En busca del bebé perfecto

Bebés eliminados mientras la nueva eugenesia gana fuerza

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ROMA, jueves, 5 julio 2007 (ZENIT.org).- El deseo de bebés perfectos junto con las posibilidades de la biotecnología están cobrándose un preció altísimo. La diagnosis genética de preimplantación (PGD), y otras formas de examen permiten detectar los defectos genéticos, llevando tanto a eliminar embriones antes de la implantación cuando se combina con la fertilización in vitro, o a abortar en el caso de embarazos ya avanzados.

El filósofo Michael J. Sandel consideraba algunas de las cuestiones éticas implicadas en esta práctica en su libro «The Case Against Perfection», publicado en mayo por Belknap Press. Profesor de ciencias políticas en la Universidad de Harvard, Sandel comienza su breve libro preguntando si, incluso cuando no se dan daños, hay algo que no va bien en los padres «al pedir un hijo con determinados rasgos genéticos».

La postura de Sandel no es religiosa y no abraza plenamente la posición de la Iglesia. Por ejemplo, defiende la investigación con células madre de embriones. No obstante, el libro proporciona una serie de reflexiones útiles que invitan al lector a considerar las implicaciones tanto de eliminar a individuos con defectos genéticos como de esforzarse por «mejorar» las capacidades físicas o mentales.

Este «impulso hacia la excelencia», como lo denomina Sandel, corre el riesgo de destruir nuestra apreciación del carácter de don de las capacidades y los logros humanos. En otras palabras «que no todas las cosas en el mundo están abiertos a cualquier uso que podamos desear o idear».

Al hablar de la paternidad, Sandel comenta que, a diferencia de nuestros amigos, nosotros no elegimos nuestros hijos. «Apreciar los hijos como dones es aceptarlo como vienen, no como objetos de nuestro diseño, o productos de nuestra voluntad, o instrumentos de nuestra ambición».

De este modo, continúa, el problema con querer elegir los hijos con o sin ciertas características genéticas está en la hybris de los padres. Tal disposición de los progenitores, advierte, «desfigura la relación entre padres e hijos». Como resultado se pone en peligro el amor incondicional que un padre debería tener hacia su hijo.

Sandel también advierte que si erosionamos el sentido del carácter de don de las capacidades y los logros humanos dañaremos tres elementos importantes en la sociedad: la humildad, la responsabilidad y la solidaridad.

Una escuela de humildad
La paternidad es una escuela de humildad, según Sandel, en la que tenemos un cuidado inmenso de nuestros hijos, y vivimos también con lo inesperado. Al tratarse de la responsabilidad, cuanto más nos impliquemos en determinar nuestras cualidades genéticas, mayor será la carga que llevaremos por los talentos que tenemos y cómo los desarrollamos.

Por ejemplo, antes dar a luz a un niño con síndrome de Down se consideraba una cuestión de suerte. Hoy en día los padres que tienen hijos con síndrome de Down u otras discapacidades se sienten culpables por no haber eliminado al niño antes de nacer.

A su vez, este aumento de responsabilidad podría dañar la solidaridad, continúa Sandel, porque existe un riesgo muy real de que se llegue a ver a aquellos que son menos afortunados no como perjudicados sino simplemente como inapropiados.

Sandel no es el único en estar preocupado sobre lo que ocurre con quienes son menos afortunados según criterios genéticos. Algunos artículos de prensa en los últimos meses han tratado el asunto de la eliminación de embriones a los que se detecta síndrome de Down.

El 9 de mayo, el New York Times publicaba un artículo informando que, como consecuencia de una nueva recomendación del Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos, los médicos han comenzado a ofrecer un procedimiento de análisis de síndrome de Down, a todas las mujeres embarazadas, sin importar su edad. Cerca del 90% de las mujeres a las que se les diagnostica el síndrome de Down normalmente escogen abortar, informaba el artículo.

El artículo pasaba luego a describir los esfuerzos de algunos padres para educar a la profesión médica sobre las satisfactorias vidas que pueden llevar los niños que sufren discapacidades. Los avances en los tratamientos médicos y la atención apropiada dan lugar a que, a pesar de las considerables dificultades, los niños con síndrome de Down puedan conseguir mucho en sus vidas.

