CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 25 marzo 2007 (ZENIT.org).- Al celebrarse los cincuenta años de los Tratados de Roma que dieron vida a lo que hoy es la Unión Europea, Benedicto XVI ha denunciado que si niega la existencia de valores universales, Europa apostata de sí misma antes aún que de Dios.
El pontífice lanzó su advertencia al recibir este sábado en audiencia los participantes en el Congreso convocado con motivo de ese aniversario por la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (COMECE) en la ciudad eterna.
«¿No es motivo de sorpresa el que la Europa de hoy, mientras quiere presentarse como una comunidad de valores, conteste cada vez más el hecho de que haya valores universales y absolutos?», preguntó el Papa.
«Esta singular forma de “apostasía” de sí misma, antes aún que de Dios, ¿no le lleva quizás a dudar de su misma identidad?», siguió preguntando.
Para el Papa Europa es «una identidad histórica, cultural y moral, antes que geográfica, económica o política; una identidad constituida por un conjunto de valores universales, que el cristianismo ha contribuido a forjar, desempeñando de este modo un papel no sólo histórico, sino de fundamento».
«Estos valores, que constituyen el alma del continente, tienen que permanecer en la Europa del tercer milenio como “fermento” de civilización», constató.
«Si desfallecieran –siguió preguntándose–, ¿cómo podría el «viejo» continente seguir desempeñando la función de «levadura» para todo el mundo?».
«Si, con motivo del quincuagésimo aniversario de los Tratados de Roma, los gobiernos de la Unión desean “acercarse” a sus ciudadanos, ¿cómo podrían excluir un elemento esencial de la identidad europea, como es el cristianismo, en el que una amplia mayoría de ellos sigue identificándose?», insistió.
Por el contrario, el Santo Padre constató la expansión en Europa de un pragmatismo, que «justifica sistemáticamente el compromiso sobre los valores humanos esenciales, como si se tratara de la inevitable aceptación de un presunto mal menor».
«Este pragmatismo, presentado como equilibrado y realista, en el fondo no lo es, pues niega esa dimensión de valores e ideales, que es inherente a la naturaleza humana», subrayó.
«Cuando en este pragmatismo se introducen tendencias laicistas o relativistas, se acaba por negar a los cristianos el derecho mismo a intervenir como cristianos en el debate público».
A esta pérdida de valores e ideales el obispo de Roma achacó la crisis demográfica que en estos momentos experimentan los países europeos, «que podría llevarla al fin de su historia».
«Casi parecería como si continente europeo estuviera perdiendo de hecho la confianza en el propio porvenir», lamentó.
Concluyó con un mensaje de optimismo para los cristianos comprometidos en la construcción de la Europa del futuro.
«¡Nos tenéis que cansaros ni desalentaros! Sabéis que tenéis la tarea de contribuir en la construcción, con la ayuda de Dios, de una nueva Europa, realista pero no cínica, rica de ideales y libre de ilusiones ingenuas, inspirada en la perenne y vivificante verdad del Evangelio».