URGELL, sábado, 17 febrero 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la carta que ha escrito monseñor Joan Enric Vives Sicilia, obispo de Urgell y copríncipe de Andorra con el título «Es la hora de volver a Dios»


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El próximo miércoles empieza la Cuaresma, con un rito a simple vista arcaico pero cargado de sentido. Ponerse ceniza en la cabeza o en la frente equivale a reconocer la finitud y la futilidad de la vida cuando no está centrada Dios, su origen y su término, y como las cosas materiales que parecen cautivarnos tanto con su brillo, quedarán reducidas a polvo y ceniza.

Durante el tiempo de Cuaresma estamos invitados a reflexionar a fondo, entrando en nuestro interior, a fin de acoger mejor el sentido de nuestro destino, y aquello que valoramos más de todo lo que somos y poseemos. A nadie se le escapa que nuestra mirada, y con ella nuestro pensamiento, se nos escapan hacia las cosas visibles que nos rodean. Y corremos el riesgo de preocuparnos sólo por las necesidades más inmediatas, sin pensar demasiado en el fin último del nuestro vivir. Se trata de pensar en las cosas verdaderamente esenciales de nuestra existencia, para verlas bajo la luz nueva de la Pascua de Cristo, que es cruz y resurrección, amor entregado que se transforma en máximamente fecundo.

Ya el Antiguo Testamento recomendaba la búsqueda de la Sabiduría: "La Sabiduría es luminosa y nunca pierde su brillo: se deja contemplar fácilmente por los que la aman y encontrar por los que la buscan." (Sav 6,12). Y Jesucristo nos ha hecho entender que es Él mismo esta Sabiduría venida para instruir a la humanidad. Esta "sabiduría" que hay que rebuscar con humildad y conversión de corazón, tiene que animar el pensamiento de todos los cristianos, y tiene que orientar sus actuaciones. Y es que el cristianismo no ofrece consuelo a bajo precio, sino que es exigente y reclama una fe auténtica y una vida moral rigurosa a cada fiel cristiano. A pesar de todo, siempre nos da motivos de esperanza, porque nos une a Dios Pare, que se revela rico en misericordia cuándo en la Cruz nos da a su Hijo, el Amado, y nos muestra así su inmenso amor, que todo lo restaura.

Caminemos hacia la Pascua con espíritu de renovación total de nuestra vida. Animémonos a "volver hacia Dios". Es hora de volver a Dios, con obras y de verdad. Él no llama ni se impone, sino que pide de cada uno de nosotros el humilde silencio de la escucha. Su infinito respeto por nuestra libertad no es una debilidad, sino que nos trata como hijos. Dejemos en esta Cuaresma que su Palabra, que es Cristo, toque nuestro corazón, y le diga al Señor, con el salmista, "Devuélveme la alegría de tu salvación" (Salmo 50,14).

Asimismo, la Cuaresma, por su íntima conexión con la Cruz del Señor, es un tiempo privilegiado para el ejercicio del amor al prójimo. Tiempo de caridad activa. Ni un solo vaso de agua será olvidado, si se da con amor y en nombre de Cristo (Cf. Mc 9,41). Tenemos que hacer un esfuerzo para transformar el ayuno y la abstinencia en una oportunidad para la comunión solidaria, sobre todo con los que pasan hambre y también con todos los crucificados de la tierra, que tanto nos tienen que interpelar. "Cada hermano que muere de hambre pesa sobre la conciencia de todos" decía al querido Papa Juan Pablo II (Ángelus del 17.3.1985). Ayudémonos a vivir una auténtica y solidaria "limosna penitencial" en la Cuaresma y "no amemos con frases y palabras, sino con obras y de verdad" (1Jn 3,18).

+ Mons. Joan Enric Vives Sicilia,
Obispo de Urgell