LEÓN, lunes, 23 julio 2007 (ZENIT.org–El Observador).- Este fin de semana se hizo público un comunicado mediante el cual los obispos de la Provincia Eclesiástica de El Bajío, en el centro de México, condenan la violencia de que fueron víctimas los estados de Querétaro y Guanajuato por parte de una célula de un grupo guerrillero, autodenominado Ejército Popular Revolucionario (EPR).
Los obispos de El Bajío recuerdan en su comunicado que «los mexicanos sabemos que la violencia es un camino perverso que termina lastimando a todos, y particularmente a quienes de manera falsa pretende reivindicar».
El EPT ha estado ligado con movimientos de agitación social, particularmente en el Estado de Oaxaca.
Los actos cometidos por este grupo insurgente fueron sobre conductos de gas de la empresa paraestatal Petróleos Mexicanos, y dejaron sin combustible a buena parte de la región del centro-occidente del país, causando numeroso despidos de fábricas y pérdidas multimillonarias en empresas, principalmente agroindustriales y armadoras de autos.
TRABAJAR POR LA PAZ Y EL DESARROLLO
COMUNICADO DE LOS OBISPOS DE LA
PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE EL BAJÍO.
Con motivo de los recientes hechos de violencia
en los estados de Guanajuato y Querétaro
20 DE JULIO 2007
«El desarrollo es el nuevo nombre de la paz» decía el Papa Paulo VI («Populorum Progressio», 76-77). Esta afirmación tiene muchas implicaciones. Una de las más importantes consiste en descubrir que el desarrollo disminuye las violencias, y que la paz, a su vez, facilita el desarrollo.
Los obispos latinoamericanos hemos dicho recientemente que «la paz es un bien preciado pero precario que debemos cuidar, educar y promover todos en nuestro continente. Como sabemos, la paz no se reduce a la ausencia de guerras ni a la exclusión de armas (…) sino a la generación de una ‘cultura de paz’ que sea fruto de un desarrollo sustentable, equitativo y respetuoso de la creación» (Aparecida, 542).
Por ello, convencidos de que Cristo mismo nos ha anunciado que la violencia no es la que tiene la última palabra sino la paz que brota de la justicia y del amor, los obispos de la Provincia eclesiástica de El Bajío deseamos expresar nuestro mayor pesar por los lamentables y arteros actos de violencia que se han realizado en diversas instalaciones de PEMEX, y que han lastimado no solo a esta importante empresa paraestatal sino a muchas mujeres y hombres que laboran en diversas industrias que han sido vulneradas por falta de suministros necesarios para su adecuado desempeño. Afectar a través de la violencia a familias trabajadoras en sus empleos, en sus ingresos, en sus legítimas expectativas de mejora, es un grave pecado que clama al cielo.
Los mexicanos somos concientes de las múltiples inequidades que existen en nuestra sociedad. Sin embargo, nuestro pueblo ama la paz, la verdad y detesta la promoción de la división, del encono o de la violencia como métodos para la resolución de conflictos. Esta actitud se debe a que de manera gradual, pero sostenida, nuestra nación, a lo largo de su difícil historia, ha asimilado valores que brotan del aprecio y respeto a la dignidad humana, en especial, de quienes son pobres y marginados.
Sin necesidad de grandes discursos los mexicanos sabemos que la violencia es un camino perverso que termina lastimando a todos, y particularmente a quienes de manera falsa pretende reivindicar. En este sentido, exhortamos a nuestras autoridades civiles a que no claudiquen en su deber de informar con veracidad y oportunidad a la población cuando se suscitan situaciones como las referidas. Una alianza positiva entre Gobierno y sociedad a favor de la paz y de un Estado de Derecho solo se puede edificar a partir del compromiso oportuno y radical con la verdad, con el bien y con la justicia.
El Papa Benedicto XVI nos recuerda: «no hay duda de que las condiciones para establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la reconciliación y el perdón. De esta toma de conciencia, nace la voluntad de transformar también las estructuras injustas para establecer respeto de la dignidad del hombre creado a imagen y semejanza de Dios… Como he tenido ocasión de afirmar, la Iglesia no tiene como tarea propia emprender una batalla política, sin embargo, tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia» («Sacramentum Caritatis», 89). Por ello, los discípulos de Jesucristo no podemos ser indiferentes a estos hechos. La conciencia cristiana mira con atención la realidad y los acontecimientos que vivimos para proponer desde esa situación una verdad más grande que cualquier diferencia, herida o tensión: la necesidad de trabajar por amor y con amor por el desarrollo de todos, la urgencia de mostrar que existen siempre vías pacíficas para construir el bien común.
1. A los responsables de informar a la ciudadanía con veracidad les pedimos que hagan llegar con prontitud la información que ayude a tranquilizar a la opinión pública. La claridad en la información es uno de los pilares fundamentales en la relación confiada entre gobierno y sociedad.
2. A los ciudadanos les pedimos que no se dejen influir por noticias interesadas en causar espectacularidad, pero que en el fondo favorecen indirectamente la violencia. Como hemos señalad en este comunicad, quienes hayan sido los autores intelectuales y materiales de estos atentados no buscan en verdad la reivindicación de las clases populares; su método es favorecer el pánico. Si leemos con detenimiento la situación caeremos en la cuenta que solo buscan intereses ajenos a la superación de la pobreza.
3. A las familias que han sido afectadas de manera directa o indirecta a causa de la violencia, y en general, a todos aquellos que sufren por no gozar de oportunidades de desarrollo acordes a su dignidad, los obispos de la Provincia Eclesiástica de El Bajío les expresamos nuestra solidaridad más sincera y oramos para que el Señor los bendiga y los guarde en estos momentos de zozobra y de carencia.
4. Finalmente, invitamos a todos a contribuir a la construcción de una paz auténtica basada en la verdad, en la justicia, en el compromiso por el desarrollo y en el respeto irrestricto a los derechos de cada ser humano sin excepción. Solo cuando todos como sociedad trabajamos por la paz y el desarrollo aseguramos que nuestra nación se consolide sobre cimientos verdaderos, capaces de resistir las pruebas, y de crear caminos de verdadera reconciliación y liberación como Cristo nos enseña: «Bienaventurados los constructores de la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios»
Con nuestro saludo y bendición.
+ José G. Martín Rábago
Arzobispo de León
+ Mario De Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro
+ Lázaro Pérez Jiménez
Obispo de Celaya
+ José de Jesús Martínez Zepeda
Obispo de Irapuato