Así lo explicó este miércoles durante la audiencia general concedida en una soleada plaza de San Pedro del Vaticano que acogía a cuarenta mil peregrinos.
Continuando con el ciclo de catequesis sobre los Padres Apostólicos de la Iglesia, el Papa presentó la figura de san Ignacio de Antioquia, tercer obispo de esa ciudad que hoy forma parte de Turquía, del año 70 al 107, fecha de su martirio en Roma, donde fue devorado por las fieras.
El Papa repasó el legado espiritual que ha dejado ese mártir a los cristianos de todos los tiempos repasando sus siete cartas en las que «se siente la frescura de la fe de la generación que todavía había conocido a los apóstoles» y «el amor ardiente de un santo».
«Ningún Padre de la Iglesia ha expresado con la intensidad de Ignacio el anhelo por la “unión” con Cristo y por la “vida” en Él», constató.
Para Ignacio, explicó el Santo Padre, «la unidad es ante todo una prerrogativa de Dios, que existiendo en tres Personas es Uno en una absoluta unidad».
De este modo, el obispo mártir elaboró una particular visión de la Iglesia, según la cual, «la unidad que tienen que realizar sobre esta tierra los cristianos no es más que una imitación lo más conforme posible con el modelo divino».
«En su conjunto, se puede percibir en las Cartas de Ignacio una especie de dialéctica constante y fecunda entre dos aspectos característicos de la vida cristiana: por una parte la estructura jerárquica de la comunidad eclesial, y por otra la unidad fundamental que liga entre sí a todos los fieles en Cristo», indicó obispo de Roma.
«Por lo tanto, los papeles no se pueden contraponer –advirtió–. Al contrario, la insistencia de la comunión de los creyentes entre sí y con sus pastores, se refuerza constantemente mediante imágenes elocuentes y analogías: la cítara, los instrumentos de cuerda, la entonación, el concierto, la sinfonía».
«Es evidente la peculiar responsabilidad de los obispos, de los presbíteros y los diáconos en la edificación de la comunidad. A ellos se dirige ante todo el llamamiento al amor y la unidad», subrayó.
El sucesor de Pedro presentó a Ignacio como «doctor de la unidad»: «unidad de Dios y unidad de Cristo (en oposición a las diferentes herejías que comenzaban a circular y que dividían al hombre y a Dios en Cristo), unidad de la Iglesia, unidad de los fieles, “en la fe y en la caridad, pues no hay nada más excelente que ella”».
«En definitiva, el “realismo” de Ignacio es una invitación para los fieles de ayer y de hoy, es una invitación para todos nosotros a lograr una síntesis progresiva entre “configuración con Cristo” (unión con Él, vida en Él) y “entrega a su Iglesia” (unidad con el obispo, servicio generoso a la comunidad y al mundo)».
«Es necesario –concluyó el Santo Padre– lograr una síntesis entre “comunión” de la Iglesia en su interior y “misión”, proclamación del Evangelio a los demás, hasta que una dimensión hable a través de la otra».