ROMA, jueves, 19 julio 2007 (ZENIT.org).- La falta de fondos imposibilita que este año, después de casi una década, el secretariado italiano de la obra de derecho pontificio «Ayuda a la Iglesia Necesitada» (AIN) publique su «Informe sobre la libertad religiosa en el mundo».
En ese trabajo anual, se denuncian las violaciones de la libertad religiosa y las persecuciones que determinados gobiernos lanzan contra cristianos y otros grupos religiosos.
Aunque la edición de 2007 no se publicará por falta de recursos económicos, sus autores han desarrollado de todos modos la labor de análisis y han trazado la geografía del ataque a la liberad religiosa en los distintos países.
Para facilitar un mapa actualizado de tal situación, Zenit ha entrevistado a Andrea Morigi, periodista del diario italiano «Libero», director de «Radio María» y coordinador del Informe de AIN desde 1998.
--La mayor parte de los musulmanes en el mundo no es fundamentalista ni hostil a las personas de otras religiones o increyentes; con todo, en los países de mayoría islámica, la violenta intolerancia hacia quien no cree en el Corán e incluso hacia quien es sólo moderado parece aumentar... Violaciones de la libertad religiosa se han denunciado en Argelia, Malasia, Pakistán, Palestina, el Líbano... ¿Puede trazarnos un cuadro de la situación?
--Andrea Morigi: Si partimos de la crónica, cada día nos hallamos frente a graves hechos de intolerancia respecto a los llamados «infieles» que viven como minorías entre los musulmanes. La fuga ininterrumpida de los cristianos de Irak podría ratificar la desaparición definitiva de algunas comunidades entre las más antiguas, los sirios. Es verdad que la provocan los terroristas, conectados de forma más o menos variada a Al Qaeda; pero ciertamente no se registra una reacción popular en defensa de los perseguidos.
No sé si es por miedo a verse involucrados –a causa de la larga costumbre a no inmiscuirse en asuntos de otros madurada durante los años del régimen de Sadam Husein y debida más que nada a razones de supervivencia- o más bien por una cercanía ideológica al fundamentalismo. De hecho se asiste al aislamiento, interno y sobre todo internacional, de las víctimas, mientras se encuentra siempre a alguno dispuesto a «comprender» las razones de los terroristas. Tanto que los políticos y los diplomáticos que desearían mostrarse más sensibles llegan a concebir un plan que crearía una especie de «reserva india» en el norte de Irak, reuniendo ahí a los cristianos en peligro de muerte.
Ningún gobierno sin embargo considera que deba intervenir con un acto de ingerencia humanitaria, como sucedió durante la guerra de Bosnia, porque se siguen considerando la guerra santa como la consecuencia de la lucha contra el terrorismo, y no como un fenómeno endógeno connatural al islam. De igual modo, para no suscitar reacciones, se abandona a su suerte a todos los que sufren sometidos a la ley islámica. Ningún país está exento de ello, empezando por los más «liberales», como Túnez, donde en ningún caso le está permitido a una mujer musulmana casarse con un no musulmán.
En Arabia Saudí trabaja una policía religiosa, la Muttawa, que vigila el comportamiento islámicamente correcto de la población, realizando incursiones en las casas de los inmigrantes filipinos o indios que se reúnen para rezar el rosario o leer la Biblia, considerados delitos gravísimos en el territorio «santo» del islam y para los que se prevé cárcel, confiscación de todo bien y repatriación inmediata.
En otros lugares la presión se ejerce de forma distinta, impidiendo por ley la conversión a otras religiones o limitando administrativamente la difusión pública y privada del mensaje evangélico. Si se abandona el islam se puede sufrir la muerte en Irán, en Sudán, en Mauritania, mientras que en Pakistán se pierde la tutela de los propios hijos y el derecho de sucesión hereditaria de los propios familiares musulmanes. Y esto representa un problema de violación de la libertad religiosa de los propios musulmanes, completamente ignorado en nombre del relativismo cultural según el cual todo uso y costumbre hay que respetarlo si no se quiere ser acusado de imponer colonialmente las reglas de la civilización occidental.
--Violaciones a la libertad religiosa y problemas de seguridad personal en el ámbito de las comunidades musulmanas están brotando también en Europa. Las víctimas son en particular las mujeres y los musulmanes que rechazan y denuncian el terrorismo y el fundamentalismo. ¿Desea apuntar algo al respecto?
--Andrea Morigi: El mismo modelo multicultural se replica en todas partes. No es casualidad que en Italia sea precisamente un musulmán el que viva con escolta, el subdirector del «Corriere della Sera» Magdi Allam, el primero en convocar una manifestación por la libertad religiosa a principios de mes. Y en el proceso que se está siguiendo en Brescia por el homicidio de Hina Saleem, la chica pakistaní decapitada el 11 de agosto de 2006 por sus familiares por haber infringido las reglas de la «charia» [ley islámica, ndr.] viviendo como una occidental, han sido las mujeres musulmanas las que pidieron constituirse como parte civil, también para lanzar una señal de esperanza a todas las esposas e hijas de inmigrantes obligadas a vivir segregadas. Con ellas estaba también una única diputada, Daniela Santanchè, de Alianza Nacional. Y quien no ha movido un dedo para expresar solidaridad hacia las víctimas de la violencia ha tenido el valor de acusarla de haber instrumentalizado el caso.
