ROMA, domingo, 29 julio 2007 (ZENIT.org).- El ataque contra la religión comenzado por Richard Dawkins en su libro «The God Delusion» («La desilusión de Dios») no da signos de desfallecer. En los últimos meses algunos imitadores han publicado libros que siguen con la polémica.
En «God: The Failed Hypothesis» («Dios: La hipótesis fallida»), Victor J. Stenger se propone aportar una suerte de prueba científica de que Dios no existe. Stenger, profesor retirado de física y astronomía en la Universidad de Hawai, mantiene que el razonamiento científico ha progresado actualmente hasta tal punto que puede ofrecer «una declaración definitiva sobre la existencia o no existencia de un Dios que tenga los atributos que se asocian tradicionalmente con el Dios judeo-cristiano-islámico».
A Dios, sostiene, se le debería detectar por medios científicos, dado el papel que se supone que desempeña en el universo y en la vida humana. Pero ante este examen, afirma en los capítulos del libro, no hay huella de Dios.
Otro ataque procede del filósofo inglés A. C. Grayling. En una colección de breves ensayos titulada «Against All Gods» («Contra todos los dioses»), se propone aportar una alternativa a la religión, basada en la tradición filosófica occidental.
Grayling declara sus objeciones tanto a la religión en términos de sistema de creencia como en su papel institucional. Además, acusa a los defensores de la fe de ser «una comunidad evasiva, que busca evitar o rechazar las críticas deslizándose tras las abstracciones de la más alta teología».
Además de sus críticas a la fe, Grayling sostiene que la religión está tocada de muerte, pronta a ser reemplazada por un humanismo mucho más benigno.
Más polémica sobre la fe ha sido suscitada por «God is not Great: How Religion Poisons Everything» («Dios no es grande: Cómo la religión lo envenena todo»), de Christopher Hitchens. La calidad de los argumentos del libro, sin embargo, deja mucho que desear según muchos críticos. Por ejemplo, una recensión de Michael Skapinker, editor de la edición semanal del Financial Times, describía con términos como «andrajo intelectual y moral».
Esto no ha frenado el éxito del libro. Según un reportaje del 22 de junio en el Wall Street Journal, el libro ha vendido casi 300.000 ejemplares en sus primeras siete semanas.
Respuestas cristianas
Los ataques ateos no se han quedado sin contestación. En los últimos meses cristianos evangélicos han publicado en Estados Unidos dos breves libros como respuesta al ensayo de 2006 de Sam Harris, «Letter to a Christian Nation» («Carta a una nación cristiana»).
La primera es «Letter from a Christian Citizen» («Carta de un ciudadano cristiano»), de Douglas Wilson, ministro y profesor de teología en el New St. Andrews College, de Idaho. En el prefacio Gary Demar se hace eco de una opinión común entre quienes revisan el actual despliegue de libros antirreligiosos. «Los mismos cansinos argumentos que han sido respondidos de forma convincente por escritores cristianos durante siglos se han vuelto a sacar con la vana esperanza de que el ateísmo encuentre una nueva audiencia», observaba.
Wilson acusa a Harris de citar los textos de la Biblia de forma selectiva con el objetivo de poner en aprietos a los creyentes destacando normas culturales anticuadas. Un estudio más imparcial de la Biblia, especialmente del Nuevo Testamento, muestra la naturaleza revolucionaria del cristianismo, que derribó muchas de las prácticas paganas culturales injustas.
Wilson observa que Harris reduce la moralidad a un cálculo que implica felicidad y dolor. Si se regulara la conducta humana sobre esta base, sería fácil llegar a cometer abusos contra los demás.
Entre otras críticas Wilson también acusa a Harris de una interpretación superficial del problema que el mal plantea al creyente. Según Harris la mera existencia de un solo acto malvado es suficiente para poner en duda la idea de un Dios benévolo.
La segunda réplica a Harris es «Letter to a Christian Nation: Counter Point» (Carta a una nación cristiana: Contrapunto», de R. C. Metcalf. Harris, observa, crea algunos puntos basados en argumentos relacionados con las leyes del Antiguo Testamento, la esclavitud y la sexualidad humana en un intento de desacreditar la religión. Metcalf trata cada uno de estos temas, mostrando que en general el cristianismo ha sido una fuerza para el bien en la sociedad.
