que los franciscanos que en la Custodia se ocupan de las peregrinaciones son ya poquísimos. Ciertamente que no podemos compararnos con las grandes agencias, aún católicas, ricas de medios y de estructuras, pero sí tenemos que preguntarnos si no es posible hacer más y mejor en un contexto que es tan esencial para nosotros. Podríamos preguntarnos también, si, no pudiendo contar con la cantidad a causa de las pocos recursos disponibles, podríamos cualificar y caracterizar mejor nuestras peregrinaciones.
La información y la ilustración de Tierra Santa son otro aspecto que exige nuestra atención y revisión. El lazo de unión y la relación que la Custodia ha tenido siempre y que sigue teniendo tienen ante todo la finalidad e informar y de tener informada a toda la Iglesia sobre la realidad de Tierra Santa.
La información y la ilustración de Tierra Santa son otro aspecto que exige nuestra atención y revisión. El lazo de unión y la relación que la Custodia ha tenido siempre y que mantiene tienen ante la finalidad de informar y mantener informada la iglesia entera sobre la realidad de Tierra Santa. En este Congreso habrá un tiempo dedicado expresamente a la información, por lo que no me alargaré ahora sobre este tema. El desafío que se nos presenta hoy ante nosotros, en un mundo cada vez más informatizado, es el de lograr transmitir a cuantas más personas posibles el conocimiento de esta realidad imprescindible para la vida de la iglesia. También en este campo han tenido un papel muy importante en el pasado los Comisarios de Tierra Santa. Hoy este aspecto parece ser menos decisivo.
N podemos además dejar a un lado el tema de los recursos económicos que consientes a los franciscanos de Tierra Santa de realizar su misión. También sobre ello habrá sesiones ad hoc durante el Congreso. Ahora quieto subrayar che nuestro único recurso es también actualmente la Colecta del Viernes Santo. En el mundo occidental, a excepción quizás de Estados Unidos, se tiene cada vez menos conciencia de la importancia y del significado de esta colecta. Hay además que tomar en consideración que el proceso continuo de secularización en acto en los países occidentales está poco a poco resquebrajando este recurso. El desafío está en la necesidad de diversificar las fuentes de sustento de la vida de la Custodia por una parte, y de sensibilizar cada vez más y mejor en lo que se refiere a esta colecta, garantizando cada vez más la necesaria transparencia en la contabilidad. Bajo este aspecto el papel del Comisario de
Tierra Santa es aún imprescindible. En los días que vienen tendré ocasión de presentar algunos de los graves problemas que están surgiendo sobre este tema.
Otro aspecto fundamental de nuestra presencia se refiere al diálogo con las religiones y las culturas del lugar. Todos estamos de acuerdo que Tierra Santa es el lugar del diálogo, a pesar de los muros o quizás precisamente a causa de los muros (reales y psicológicos), entre las diversas componentes religiosas y sociales. La Orden ha hecho del diálogo un elemento esencial de la propia existencia. Pero el diálogo exige preparación, estudio, inversiones en las personas, disponibilidad, apertura…. Tenemos necesidad de religiosos serios, dispuestos a investir en este campo y que nos ayuden a dialogar seriamente, más allá de pacifismos superficiales o anatemas, con las diversas culturas en las que nos encontramos. Por otra parte estoy convencido que en la Custodia la Orden y la Iglesia tienen un tesoro formidable, que no se conoce suficientemente.
Pero el reto, a mi modo de ver más serio, se refiere a la relación en la Custodia y las Provincias de la Orden, los Comisarios y las Iglesias locales.
Como he afirmado anteriormente no hay Custodia sin esta estrecha conexión, que hoy parece estar en crisis.
Permitidme ahora algunas provocaciones que os propongo sin ningún deseo de polemizar, con la sola finalidad de iniciar una discusión que en estos días pueda ayudarnos a tomar conciencia de la realidad actual.
Nuestro lazo de unión principal con las Iglesias particulares del mundo pasaba y pasa aún a través de los Comisarios de Tierra Santa, con la mayor parte de los cuales no logramos sin embargo estar en contacto. Algunos (¿muchos?) de vosotros están aquí por la primera vez, no tienen por tanto experiencia directa de la realidad para la cual han sido llamados a trabajar. Al preparar este Congreso e ir llamando a los Comisarios uno a uno, nos hemos dado cuenta que algunos hasta habían muerto hace años, sin que nosotros supiéramos nada. Se tiene a veces la impresión de que el Comisario sea una especie de funcionario, cuya finalidad es simplemente recoger el impuesto anual y transmitirlo, casi siempre, a Jerusalén.
La falta de controles también financieros ha sido a menudo origen de tantas polémicas entre las Iglesias locales, Provinciales, etc.
El Comisario debe sin lugar a dudas recoger recursos para Tierra Santa, pero debe también animar, informar y encontrar especialmente a los obispos, animar las iglesias y parroquias, etc. etc. El Comisario tiene una ocasión única de encuentro y de diálogo con las diversas realidades eclesiales locales, que se desarrollan en torno a la Palabra de Dios y a la Tierra que la ha originado. Se trata de una actividad totalmente en línea con la tradición franciscana. Por desgracia en no pocas Provincias su misión viene considerada a menudo como una actividad «extra-provincial» y el Comisario como un religioso «que ha sido robado» a las necesidades de la Provincia.
