CAMPRODON, viernes, 15 diciembre 2006 (ZENIT.org).- En un pueblo del prepirineo catalán, Camprodon (Gerona, España), la asociación católica de fieles llamada Seminario del Pueblo de Dios lleva a cabo una experiencia monástica para jóvenes laicos, chicos y chicas, en un ambiente de oración, estudio, trabajo y fraternidad.

Zenit ha querido que dos de los impulsores expliquen esta iniciativa y ha entrevistado al padre Francesc Boquera y a Gloria Torres, miembros en España de la asociación católica de fieles Seminario del Pueblo de Dios (www.spdd.org)

El Seminario del Pueblo de Dios fue iniciado por el laico Francesc Casanovas (1938-2002) en el arzobispado de Barcelona, en el año 1969. La institución, nacida como Escuela de Formación al servicio de la Iglesia diocesana, se encuentra presente en diversos lugares de España, y también en Alemania y Colombia. Sus miembros, aproximadamente un centenar, son laicos célibes, presbíteros, diáconos y matrimonios.

Zenit ha hablado con los responsables de esta experiencia eclesial: un presbítero de la diócesis de Barcelona, Francesc Boqueras, y Gloria Torres, laica y primer miembro femenino del Seminario del Pueblo de Dios.

--¿Cómo surgió la idea de organizar, en períodos de dos años, una experiencia formativa para chicos y chicas, arraigada en la tradición monástica?

--Boqueras y Torres: Existen jóvenes con sed de Dios y deseo de un seguimiento radical del Maestro, pero es importante que, antes de inclinarse por una misión concreta en la Iglesia, descubran las exigencias de su consagración bautismal en un ambiente comunitario, donde la vida de oración y de donación a los demás les configure de manera definitiva.

La idea de una vida monástica como una etapa formativa para los laicos la promovió nuestro fundador, Francesc Casanovas. Él tuvo la inquietud de buscar la síntesis entre la rica tradición monástica de Occidente y el estilo laical de los jóvenes de hoy.

De hecho, esta Escuela ha nacido como núcleo de un más amplio proceso formativo llevado a cabo por el Seminario del Pueblo de Dios, que normalmente engloba una etapa previa introductoria, llamada catecumenal, i una etapa posterior, llamada vocacional o misional, donde la persona se orienta definitivamente hacia una misión eclesial.

--¿Estamos ante un «ora et labora» moderno?

--Boqueras y Torres: Diríamos que el ritmo diario contiene los elementos básicos del clásico «ora et labora». A su vez, reafirmamos mucho la convivencia familiar y el ambiente festivo.

El silencio ocupa los momentos centrales de la actividad diaria. Cada semana se imparten cursillos sobre diferentes materias, tanto en la dimensión teológica como humanística.

No se descuida el paseo por el campo, el deporte, y la comunicación interpersonal donde ir descubriendo la acción de Dios en cada uno de sus componentes, bajo la llamada a vivir unidos en el Señor.

También se cuida con esmero la celebración de la Liturgia de las Horas y la Eucaristía. Y la mayoría de fines de semana el peculiar monasterio abre sus puertas a todos aquellos que deseen compartir su vivencia.

--¿Cómo es posible armonizar la vida monástica con el talante secular de los jóvenes?

--Boqueras y Torres: En la Iglesia los estados de vida confluyen en la consagración bautismal, estado base del seguimiento de Cristo.

No existe en la Iglesia confrontación entre laico y consagrado, sino más bien armonía y complemento; más que remarcar las fronteras entre los diferentes ámbitos, intentamos buscar la máxima comunión y enriquecimiento mutuo.

En este sentido, querríamos poner de relieve la dimensión laical subyacente a los orígenes del monacato.

De hecho, los monjes, inicialmente, eran cristianos inquietos, básicamente laicos, hombres y mujeres, que buscaban en la vida retirada de los primeros cenobios aquella radicalidad o frescor del Evangelio que se fue relajando en las ciudades.

Tal vez hoy debamos ofrecer nuevamente a todo el Pueblo de Dios los valores que los monasterios han protegido y custodiado durante siglos, y que siguen hoy cultivando fructíferamente. Valores que, en definitiva, son patrimonio de la Iglesia, Pueblo de Dios.

--¿Mantenéis algún vínculo con otros monasterios cercanos?

--Boqueras y Torres: Un vínculo de comunión e intercambio lo mantenemos vivo y siempre actual, aunque no se trata de un vínculo institucional.

De hecho, nuestro vínculo de comunión es con el obispo diocesano. Y este es otro aspecto que, a nuestro entender, es de suma importancia: el retorno a la configuración de la diócesis, con todos sus carismas, entorno a su obispo, tal y como se profundiza hoy en la eclesiología de comunión.

En último término, el «abad» de nuestro monasterio es el pastor diocesano. Así queremos poner de relieve el tesoro precioso que se esconde en el redescubrimiento de la Iglesia local por parte del Concilio Vaticano II.

--¿Por qué hombres y mujeres?

--Boqueras y Torres: Detrás de esta experiencia, digamos mixta en la comunión y distinción, existe una cierta antropología que se funda en el tema de la «Imago Dei». Juan Pablo II dice en sus catequesis sobre el cuerpo humano: «El hombre se ha convertido en ‘imagen y semejanza’ de Dios no sólo a través de la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas que el hombre y la mujer forman desde el principio.

El hombre se convierte en imagen de Dios, no tanto en el momento de la soledad, cuanto en el momento de la comunión».

También desde nuestra sencilla experiencia monástica nos parece constatar que en la historia de la Iglesia la relación hombre-mujer, tanto en la virginidad como en el matrimonio, no sólo no es un obstáculo para la espiritualidad, sino condición de posibilidad para poder expresar una espiritualidad al estilo humano del Verbo encarnado.