ROMA, miércoles, 19 septiembre 2007 (ZENIT.org).- Los cristianos deben sensibilizar a la opinión pública sobre la solidaridad hacia los países pobres, afirma el arzobispo Silvano Tomasi.
Lo explica en una entrevista concedida a Zenit el nuncio apostólico y observador permanente de la Santa Sede ante la Oficina de Naciones Unidas e Instituciones Especializadas en Ginebra.
–¿Cuáles son los instrumentos para evaluar las realidades con menos oportunidades del mundo que usa la diplomacia vaticana?
–Monseñor Tomasi: La Santa Sede trabaja en el contexto internacional, ante las Naciones Unidas, y en las agencias ligadas a las Naciones Unidas como estado «observador», lo cual implica el derecho a intervenir y participar en las actividades sin voto, de modo que pueda tener una postura más libre ante todos los Estados.
Además, trata de promover un discurso de apoyo y ayuda a los países menos desarrollados, sobre todo a aquellos en condiciones de pobreza extrema. En particular, la Santa Sede trata de crear una cultura pública, una opinión mundial en el contexto internacional, afirmando que los países desarrollados no sólo pueden tomar la decisión de ser solidarios con estas poblaciones más pobres sino que es una responsabilidad ética.
En segundo lugar, la Santa Sede trata de dar una ayuda real a estas poblaciones, no sólo a través del dinero que, a veces, facilita la corrupción, sino sobre todo mediante la preparación técnica, el intercambio de informaciones, el intercambio de patentes, de manera que se facilite el derecho a crear fármacos.
Luego, tratamos, mediante las estructuras existentes a nivel internacional y ligadas a Naciones Unidas, como la «United Nations Commission for Trade and Development», de llevar adelante la preparación de los países menos ricos, poniéndoles en condiciones de entrar en el comercio, porque uno de los conceptos importantes de la Doctrina Social de la Iglesia es el concepto de participación, según el cual, todos tienen derecho a participar en la vida internacional, tener acceso a los bienes comunes de manera justa, proporcionada y justificada.
–¿Cuál es su postura en el debate sobre la cancelación de la deuda de los países pobres?
–Monseñor Tomasi: Desde hace años, especialmente desde el Jubileo de 2000, varias organizaciones privadas, la Iglesia y el mismo Papa, exhortaron a la cancelación de la deuda de los países pobres, porque los intereses de la deuda son un peso tan oneroso que bloquea el desarrollo. Por tanto, soy favorable a que cuanto antes se condone esta deuda a los países más pobres y a aquellos más endeudados, de modo que algunos de los recursos disponibles de esta manera puedan ser canalizados hacia el desarrollo social, la atención a la sanidad, la educación de los niños, conducción de agua potable, de modo que se eleve lentamente el nivel de la calidad de vida.
–¿Considera que la sociedad civil está adecuadamente informada y participa de los problemas relativos al desarrollo de los países pobres?
–Monseñor Tomasi: La opinión pública está a menudo distraída por muchas cosas que no son tan esenciales. A veces las grandes tragedias o las campañas humanitarias atraen la atención por un momento, por un día, dos días. Hace tiempo, tuvimos el caso del «tsunami» en el sudeste asiático que ha creado una respuesta muy constructiva, muy positiva y generosa por parte de la gente. Pero tenemos otros «tsunamis». Tenemos miles de personas que cada día mueren de hambre, de malaria o sida. Y de estas tragedias silenciosas no se habla.
Los medios de comunicación a veces redactan algún informe, dan alguna información, pero luego se pierde, porque las noticias no se dramatizan y, por tanto, la atención pública se distrae. El hecho de que haya guerras en curso, muertos como consecuencia de los conflictos en África o en Asia, en Medio Oriente, deja una cierta indiferencia. Parece casi que nos hemos habituado a la normalidad de estas tragedias.
En mi opinión, a veces, para la gente, escuchar en el telediario que han sido asesinadas cien personas en Bagdad, otras veinte en Mogadiscio, que han muerto en una tragedia cincuenta refugiados en un campo de prófugos en África, no es muy distinto de ver una película para distraerse después del telediario. Por tanto, es importante, como cristianos, sensibilizar mediante la red de parroquias, grupos y movimientos, sobre el sentido de solidaridad hacia los más desheredados, para trabajar juntos por la paz, por un poco de progreso y una mejor calidad de vida también para estas personas lejanas.
–¿Comparte la opinión según la cual el abandono de la diplomacia multilateral, en favor de una vuelta al diálogo bilateral, es un peligro para la cooperación de la comunidad internacional?
–Monseñor Tomasi: Diría, sobre todo, que hay todavía mucho deseo de luchar y de negociar para seguir a nivel multilateral, de buscar soluciones a los problemas actuales, especialmente en el campo del comercio. Por ejemplo, el director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC), insiste en que debemos absolutamente seguir remando todos en la misma barca para poder verdaderamente ser eficaces, a largo plazo, incluso para los países desarrollados.
Sin embargo, en este momento, existe la tentación, en Europa y en otros Estados, de tratar de obviar una acción común necesaria y no contemplada mediante negociaciones a nivel bilateral. Pero esto tiene una consecuencia muy peligrosa. Porque el más fuerte tiende a imponer sus condiciones al más débil, de manera que la negociación no es de verdad equitativa. A largo plazo, esto puede tener como única consecuencia el mantenimiento del «statu quo», o sea la coexistencia de países ricos y pobres, y de esta manera la pobreza de hecho no se combate.
–En cuanto observador permanente de la Santa Sede en Ginebra, considera que las organizaciones internacionales con vocación económica, en especial la OMC, están optando por actuaciones que favorecen el desarrollo sostenible de los países del tercer mundo?
–Monseñor Tomasi: Estuve en la conferencia ministerial de Hong Kong, a finales de 2005, cuando LA OMC trató de evaluar el «Doha Development Round» y allí surgió claramente que, a pesar de los dificilísimos negociados, se puede llegar a acuerdos que benefician a todos. Por tanto, estas estructuras internacionales, que son necesarias para hacer funcionar la globalización de la economía, del mercado y de la cultura, en cierto sentido deben ser usadas de manera inteligente.
Tenemos que trabajar de manera inteligente a través de estas estructuras para llegar a objetivos que estén verdaderamente en línea con nuestros valores fundamentales, como cristianos y como familia humana. Si hay más riqueza que elimina la pobreza, vive mejor quien está en países ya desarrollados pero también quien debe entrar en este círculo de una vida digna.