Pues opino que bienvenidas sean las instrumentalizaciones si sirven para que se ponga de manifiesto la realidad de abusos y esclavitud que se esconde detrás y dentro de las mezquitas. Piense que el día después de la manifestación ante el tribunal de Brescia, Dounia Ettaib, líder de las mujeres marroquíes que se habían concentrado, fue agredida en la calle Jenner, a dos pasos del Instituto cultural islámico de Milán. Dos hombres le exigieron que dejara de echar tierra sobre el islam y la amenazaron físicamente. Es una ciudadana italiana, aún siendo inmigrante. Cosa que significa que van restringiendo los espacios de libertad también a nosotros, todos lo que hemos nacido y crecido en este país, como si la convivencia civil y las instituciones democráticas estuvieran dejando paso a zonas francas –se diría gérmenes de califato- en la que la soberanía nacional ha sido sustituida por la ley del Corán.
--Existen medidas contra la actividad misionera de los cristianos también en Tayikistán y Uzbekistán, ¿cierto?
--Andrea Morigi: Aún no ha desaparecido la herencia de los regímenes soviéticos. Aplastaron toda posibilidad de testimonio religioso durante setenta años y aún hoy los Estados que son sus sucesores tratan la cuestión religiosa como un problema de orden público. Está claro que, en los países limítrofes de Afganistán, la amenaza terrorista ligada al fundamentalismo existe y es concreta, pero la solución no consiste ciertamente ni en el dirigismo confesional ni en la imposición de límites a las religiones no islámicas. Un reciente proyecto de ley en Tayikistán hará prácticamente imposible la vida a los católicos, protestantes y baha'i, que en vano protestan sin que nadie, a nivel internacional, les escuche, más que la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).
Todo ello para acallar las protestas de los musulmanes, a quienes se les pone techo al número permitido de mezquitas y se les impide formar partidos confesionales. Mientras tanto, en Turkmenistán, los testigos de Geova Nuryagdy Gayyrov y Bayram Ashirgeldyyev han sido arrestados y los fieles de la Iglesia baptista han acabado cumpliendo condena de tres años en los campos de trabajo sólo por haberse declarado objetores de conciencia, co
mo le ha sucedido a Vyacheslav Kalataevsky, o por razones estrictamente religiosas, como en el caso de Yevgeny Potolov. Y a la represión no ha escapado ni siquiera el ex muftí Nasrullah ibn Ibadullah.
En Uzbekistán, además, hay una tempestad sobre las denominaciones minoritarias, como la Iglesia pentecostal del amor de Dios, los musulmanes y los Hare Krishna, con confiscación de libros y videos, detenciones y procesos –aunque pueda parecer paradójico- por violación de las leyes sobre la libertad religiosa. Finalmente –pero realmente no se acabaría jamás- hay 19, entre católicos y protestantes –entre ellos la joven de dieciséis años Feodora Andreyevskaya y la de catorce Yuliya Kosheleva-, que acabaron en la cárcel del 5 al 7 de julio en Bielorrusia por haber presentado una petición de cambio de la ley de 2002 sobre libertad religiosa. Obsérvese que las peticiones son del todo legales para la Constitución de Minsk.
--En los años precedentes el «Informe de Ayuda a la Iglesia Necesitada» no se ha ocupado sólo de la suerte de los católicos, sino también de los miembros de otras confesiones y nuevos movimientos religiosos. ¿Por qué?
--Andrea Morigi: Porque no sería católico actuar de otra forma. Se enumeran también las violaciones cometidas respecto a miembros de otras religiones no por afán de corrección política o ecuménica, sino porque el Concilio Vaticano II, en su Declaración sobre la libertad religiosa «Dignitatis humanae», reconoce tal derecho ante todo a los individuos, después a las comunidades. Y me parece poderlo interpretar en el sentido de que Nuestro Señor Jesucristo se encarnó, murió y resucitó por cada ser humano. Y con ello hizo también pública la primerísima declaración en la historia de los derechos humanos, que no se identifican y no se superponen con la «Libertas ecclesiae». Y esto obviamente no quita nada de verdad al hecho de que el Redentor haya constituido en la tierra una sola Iglesia en la que «han permanecido y permanecerán todos los elementos instituidos por Cristo mismo» y, como ha recalcado recientemente la Congregación [vaticana] para la doctrina de la fe, «esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica».
[La segunda parte de esta entrevista se publicará el viernes.]
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Jul 19, 2007 00:00