JAFFNA/COLOMBO, domingo, 25 febrero 2007 (ZENIT.org).- A los seis meses de su desaparición, una Comisión especial de investigación sobre abusos de los derechos humanos, instituida por el presidente de Sri Lanka, introducirá entre sus objetivos el caso del sacerdote católico de 34 años Thiruchelvam Nihal Jim Brown.
Fue el pasado 20 de agosto la última vez se vio, en una zona completamente controlada por la Marina militar del país, al padre Brown de Thiruchelvam y a su acompañante, Wenceslaus Vimalathas -de 40 años, padre de cinco hijos-, en Allapiddy, Kyats.
La desaparición se denunció enseguida en círculos internacionales. Se sucedieron numerosos llamamientos por parte de líderes eclesiásticos y organizaciones a favor de los derechos humanos, si bien las autoridades del país asiático mostraban pasividad sobre la suerte de los dos católicos.
El nuncio apostólico en Sri Lanka, monseñor Mario Zenari, ha seguido en primera persona el suceso, visitando a los familiares de los dos católicos e informando al propio Papa, «visiblemente afectado por la triste noticia», según cita el martes la agencia del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras «AsiaNews.it».
A ésta declaró: «Mahinda Samarasinghe, ministro para Gestión de Desastres y los Derechos Humanos, me ha asegurado que el caso del padre Jim se presentará al examen de una Comisión especial de investigación deseada por el presidente [Mahinda] Rajapakse».
«Las autoridades con las que estoy en contacto han mostrado voluntad y preocupación personal por el suceso. Esperamos conocer la verdad en los próximos meses», añadió.
Recuerda la agencia del PIME que, el año pasado, Rajapakse estableció la formación de una Comisión especial para investigar desapariciones, secuestros, asesinatos y otras frecuentes violaciones de los derechos humanos en su país.
El organismo –al que hacen seguimiento observadores internacionales- inició su labor hace pocos días con el homicidio del ministro tamil de Asuntos Exteriores, Lakshman Kadirgamar -perpetrado en agosto de 2005-, con la masacre de 17 miembros de la ONG «Acción contra el Hambre», en agosto sucesivo, y el asesinato de algunos civiles musulmanes en la ciudad oriental de Muttur.
El obispo de Jaffna, monseñor Thomas Savundaranayagam, ha anticipado a «AsiaNews.it» que los casos del padre Brown y Vimalathas ocuparán el sexto lugar en investigación. Las indagaciones de la policía proceden, pero muy lentamente. El propio prelado ha sido llamado a declarar solamente hace poco más de una semana.
El 20 de febrero, para recordar al padre Bronw al medio año de su desaparición, se ofrecieron misas en varios puntos del país, donde los parroquianos del sacerdote han hallado refugio de la guerra.
Sólo en la península de Jaffna –asediada y aislada por el fuego entre las partes contendientes-, desde el pasado agosto la cifra de desaparecidos es superior a 600, según fuentes de la sociedad civil citadas por la agencia del PIME. Tales desapariciones se atribuyen a grupos paramilitares que actúan en colaboración con las fuerzas de seguridad.
El jueves se cumplieron cinco años de la firma del acuerdo del «alto el fuego» entre el gobierno de Sri Lanka y los rebeldes separatistas tamiles (LTTE, «Tigres para la Liberación de la Patria Tamil»).
El combate de los LTTE por la independencia en el norte y el este del país estalló en 1983. El resultado: entre 60 mil y 80 mil muertos, un millón de desplazados y un extenso daño a hogares e infraestructuras públicas, además del recelo entre diferentes etnias y comunidades religiosas.
El enfrentamiento entre cingaleses -la mayoría de religión budista- y la minoría tamil -hinduistas-, que sumió a la pequeña isla del subcontinente indio en dos décadas de guerra civil, prosiguió hasta la firma del citado acuerdo, pero las violaciones del mismo se suceden se suceden.
Desde finales de 2005, momento del recrudecimiento del conflicto, se calcula que han muerto cuatro mil personas.
«La guerra ha creado barreras en el país; se trata de una trágica realidad», describió en nuncio apostólico a la agencia del PIME.
«Tras el maremoto, la población vivió una oleada de solidaridad nunca antes vista» -recuerda-; «aún hoy muchas delegaciones de todo el mundo llegan para mostrar apoyo y abrir proyectos de reconstrucción y desarrollo, mientras que nosotros, en esta pequeña isla, no podemos ni movernos de un lado a otro para visitar a nuestros amigos, familiares, nuestras parroquias, debido a las barreras levantadas por el conflicto».
«En medio de este desalentador panorama, es consolador ver que las personas siguen orando llenas de confianza en el misericordioso amor de Dios», concluye.