«Hip hop» al ritmo de Dios

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Monseñor Jesús Sanz Montes

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HUESCA, sábado, 21 julio 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la carta que ha escrito el obispo de Huesca y de Jaca, monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, con el título «Hip hop al ritmo de Dios».

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Queridos Hermanos y amigos: paz y bien.

Hace unas semanas tuve que participar en un congreso de teología. La ciudad tenía mucho encanto y su parte más antigua gozaba de la magia de una arquitectura llena de belleza y de enorme cordialidad en el trato de las gentes.

Era al noroeste de México. Monterrey tiene todo ese sabor mestizo de un cruce de culturas y conserva con gallardía la huella de su fe cristiana. La calidad humana y la hondura católica quedaron manifiestas en las personas que me escucharon y con las que pude departir la reflexión, la oración y la vivencia de una amistad fresca y sincera.

Cuando acabé mis intervenciones, como todos hacemos cuando somos anfitriones de alguien que viene de lejos, me fueron mostrando lo más típico de su arte, de sus tradiciones; también su folclore y su particular cocina. Y así, en los escasos tres días que duró mi estancia allí, disfruté tantísimo de la generosa entrega de aquellas buenas gentes. Todo parecía terminar tan redondo y feliz. Pero quedaba, al menos para mí, lo que el Señor tenía reservado en su siempre imprevisible agenda de la providencia.

Fui invitado a ir a una ciudad vecina, en la sierra. Y pude conocer in situ algo que me hizo de un golpe aprendiz… una vez más. Siempre he pensado que quien cree que lo sabe todo, pierde su condición humana para fingir de hecho que es algún dios. Y quien cree que lo sabe todo, no tiene nada que aprender de nadie y se empeña en dar lecciones a todos…, como si fuera verdaderamente Dios. ¿Qué aprendí allí? La lección me vino por un grupo de jóvenes casi niños, que habían sido rescatados de la prostitución y de la delincuencia callejera, con algún primer conato de tráfico de drogas. Con tan poca edad, tanto mal en su joven historial, tanto mal que no les pertenecía, sino que los adultos malhadados les imponían usando y tirando después los despojos de estos chavales, que quedaban como piltrafas y carne de cañón para los peores bajos fondos de una hipócrita sociedad.

A través de la poesía y de la danza, ellos eran educados en otra forma de vivir, en una belleza que ni sospechaban, en una verdad que por primera vez les daba libertad. Me fijé en sus miradas, y cómo a pesar de las cicatrices del mal más injusto, ellos eran capaces de recomenzar a vivir una felicidad inédita aún y para la cual nacieron, como diariamente y en tantos momentos se lo recordaba su corazón.

Hicieron una exhibición de danza del mejor «hip hop», mientras cantaban con tremenda fuerza un «rap» poniendo letra a la esperanza de un mañana que ya estaban paseando, mientras se despachaban a gusto con la pacífica rabia que sentían ante su mundo anterior. La calidad de su danza y la fuerza de sus letras, justificaban una vitrina donde iban acumulando trofeos que les iban otorgando. Con una contenida emoción les dije: el mejor palmarés no está en la vitrina, porque el trofeo más importante lo lleváis en vuestro corazón, y en la mirada de vuestros ojos que han vuelto a estrenar la inocen-cia perdida. Sois vosotros mismos el mejor trofeo, y en el podium de la vida hay alguien que os aplaude, que os sostiene y acompaña, que os ve como salís de tantos infiernos para habitar sin rencor el cielo para el que nacisteis. Ese «alguien» no es alguien extraño que os usa y os tira, ese «alguien» es nada menos que Dios, y de Él sois su mejor danza, su más bella canción, sois en vuestra libertad nada menos que el trofeo del Señor.

Qué hermoso fue aquel congreso internacional, en el que yo no di la mejor lección. Recibid mi afecto y mi bendición.

Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca

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ZENIT Staff

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