ROMA, martes, 10 julio 2007 (ZENIT.org).- Diez años después de la devolución de Hong Kong a China (1 de julio de 1997), el cardenal Joseph Zen Ze-kiun –obispo de Hong Kong- habla por primera vez de sus luchas.
Mgr Zen, un homme en colère. Entretiens avec le cardinal de Hong Kong, de Ediciones Bayard, es el título de la última obra en francés de Dorian Malovic; jefe de la sección de Asia del diario católico francés La Croix, es especialista en China. La obra será en breve traducida al chino en Hong Kong.
Antiguo corresponsal en Hong Kong en los años ‘80, el autor sigue desde hace veinte años la evolución de la Iglesia Católica de China y sus relaciones con el Vaticano.
“Estaba un poco cansado de comprobar que no se decían nunca las cosas claramente, que se nos dan imágenes o reflejos caricaturescos y que cada uno permanece en la ignorancia del otro”, comparte Dorian Malovic en esta entrevista concedida a Zenit, explicando su propia “lucha” de periodista, de testigo y de “transmisor” de la historia.
El autor recibió en mayo pasado una mención especial del Gran Premio de literatura católica, concedido por el Jurado de la Asociación de Escritores Católicos, por una obra sobre el obispo de Shanghai: Le Pape jaune, Mgr Jin Luxian, soldat de Dieu en Chine communiste (El Papa amarillo, mons. Jin Luxian, soldado de Dios en la China comunista), publicado el año pasado.
“A lo largo de los años, se ha tejido una fidelidad y una confianza”, explica Dorian Malovic, quien admira en estos dos hombres “el coraje de los que no dudan en denunciar las injusticias y no temen a los poderosos”.
–¿Nos puede explicar la génesis de su libro sobre el cardenal Zen ?
–Malovic: He sido durante varios años corresponsal del diario “La Croix” en Hong Kong, y con los años se vio que el obispo de Hong Kong, nombrado en 1996, era por así decir uno de los personajes clave, un personaje capital en la sociedad de Hong Kong, que sobrepasa con mucho los 250.000 católicos, sobre siete millones de habitantes con que cuenta el territorio.
Los mensajes, intervenciones y tomas de posición de monseñor Zen eran escuchados por todo el mundo, y fue percibido, en vísperas de la devolución de Hong Kong a China, en 1997, como un personaje que defendía las libertades individuales, la libertad de expresión y era un bastión contra las potenciales amenazas de Pekín de retirar un cierto número de libertades. Hasta tal punto que en 2003 fue elegido como el personaje más popular del territorio. Pienso que en la gran familia de los cardenales, y todavía más en Asia, hay que vérselas con cardenales y prelados muy discretos que son más bien tímidos. Con carácter muy abierto, él no duda en expresar las frustraciones de los habitantes de Hong Kong ni en denunciar abiertamente las injusticias, convocando a los medios, expresándose en televisión y en radio. Ha tocado el corazón de toda la población de Hong Kong que necesitaba un portavoz, no sólo político, sino moral. Ha adquirido de este modo un peso y una legitimidad incomparable.
–Hasta el punto de ser un “hombre enojado” como subraya el título de su obra. ¿Cómo se ha convertido el cardenal Zen en el intermediario ineludible entre la Iglesia continental y el Vaticano?
–Malovic: Antes de estar enojado, el cardenal Zen adquirió efectivamente una gran legitimidad por lo que ha hecho en su vida, su formación y sus acciones. Por una parte, nació en Shanghai, de donde huyó antes de 1949 y de la llegada de Mao y los comunistas al poder, para encontrar refugio en Hong Kong, donde entra en una escuela salesiana y decide muy pronto hacerse sacerdote. Enviado a Milán (Italia) para estudiar, permanece una decena de años, antes de volver a Hong Kong, donde será sacerdote.
En los años ‘80, en el momento en que China se abre, cuando el desarrollo económico empieza a despegar, es el primer sacerdote chino de Hong Kong que puede ir a enseñar a los seminarios oficiales del continente, pero también a los seminarios clandestinos. Esta experiencia le permite adquirir un gran conocimiento de la realidad de la Iglesia Católica en China. Se puede ver que ha sido el único en esta época en tener este valor y sobre todo esta paciencia. Dios sabe cuántas gestiones administrativas y políticas hizo para ser aceptado en el continente en un medio católico de futuro muy complicado.
El cardenal Zen permaneció mucho tiempo silencioso en acción permanente. Se dio cuenta muy pronto del estado de la Iglesia Católica china tras 35 años de maoísmo. La prioridad, para él, era formar nuevos sacerdotes para asegurar el relevo.
Preparado por esta experiencia de campo, fue nombrado obispo titular de Hong Kong, con un papel muy claro por parte del Vaticano: desempeñar un papel de Iglesia-puente entre la Iglesia Católica china y la Iglesia universal.
En el renacimiento de la Iglesia Católica china, Hong Kong ha desempeñado un papel primordial, tanto a nivel humano, enviando profesores al continente, como acogiendo a jóvenes seminaristas continentales. A nivel financiero, han sido enviadas ayudas consistentes a numerosas diócesis y parroquias para renovar iglesias, reabrir seminarios, comprar material pedagógico.
–Usted publica en su libro seis largas entrevistas de más de dos horas mantenidas con el cardenal Zen el año pasado. En 2006 Pekín no hacía otra cosa que soplar caliente y frío en sus relaciones con Roma. ¿Es esta actitud la que desencadenó su enojo?
