COIRA, domingo, 10 diciembre 2006 (ZENIT.org).- Las palabras que el Papa Benedicto XVI nos ha dirigido a los obispos suizos en nuestra visita “ad limina” resuenan continuamente en mi mente. El hecho de que, en Europa occidental, el hombre no tenga ya la percepción de lo divino “porque el órgano adecuado para ello se ha vuelto árido”, es más que una simple conjetura. Por ello es comprensible que el Santo Padre considere deber suyo y nuestro decir todavía: “Debemos ayudar a la gente a sentir de nuevo el gusto de Dios”.
Adviento es el tiempo adecuado. Los cristianos desean un Adviento de recogimiento. Es siempre bueno introducir una pausa, tomar un poco distancia de lo cotidiano con sus preocupaciones y sus alegrías y reflexionar, solos o con otros, sobre cómo mejorar en la familia, en el trabajo o en el círculo de amigos. Pero el significado más profundo del Adviento es sin embargo el encuentro con Dios.
Los jóvenes que se preparan a la Confirmación preguntan a menudo al obispo cuál es su imagen de Dios. Ellos mismos hablan espontáneamente de algo más elevado, de una fuerza espiritual que quizá existe o a la que uno se puede dirigir en los momentos difíciles. La respuesta que yo doy es ciertamente la profesión de fe de la Iglesia o un intento de anunciar el Evangelio. Para superar el individualismo, perceptible no sólo entre los jóvenes, el Papa Benedicto ha subrayado en su discurso que “no podemos inventar nosotros mismos la fe componiéndola con piezas ‘sostenibles’ sino que (…) creemos junto a la Iglesia”.
En este tiempo de Adviento, no somos sólo fieles de la Iglesia, sino que con la Iglesia esperamos, en la Iglesia anhelamos, la Iglesia habla desde nuestros corazones, cuando antes de Navidad clama con ansia: “¡Ven Señor Jesús!”.
¿Por qué viene Jesús? ¿Qué significa que Él viene cada año? ¿Está ligado a la Navidad el hecho de que el hijo de Dios hecho hombre volverá al final de los tiempos como juez? ¿Y cómo debe llegar esto a ser un contenido de mi fe y de mi esperanza?
Llegar a ser partícipe de la esperanza es un don de su misericordia. Nosotros podemos sólo invocar su misericordia. Pero todo esto nos afecta sólo si el órgano capaz de percibir lo divino no se ha vuelto árido en nosotros. Aunque también la recuperación de este órgano sólo puede ser un don. Haría falta que pidiéramos los unos por los otros este don.
Sólo quien se quiere dejar implicar puede rezar: “Ven Señor Jesús”. Un joven cristiano me ha escrito estas pocas palabras: “No voy mucho a la iglesia, pero considero que habría que tener un cierto afecto por la propia fe”. Quien piensa así, puede sentir lo divino, puede sentir la Navidad y comprender lo que significa.
[El autor es obispo de Coira y presidente de la Conferencia Episcopal Suiza]