Moralmente equivocado

El New York Times volvía al asunto el 13 de mayo con otro artículo. Entre otros testimonios recogía el de Sarah Lynn Lester, a favor del derecho de aborto, que, no obstante, siguió con su embarazo tras saber del síndrome de Down de su hijo. «Creo que estaría moralmente mal abortar a un hijo que tenga una discapacidad genética», declaraba al periódico.

A principios de año la Sociedad Canadiense para el Síndrome de Down lanzó una campaña de concienciación pública para contrarrestar la tendencia hacia las pruebas genéticas, informaba el periódico National Post el 10 de enero.

La campaña tuvo como motivo la recomendación de la Sociedad de Obstetras y Ginecólogos de Canadá de que todas las madres embarazadas se sometieran a las pruebas de síndrome de Down.

El artículo también citaba al doctor Will Johnston, presidente de la organización Médicos por la Vida, de Vancouver, que afirmaba que sus miembros consideraban preocupante la medida de más pruebas fetales.

«Creo que demuestra nuestra incapacidad como cultura para ser más abiertos y aceptar la diversidad más de lo que nos gustaría pensar», afirmó.

Italia es otro país donde aumentan las pruebas genéticas. Según un reportaje el 11 de marzo en el diario La Repubblica, en el 2005 no menos del 79% de las mujeres italianas se sometieron a tres o más exámenes de ultrasonidos durante su embarazo.

Las pruebas, sin embargo, pueden a veces tener un resultado trágico. El 7 de marzo la agencia de noticias italiana ANSA informó sobre el caso de un feto de 22 semanas abortado debido a un error de diagnosis sobre un esófago defectuoso.

Tras la prueba de ultrasonidos, que pareció revelar el problema de forma errónea, la madre decidió abortar. El bebé sobrevivió al aborto, pero al siguiente día, según informaba ANSA, murió.

Pruebas cosméticas
Conforme se desarrolla la biotecnología, las pruebas genéticas parecen estar destinadas a ampliarse aún más, con consecuencias ominosas para los bebés. El 6 de mayo el Sunday Times de Londres informaba de que la clínica Bridge Center Fertility había recibido la aprobación de la Autoridad de Fecundación Humana y Embrionología para hacer pruebas con los embriones de una pareja para crear un bebé que no estuviera afectado de estrabismo.

El artículo también indicaba que han comenzado las pruebas para la detección de algunas formas de cáncer y de cierto Alzheimer prematuro.

«Veremos cada vez más el uso de las pruebas con embriones para graves situaciones cosméticas», decía al Sunday Times Gedis Grudzinskas, director médico de la clínica.

David King, director de Human Genetics Alert, se mostró crítico con la decisión de permitir la prueba. «Hemos pasado de prevenir que los niños mueran jóvenes a prevenir que se pongan enfermos en la edad madura», observaba. «Ahora descartamos a los que vivirán lo mismo que el resto de nosotros pero son cosméticamente imperfectos».

Benedicto XVI también expresaba su preocupación por esta tendencia en un discurso el 24 de febrero a los miembros de la Pontificia Academia para la Vida. «Una nueva ola de eugenesia discriminatoria consigue consensos en nombre del presunto bienestar de los individuos y, especialmente en los países de mayor bienestar económico, se promueven leyes para legalizar la eutanasia», advertía el Pontífice.

En el mundo de hoy cada vez más secularizado, nuestras conciencias se enfrentan a obstáculos en aume
nto a la hora de distinguir el camino correcto a tomar sobre este y otros temas, añadía el Papa. Esto se debe tanto al creciente rechazo de la tradición cristiana como a la desconfianza en la capacidad de nuestra razón de percibir la verdad, explicaba.

«La vida es el primero de los bienes recibidos de Dios y es el fundamento de todos los demás; garantizar el derecho a la vida a todos y de manera igual para todos es un deber de cuyo cumplimiento depende el futuro de la humanidad», concluía el Santo Padre. Un deber cada vez más urgente ante las presiones en aumento para manipular la vida.

Por el padre John Flynn, L. C.

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ZENIT Staff

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