En los Países occidentales, en grave crisis vocacional, los Comisarios están desapareciendo (Canadá, Bélgica, Alemania, Francia, etc.). En muchos de estos países, tradicionalmente ligados a la vida de la Custodia, se están alentando los lazos y el apoyo que empobrecen nuestra presencia aquí. Repito que no pienso sólo a la aportación económica, sino a aquella combinación de iniciativas, de lazos de unión, de relaciones que, a través de los Comisarios, han tenido tradicionalmente la Custodia y Tierra Santa. Recorriendo la Custodia encontraréis ornamentos litúrgicos, altares, vidrieras, imágenes, casas, estructuras, etc. construías o hechas llegar por medio de las iniciativas de tantos de estas Comisarías que ahora están desapareciendo.
A veces el Comisario está también encargado de muchos otros oficios provinciales (párroco, guardián, etc.), lo que hace objetivamente difícil que pueda tener su libertad de movimiento y su actividad de animación.
Me doy cuenta que en las Provincias con poco personal un Provincial no puede comportarse de otro modo y creo que por eso el Comisario será, por desgracia, la última de sus preocupaciones.
Todo esto, sin embargo, nos obliga a hacer una reflexión seria sobre el futuro de esta figura, que es central para todos nosotros en la Custodia.
¿Cómo reavivar las relaciones entre la Custodia y los Comisarios, aún lo que están más lejanos? ¿Cómo sensibilizar a los Provinciales y a las Provincias en general sobre la importancia del papel del Comisario de Tierra Santa?
¿Qué tipo de relaciones deben existir entre el Comisario, Custodia y Provincial?
¿Por qué nos cuesta tanto hoy sensibilizar a los obispos y a las Iglesias locales?
¿Qué iniciativas podemos emprender para superar el serio problema de la crisis de vocaciones y la consiguiente desaparición de muchos Comisarios? ¿Podemos implicar a los laicos en esta actividad? En el caso afirmativo, ¿cómo podremos mantener el carácter franciscano?
En las realidades más difíciles, ¿sería posible hablar de Comisario no ya como un oficio provincial, sino como expresión de la Conferencia de Ministros Provinciales?
¿Qué características debe tener un Comisario hoy? ¿Qué es lo que falta o es débil en el actual proceso de comunicación entre la Custodia y los Comisarios, o viceversa? ¿Las formas tradicionales de comunicación pueden ser completadas con formas nuevas de comunicación? ¿Cuáles?
¿Por qué la actividad del Comisario es considerada generalmente una actividad para ancianos? ¿Qué podemos hacer para cambiar esta opinión?
Por otra parte, ¿qué esperan los Comisarios de la Custodia para desarrollar con fruto su actividad?
¿Cómo puede la Custodia más eficazmente hacer partícipes a los Comisarios de las necesidades y de los retos siempre nuevos que la interpelan, para que ellos sean sus portavoces en las realidades locales? ¿Cómo, a través de la labor de los Comisarios, las comunidades eclesiales locales podrán sentir como propias la acción y la misión de Tierra Santa?
¿Se podrían inventar y realizar proyectos comunes de intervención (para los santuarios, la pastoral, la educación, las obras sociales), de modo que sean apoyados con la colaboración de las realidades eclesiales locales? ¿Qué es lo pueden hacer los Comisarios en esta dirección? ¿Con qué medios concretos?
Muchos otros interrogantes se pueden añadir a esta lista. A muchos de estos les serán dadas res-puestas concretas durante el Congreso, gracias a vuestra condivisión que, estoy seguro, será como siempre generosa, fructuosa y fecunda porque estará basada en la verdad. Probablemente surgirán también problemáticas inéditas y otros temas de discusión. Bienvenidos sean: estamos aquí, después de 37 años, para confrontarnos de nuevo, condividir y crecer. Para ver con serenidad, con la mirada de la fe, la realidad actual y el camino hecho. Para construir juntos, a partir de la experiencia común y con bríos renovados nuestra vocación común de fidelidad y servicio a estos Lugares, a esta Tierra y a esta Iglesia. La vocación especial de la Custodia de Tierra Santa es la vocación específica de cada uno de vosotros. Vosotros sois la emanación del mensaje de Tierra Santa en cada uno de los países del mundo entero en los que está presente la Orden. Vosotros sois como la raíces del árbol que llegan a las partes más escondidas de la tierra. Si las raíces se secaran o dejaran de buscar con insistencia las fuentes vitales, sus ramas no podrían producir ningún fruto y todo el árbol estaría destinado a caer. A veces el trabajo del Comisario, con su ayuda y con su apoyo, permanece escondido como una raíz, pero la raíz sabe que los frutos en la luz, aquí en Tierra Santa, le pertenecen.
Traducción fr. Artemio Vítores, OFM