ROMA, domingo, 1 julio 2007 (ZENIT.org).- El destino de la vida familiar y de la religión parecen estar unidos, afirman en estudios recientes algunos expertos. W. Bradford Wilcox, profesor de sociología en la Universidad de Virginia, es el autor de un documento de investigación publicado en mayo por el Centro para el Matrimonio y las Familias del Institute for American Values.
«Las Iglesias son baluartes del matrimonio en la Norteamérica urbana», afirmaba en el documento «Religion, Race and Relationships in Urban America» (Religión, Raza y Relaciones en la América Urbana). Wilcox comenzaba observando que, a pesar de la extendida preocupación por la quiebra del matrimonio y la vida familiar en la sociedad contemporánea, se ha prestado poca atención a la influencia de la religión en la familia.
Su intento de remediar esta omisión se basa en una lectura de los datos de Fragile Families and Child Well-being Study (FFCW) (Estudio sobre la Fragilidad Familiar y el Bienestar Infantil), patrocinado por las Universidades de Columbia y Princeton.
Wilcox ha ilustrado gráficamente los dramáticos cambios en las estructuras familiares:
— De 1960 al 2000, el porcentaje de niños nacidos fuera del matrimonio subió del 5% al 33%.
— El índice de divorcio se ha doblado hasta casi el 50%.
— El porcentaje de niños que viven en familias monoparentales ha subido del 9% al 27%.
Las familias pobres y de las minorías lo han sufrido incluso más. En 1996, por ejemplo, el 35% de los niños afroamericanos y el 64% de los niños latinos vivían en hogares con sus padres casados, en comparación con el 77% de los niños blancos.
Wilcox sostiene que la religión puede influir en la vida familiar de cuatro formas:
— Las instituciones religiosas promueven normas que refuerzan el matrimonio; por ejemplo, la idea de que el sexo y el tener hijos debe reservarse para el matrimonio, y normas morales más amplias que dan respaldo a matrimonios más felices y estables.
— La fe religiosa dota a la relación matrimonial de un sentido de trascendencia.
— En muchos grupos religiosos hay redes sociales orientadas a la familia que ofrecen apoyo emocional y social, además de medidas de control social que refuerzan el compromiso del compromiso matrimonial.
— Las creencias y la práctica religiosa proporciona apoyo para afrontar situaciones como el desempleo o la muerte de un ser querido. Se ha asociado a los matrimonios de calidad el tener una mayor resistencia psicológica.
Paradoja
Wilcox admite, no obstante, que la participación religiosa no es sin más una garantía automática para una vida familiar feliz. De hecho, lo que denomina «una de las paradojas de la vida religiosa norteamericana» es la contradicción entre el alto nivel de práctica religiosa entre los afroamericanos – la más alta de cualquier grupo racial – y la realidad de que tienen el nivel más bajo de matrimonios de cualquier grupo racial o étnico.
Volviendo al análisis de los datos de la encuesta FFCW, Wilcox sostenía que muestra cómo la asistencia religiosa – especialmente de los padres – se asocia con un mayor índice de matrimonios entre los padres urbanos.
Además, los que van a la iglesia aumentan las probabilidades de que los padres afroamericanos estén casados en la Norteamérica urbana en mucha mayor proporción que en el resto de los padres urbanos de otros entornos raciales y étnicos.
La asistencia paterna a la iglesia es especialmente importante para las relaciones urbanas, indica Wilcox. Si un padre va a la iglesia con regularidad, es más probable que esté casado y tenga una relación de mayor calidad.
Las ventajas de creer
Los argumentos planteados por Wilcox son parecidos a los expuestos por Patrick Fagan en un documento publicado el pasado diciembre por la Heritage Foundation. En «Why Religion Matters Even More: The Impact of Religious Practice on Social Stability» (Por qué la Religión importa cada vez más: El Impacto de la Práctica Religiosa en la Estabilidad Social), Fagan sostenía que «la práctica religiosa promueve el bienestar de los individuos, de las familias y de la comunidad».
«La asistencia regular a los servicios religiosos se relaciona con una vida familiar sana y estable, matrimonios más sólidos y buena atención de los hijos», apuntaba.
Numerosos estudios sociológicos, continuaba Fagan, muestran que valorar la religión y practicarla de forma regular se asocian con una mayor estabilidad matrimonial, niveles más altos de satisfacción matrimonial y una más alta probabilidad de que un individuo se decida a casarse.