–Malovic: El año 2006 es un poco el punto de origen de una situación de la Iglesia de China que había evolucionado mucho en los últimos años. Vivió un cierto número de acontecimientos capitales: 2006 empezó con perspectivas de esperanza en una recuperación del diálogo y las relaciones diplomáticas hasta el mes de marzo. Había rumores de aproximación, de un posible viaje de Benedicto XVI. Al principio del año, el obispo de Hong Kong fue creado cardenal por Benedicto XVI, pero a partir del mes de mayo se dan tres consagraciones ilícitas de obispos en el continente que van a “sabotear” -según el término del cardenal Zen- todo el proceso de aproximación anterior entre Pekín y Roma.
En ese momento, sus tomas de posición son muy firmes y radicales. Se enoja cuando ve la duplicidad de Pekín, que por una parte afirma ser favorable a un reanudación del diálogo y por otra deja hacer a la “Asociación Patriótica” que consagra ilícitamente a varios obispos sin el aval de Roma. Esto le pone furioso. Y no ha sido el último en denunciar esta duplicidad, localmente, pero también en el Vaticano, donde ha desempeñado, durante todo el año 2006, un papel capital para que el expediente de la Iglesia de China sea retomado de nuevo por el Vaticano.
Pienso que ha adoptado respecto a Pekín esta actitud acusadora y de firmeza en cuanto chino, nacido en Shanghai, que conoce el sistema político. Está convencido de que frente a Pekín no hay que rebajarse, callar ni aceptar cualquier cosa.
–Una actitud que algunos han criticado, estimando que no era una productiva a los ojos de Pekín. ¿Él era consciente de esto?
–Malovic: Pienso que su enfado era construido y calculado. Este comportamiento era asumido con todo conocimiento de causa. Algunos, en efecto lo han criticado, diciendo que esto provocaba una serie de problemas para la Iglesia local en China. Él era muy consciente de ello. Pero no cesaba de decirme: “Vivo en Hong Kong, en un país de libertad, soy chino, debo adoptar esta actitud, portavoz de los que no tienen derecho a la palabra en el continente y que deben, sin cesar, llegar a componendas con las autoridades políticas chinas para poder sobrevivir”.
Al final, él sabía que ésta era una actitud que resultaría rentable. Visiblemente ha sido entendida por el Papa y se tiene
ahora la sensación de que la reciente carta del Papa a los católicos chinos, a la vez firme y con tonalidad muy abierta, pone las bases sanas para relanzar un diálogo más eficaz.
–Se compara a menudo su personalidad y su manera de actuar con la del arzobispo anglicano Desmond Tutu de Sudáfrica.
–Malovic: Creo que el paralelismo con Desmond Tutu es muy adecuado porque Desmond Tutu era a la vez un hombre sobre el terreno, intelectualmente muy competente y también un portavoz, a la vez local en Sudáfrica, pero cuyo mensaje traspasaba las fronteras. Pienso que es exactamente lo que hace el cardenal Zen en el marco de Hong Kong.
–¿Y usted? ¿Cuál es su motor? El año pasado publicó una larga encuesta sobre la personalidad del obispo de Shanghai, el jesuita monseñor Jin Luxian, otro personaje clave de la vivencia de los católicos chinos. ¿Cómo gana su confianza? Se nota en sus obras una cierta intimidad entre usted y estos personajes clave en la difícil vivencia de los católicos chinos.
–Malovic: Hace veinte años, cuando empecé a ocuparme de China, descubrí un universo totalmente desconocido. Por otro lado, toda la historia de la Iglesia Católica de la China contemporánea era desconocida. Y enseguida me sentí un poco cansado al darme cuenta de que no se decían nunca las cosas claramente, que se nos daban imágenes o reflejos caricaturescos y que cada uno permanece en la ignorancia del otro.
Mi curiosidad me ha llevado hacia personajes que podían trasmitir la historia china reciente. Considero que, en cuanto occidental, no soy más que un transmisor de la historia que tiene una particularidad, lo que me gusta mucho por otra parte, y que me hace verdaderamente saltar el puente, estar sobre dos culturas, china y europea.
Nos encontramos con que monseñor Jin de Shanghai también ha sido destacado en China y Europa y que conoce los resortes y los funcionamientos de estos dos universos, de estas dos sociedades. Él y el cardenal Zen encarnan este conocimiento a la vez chino y europeo.
Pienso que mi conocimiento, modesto, del terreno, de China durante una veintena de años, y mi identidad de occidental, permite una comprensión mutua enriquecedora. Puedo comprender sus límites y ellos pueden comprender lo que pregunto y lo que quiero transmitir a los lectores occidentales. Me gusta ir al fondo de los seres. Esta fidelidad y esta confianza, tejidas al hilo de los años con estos dos personajes (20 años con monseñor Jin y 10 años con el cardenal Zen) han permitido crear esta intimidad que usted ha notado. Me dieron su confianza. Yo no era ni un sacerdote, ni un misionero, era un laico, por lo tanto fuera de la esfera propiamente eclesiástica, pero un periodista de un gran diario católico francés, por lo tanto creíble para ellos. Pienso que las incomprensiones entre Occidente y Oriente tienen sobre todo su origen en una profunda ignorancia mutua. Cada uno debe dar un paso para encontrarse en medio del puente, abrir el diálogo y así comprenderse mejor. Esto es lo que trato de hacer.