Además, sostiene Metcalf, el cristianismo proporciona el fundamento más seguro para un comportamiento moralmente correcto. En contraste un ateo no tiene tal fundamento.
Aportación de la religión
Otra defensa reciente de la religión vino del arzobispo canadiense Thomas Collins. Monseñor Collins recibió su palio de Benedicto XVI el 29 de junio tras ser nombrado arzobispo de Toronto en enero.
El 31 de mayo dio un discurso en el Empire Club of Canada titulado: «La aportación de la religión a la Sociedad». El arzobispo introdujo sus palabras refiriéndose a la forma en que la religión nos permite percibir el significado tanto del mundo material como de la vida humana.
«Vivimos en una red de relaciones, y a través de la fe vemos el patrón de conexiones que muestran el propósito de nuestro breve viaje por este mundo», afirmaba.
Esto resulta de especial relevancia en el mundo actual «en el que podemos convertirnos con facilidad en individuos solitarios, sin propósito ni dirección, desconectados, carentes de raíces, y moviéndonos hacia no se sabe donde cada vez más rápido», continuaba el arzobispo.
La principal parte de su discurso se dedicaba a presentar cuatro aportaciones que la religión hace a la sociedad.
1. La religión eleva a las comunidades locales en las que las que pueden florecer las relaciones humanas.
La Iglesia católica, explicaba, otorga gran importancia a la subsidiariedad que fortifica a las comunidades más pequeñas. Esto ayuda a las personas a relacionarse unas con otras de una forma más humana, basada en la reverencia por la dignidad personal de cada uno de los hijos de Dios.
La comunidad última, afirmaba monseñor Collins, es la familia, hoy bajo presión. La Iglesia católica celebra el matrimonio como el convenio estable de un hombre y una mujer, fieles en amor y abiertos al don de la vida, explicaba.
2. Las comunidades religiosas hacen aportaciones masivas al bien común de toda la sociedad a través de sus actividades de caridad y acción social.
Imaginen que ocurriría, preguntó a su audiencia, si de repente Toronto se viera privada de la asistencia social ofrecida cada día a los más vulnerables por las comunidades y organizaciones religiosas. Los cristianos emprenden estas labores de caridad motivados por las palabras de Jesús: Lo que hagáis por el menor de mis hermanos y hermanas, los hacéis por mí.
3. Las comunidades religiosas aplican a los temas actuales la sabiduría de su legado.
La gente religiosa discrepa sobre importantes temas de doctrina, explicaba monseñor Collins, pero comparten la reverencia por la persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios, y tienen en común una tradición de trabajo conjunto para tratar los temas sociales.
Hay una sabiduría en la tradición religiosa, añadía, compuesta no sólo de elementos que provienen de la fe, sino también de la experiencia y el uso de la razón.
«Lo que causa irritación a lo que profesan la fe laicista – y el laicismo es en sí mismo una forma de fe – es el gran valor para cualquier sociedad sana de una voz religiosa sólida que hable sobre temas de preocupación pública», afirmaba el arzobispo.
También se refirió a los argumentos en contra de la religión basados en los errores cometidos en nombre de la fe. Sería más justos, sin embargo, basar nuestro juicio sobre la religión mirando a quienes se es
fuerzan por vivir la realidad de su fe. «La justicia dicta que la religión sea juzgada por sus santos, no por sus pecadores», sostenía el arzobispo.
4. Las comunidades religiosas dotan a la sociedad de belleza.
La belleza, la verdad y la bondad son signos de la presencia de Dios y de lo que es más grande en la humanidad, explicaba el arzobispo Collins. Las comunidades religiosas dotan a la sociedad de belleza a través del arte, las obras de música y de literatura.
En conclusión el arzobispo afirmaba que lo que más importa en la vida no son las cosas que podemos pesar o medir en una escala material. Al contrario que el materialismo, que calificó de «última desilusión», la religión nos permite percibir la armonía, la belleza y, sobre todo, el amor.
Por el padre John Flynn, L. C.