Las preocupaciones de la Santa Sede para la Europa del mañana

Energía, demografía, investigación ética, derechos humanos y sana laicidad

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ROMA, lunes, 26 marzo 2007 (ZENIT.org).-Diversificación y reducción del uso de los combustibles fósiles, centralidad de la dignidad humana en la investigación científica, problema demográfico, sana laicidad y salvaguarda de los derechos humanos. Son estas las preocupaciones de la Santa Sede para la Europa del mañana.

Es lo que afirmó el arzobispo Dominique Mamberti, secretario para las Relaciones con los Estados, en el Congreso celebrado del 23 al 25 de marzo en Roma, organizado por la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea COMECE), con motivo del 50 aniversario de la forma de los Tratados de Roma.

El evento reunió a más de 400 delegados que al final realizaron el «Mensaje de Roma» a los jefes de Estado y de Gobierno de los Estados miembros de la Unión Europea, que se reunieron el 25 de marzo en Berlín por el mismo motivo.

Al tratar las políticas comunes de Europa, monseñor Mamberti afrontó sobre todo la «cuestión energética», subrayando la dimensión ética.

En su intervención, el arzobispo subrayó la necesidad «de reducir el consumo de combustibles fósiles» y de apuntar a la «diversificación» de las fuentes energéticas, con el fin de ayudar, entre otras cosas, a «la paz en el mundo y la protección del ambiente».

«La destrucción del ambiente, su uso impropio y egoísta y el acaparamiento violento de los recursos de la tierra, generan laceraciones, conflictos y guerras», observó.

Sobre los desafíos económicos, sobre todo con vistas al bienestar de los países rezagados, el arzobispo subrayó la necesidad de «incentivar las inversiones en la búsqueda de la innovación».

«La Iglesia católica está convencida de que, en la medida en que se orientan al bien común y respetan la dignidad humana, ciencia y tecnología son instrumentos esenciales y que hay que impulsar», añadió.

«No se pueden sin embargo negar los gravísimos e inaceptables resultados de una investigación que no ponga a la persona humana en el centro de sus objetivos», dijo el prelado refiriéndose al VII Programa Marco 2007-2013, al que el Consejo de Competitividad (Mercado Interno, Industria e Investigación) de la Unión Europea dio luz verde el 24 de julio de 2006.

El Programa prevé, entre otras cosas, la financiación de los proyectos de investigación con células estaminales, una iniciativa que plantea problemas éticos.

«Una democracia que, en lugar de servir a la vida humana, la someta a los votos y apoye a quien la suprime, parece presa de la prevaricación y de la intolerancia», observó.

Este comportamiento, añadió, supone «una estrategia, urgida por grandes intereses técnico-industriales, que recurre a la política para obtener instrumentos jurídicos que tutelen dichos intereses» y que «considera la ética como un obstáculo, en lugar de una ayuda al bienestar».

El arzobispo señaló el dato de que ningún país de Europa Occidental tiene un índice de nacimientos por mujer que corresponda al nivel mínimo de mantenimiento de la población (2,1 hijos por mujer), y subrayó problemas como la caída del índice de fecundidad, el envejecimiento de las generaciones y el aumento de la vida media.

El prelado precisó que las causas más profundas de la creciente falta de natalidad no son de orden económico-social, sino «psicológico y moral». «Se trata, sobre todo, de individualismo y de una profunda crisis de confianza en el futuro por parte de las nuevas generaciones».

«La Iglesia está dispuesta a contribuir para poner remedio a tal pesimismo; pero las instituciones políticas y económicas deberían tener el valor de poner en cuestión un estilo de vida consumista y hedonista», añadió, subrayando también la necesidad de «apoyar la vida y la familia con acciones decididas en varios frentes».

Respecto a los criterios de adhesión a la Unión Europea, monseñor Mamberti subrayó que la Santa Sede «urge a la observancia» de los llamados «criterios de Copenhague», aprobados por el Consejo Europeo de 1993, y que se refieren entre otras cosas a la defensa de los derechos humanos, la libertad religiosa, así como el respeto y protección de las minorías.

«Además, si la ampliación es política de seguridad y estabilidad para la UE, no hay que infravalorar los ‘costes’ que esto comporta para los ciudadanos. No sólo en términos económicos, aunque de gran relieve, sino también culturales», afirmó.

«La política de la ampliación no debería amenazar el compartir los principios y valores, forjados por el cristianismo, que han convertido a Europa en un faro de civilización para el mundo entero», añadió.

Frente a tales cuestiones, añadió el arzobispo, «los católicos comprometidos en el ámbito público deberían ser conscientes de que ¡está en juego el significado mismo de su actividad política y el futuro de Europa!».

Los cristianos empeñados en la vida pública europea, «para ser plenamente coherentes con su fe (…), deben considerar como prioritario para su compromiso público la tutela de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, y de la estructura natural de la familia, como unión entre un hombre y una mujer, fundada en el matrimonio».

Monseñor Mamberti habló luego de la necesidad en la construcción de Europa de una «correcta laicidad» y de una «autonomía de las realidades temporales».

El prelado, en este sentido, subrayó el hecho de «que en la últimas dos legislaturas del Parlamento Europeo, las posiciones de la Iglesia católica y el Vaticano fueron atacadas casi 30 veces, y fueron injustamente acusados de indebida injerencia en el campo europeo».

También subrayó los peligros de una «ideología casi absoluta y unificante», del laicismo, que supone una «forma de intolerancia, presentada como la quintaesencia de la tolerancia».

La historia, dijo, ha demostrado que cuando «las ideologías neopaganas han absolutizado el estado, disolviendo toda forma de pluralismo, las democracias han caído y los derechos de la persona han sido violados y arrollados».

En este marco, concluyó, «corresponde en primer lugar a la Santa Sede, además de a todos los cristianos, recordar a este continente que (…) no puede traicionar los valores cristianos, como un hombre no puede traicionar sus razones para vivir y esperar, sin caer en una crisis dramática».

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ZENIT Staff

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