ROMA, viernes, 9 marzo 2007 (ZENIT.org).- Más de 20.000 mujeres han pasado por los talleres de capacitación de Condoray, una institución peruana de promoción de la mujer que ayuda a mejorar la autoestima de muchas mujeres, tantas de ellas indígenas.

Ana Lucía Aguayo de Rosell, su directora, se encuentra en Roma en un seminario internacional y Zenit ha aprovechado para preguntarle en el Día de la Mujer Trabajadora cuál es el papel de la mujer latinoamericana en la reevangelización americana.

Para la subdirectora de Condoray, Ana Lucía Aguayo de Rosell, la mujer tiene un papel fundamental en la transmisión de la fe en América Latina: «Se puede decir que de su piedad, de su propia santidad, de su modo de hacer familia, de su dedicación a la educación cristiana de sus hijos, de su ejemplo en la vida familiar, depende que se conserve la fe en nuestro continente».

Aguayo ilustra el trabajo de esta organización, que opera en la zona peruana del Cañete.

--Capacitar a 20.000 mujeres se dice rápido. ¿Como lo han conseguido?

--Ana Lucía Aguayo: Efectivamente se dice rápido pero lograrlo es distinto. Condoray es una organización que nació en el año 1963 con el propósito de formar integralmente a la mujer cañetana (zona Cañete, Perú, ndr.) y a través de ella, contribuir al desarrollo socioeconómico de Cañete y sus familias.

A lo largo de estos casi 44 años de trabajo, Condoray ha implementado un modelo de desarrollo en el que la mujer es su eje y finalidad, no es una simple intermediaria para lograr eficiencia en los proyectos.

Nuestra misión es formar personas, que por la asimilación de unos modos de trabajar, de unos valores humanos y cristianos, influyan positivamente en sus familias y en la provincia de Cañete.

Promovemos que las mujeres crezcan en autoestima, que aprendan a reconocer sus cualidades y defectos y sean capaces de trazarse sus propias metas y luchar por alcanzarlas, convirtiéndose así en agentes de su propio desarrollo.

En este contexto, un factor de éxito del modelo que hemos aplicado se debe a las Promotoras Rurales.

Las promotoras son mujeres líderes que viven en las comunidades campesinas de Cañete y reciben en Condoray una formación que luego replican a las mujeres de sus pueblos con el objetivo de realizar proyectos- con participación de la comunidad- para lograr mejoras educativas, familiares y sociales.

De esta forma es posible realizar programas estables de desarrollo y por otro lado se logra que el trabajo de Condoray tenga un efecto multiplicador, llegando así a muchas mujeres de la zona.
--¿Qué aprecia más de la mujer indígena?
--Ana Lucía Aguayo: En primer lugar debemos aclarar que Condoray no trabaja sólo con mujeres indígenas. Por su ubicación – en la costa central del Perú – se encuentra una rica diversidad de razas en la que confluyen mujeres indígenas, morenas, mestizas, etc.

Nuestra experiencia nos hace apreciar muchas cualidades en estas mujeres: su capacidad de liderazgo, su tenacidad, fortaleza y empuje para conseguir lo que se propone. Debemos resaltar su generosidad y espíritu solidario.

Es muy común que ante los problemas de sus vecinas: una enfermedad, problema económico, etc., las mujeres inmediatamente se unen y organizan para realizar actividades (venta de comida principalmente) para conseguir dinero y ayudar a quien lo necesita, o cuidan de los hijos mientras sus mamás trabajan o deben ausentarse por alguna razón.

También apreciamos su capacidad de emprender y no se detienen ante la dificultad si están convencidas de lo que quieren.

Otra cualidad es su abnegación y dedicación a su familia. La necesidad de conseguir el sustento diario, de alguna manera ha contribuido a que se organicen muy bien para no descuidar sus obligaciones familiares y hacerlas compatibles con actividades productivas que les permite contribuir con el sostenimiento económico de su hogar.

--¿Cuál es el papel de la mujer en la reevangelización de América Latina?

--Ana Lucía Aguayo: Indudablemente su papel es invalorable porque el futuro de la humanidad se escribe en la familia. Allí la mujer es el eje y la principal transmisora de los valores humanos y cristianos.

Las mujeres promueven, sostienen e inculcan la fe y las virtudes cristianas en sus hijos y son las que unen a los miembros de la familia. La unidad familiar es un gran bien para la Iglesia y la sociedad.

Además, la familia es una comunidad de personas donde se aprenden los valores morales y donde se transmite la herencia espiritual y cultural de la sociedad.

La familia es también esencial para asegurar que las personas se afiancen en sus convicciones, y promueve tanto la responsabilidad social como la solidaridad.

Por otro lado la mujer por sus cualidades innatas tiene capacidad para acoger a cada persona y puede llegar al mundo interior del otro.

Puede aportar a la Iglesia desde su feminidad, modos de vivir la reciprocidad con el otro, de acoger a quien es diferente y promover tantas iniciativas sociales en bien de los más necesitados.

Por su fuerza moral, por su ternura innata y su facilidad para preocuparse por cada persona como mencionaba antes, la mujer puede cuidar la «Iglesia doméstica», que es la familia y también a toda la Iglesia.

Se puede decir que de su piedad, de su propia santidad, de su modo de hacer familia, de su dedicación a la educación cristiana de sus hijos, de su ejemplo en la vida familiar, depende que se conserve la fe en nuestro continente. De las familias auténticamente cristianas salen personas virtuosas, ciudadanos íntegros, que dan aire y luz a la sociedad.