Entre otros puntos, estos estudios revelan que:
— Las mujeres que son más religiosas es menos probable que se divorcien o separen, si se las compara con las que son menos religiosas.
— Los matrimonios en que ambos esposos asisten con frecuencia a servicios religiosos tienen 2,4 veces menos probabilidades de acabar en divorcio que aquellos matrimonios en que ninguno de los esposos lo hace.
— La asistencia religiosa es el más importante factor de predicción de la estabilidad matrimonial, confirmado por estudios llevados a cabo desde hace más de 50 años.
— Las parejas que comparten la misma fe es más probable que vuelvan a reunirse si se separan que las parejas que no comparten la misma afiliación religiosa.
Además, apuntaba Fagan, la práctica religiosa también está relacionada con una reducción de los comportamientos negativos como los abusos domésticos, el crimen, el consumo y la adicción a sustancias.
Perder a Dios
Mary Eberstadt consideraba la otra cara de la moneda en la relación entre familia y religión en un artículo publicado en la revista de junio-julio Policy Review. En el artículo «How the West Really Lost God» (Cómo Occidente ha perdido a Dios), reflexionaba sobre las causas de la secularización, un fenómeno especialmente notable en Europa occidental.
La tesis que suele presentarse, observaba Eberstadt, es que primero vino el secularismo y después tuvo un impacto negativo en la vida familiar en Europa occidental. Ella sostiene en cambio: «Al menos durante un tiempo, sugieren los informes, avanzó el secularismo porque dejaron de tener hijos y familias».
En apoyo de su opinión, Eberstadt apuntaba que la fertilidad europea cayó en general bastante antes de la dramática disminución de la práctica religiosa observaba en las últimas décadas. Dentro de Europa citaba el ejemplo de Francia, que sufrió la caída de la fertilidad mucho antes que cualquier otro país europeo, y también es la nación donde es más fuerte el secularismo.
Irlanda, por el contrario, ha sufrido los vientos del secularismo desde hace poco, y ha sido también un país con familias sólidas. La reciente erosión de la religión en Irlanda se ha visto precedida de un colapso de la fertilidad irlandesa, añadía Eberstadt.
Volviendo a Estados Unidos, comentaba que el alto nivel de práctica religiosa podría deberse a un mayor número de hijos.
Los evangélicos y los mormones, a quienes a diferencia de los católicos no se les prohíben los anticonceptivos, también tienen familias numerosas. Puede ser, aventuraba Eberstadt, que haya algo en la familia que incline a la gente hacia la religiosidad.
Pasaba luego a examinar la dinámica existente entre familia y religión. La experiencia del nacimiento lleva a los padres a un momento de trascendencia. De igual forma, la práctica de sacrificarse por el bien de la familia y de los hijos puede llevar a la gente a ir más allá de la búsqueda del placer propio. Además, el miedo a la muerte, en términos de pérdida de un cónyuge o un hijo, es un poderoso acicate a la fe.
En cuanto al bien conocido hecho de que las mujeres sean más religiosas que los hombres, quizá, sostiene Eberstadt, se deba a una má
s íntima participación en el nacimiento de sus hijos en comparación con el papel del hombre.
Mientras los índices de fertilidad en Europa y muchos otros países son en la actualidad realmente bajos, esto podría cambiar cuando las desventajas de la maternidad en soltería y las consecuencias sociales y económicas de una población que se reduce pesen de forma más acusada.
«No hay nada inevitable en la caída de la familia natural y así, por conexión, también en la religión», sostenía Eberstadt. Aunque no tarda en admitir que el mero hecho de «tener familias e hijos no es garantía de creencia religiosa», un resurgir de la vida familia podría muy bien reforzar la religión.
Los autores de los estudios citados probablemente serían los primeros en admitir que la interacción entre religión y familia es complicada y que muchos factores juegan su papel en el robustecimiento o debilitamiento de ambos. No hay duda de que es necesario investigar más, pero estos esfuerzos iniciales apuntan algunas relaciones interesantes.
La familia natural, concluye Eberstadt, «como conjunto ha sido la sinfonía humana a través de la cual Dios ha sido escuchado históricamente por muchas personas».
Por el padre John Flynn, L. C.