BUENOS AIRES, miércoles, 26 septiembre 2007 (ZENIT.org).- La Conferencia Episcopal Argentina (CEA) ha recordado este miércoles que quedan pocos días para la beatificación de Ceferino Namuncurá, el primer santo mapuche, el próximo 11 de noviembre.
En la página dedicada a este héroe de la virtud, vinculado a la familia salesiana, se ofrecen materiales de lectura, reflexión y animación para que los fieles se puedan preparar «en el camino de celebrar la beatificación de Ceferino», indica la CEA.
La CEA invita a hacer click en «recuerdos ceferinianos» para «acompañar este acontecimiento tan importante para el pueblo patagónico y argentino». «Más allá de las discusiones históricas que rodean la figura de Ceferino –añade–, es indudable la llegada que su ejemplo ha tenido en el corazón de la gente», afirma.
«Es el pueblo quien ha guardado en su memoria el esfuerzo de hermandad de Ceferino y ha hecho posible este reconocimiento que la Iglesia da a la luz». Subraya.
El material que ofrece pertenece al municipio de Chimpay, de la Secretaría de Turismo, de la Obra Salesiana y de la agencia de noticias AICA.
«Esperamos contribuir con este material a dar testimonio de este anuncio esperanzador: «Ceferino, Hijo de Dios y Hermano de todos», concluye el comunicado a la prensa.
Ceferino Namuncurá, de los pueblos originarios de la Patagonia, no puede entenderse sin su tierra, sin el pueblo mapuche (que significa «gente de la tierra»), sin su familia (los Namuncurá) y sin la aportación de la cultura europea y el Evangelio de Jesús.
La evangelización de la Patagonia tiene que ver también con san Juan Bosco, que en la otra orilla del océano la vió en sueños como tierra de su acción. No sabía con qué estaba soñando e, indagando, el sacerdote turinés del siglo XIX supo que era la Patagonia.
Una vez fundada la Congregación Salesiana, don Bosco trata de concretar sus sueños y el 14 de diciembre de 1875 desembarca la primera expedición misionera y los salesianos son siempre urgidos por el santo apóstol de los jóvenes a entrar en la Patagonia.
El nuevo beato, Ceferino Namuncurá, vivió en una organización tribal, su padre fué cacique y participó de las creencias de su pueblo durante su infancia, mientras estuvo en Chimpay. Sus ancestros se remontan al gran cacique Calfucurá (Piedra Azul), su abuelo.
Manuel Namuncurá («garrón de piedra») sucede a Calfucurá. En mayo de 1882, ante una incursión del Mayor Daza, apenas logra escapar pero su familia cae en manos de los militares. Namuncurá se da cuenta que ya es imposible seguir resistiendo. El 5 de mayo de 1884, se rinde oficialmente y recibe el grado de coronel de la nación. Será enviado con su gente a Chimpay, en las cercanías del Fortín del mismo nombre.
Ceferino nace allí el 26 de agosto de 1886. Su madre es Rosario Burgos, según algunos, una cautiva chilena. En realidad, las fotografías que se conservan la muestran con rasgos claramente mapuches. Hablaba la lengua mapuche y, cuando fué sustituída como esposa por Namuncurá, buscó refugio siempre al amparo de grupos mapuches y nunca buscó a los huincas.
Ceferino crece en un ambiente mapuche. En la Navidad de 1888, es bautizado por el padre Domingo Milanesio y su acta de bautismo se encuentra en la Parroquia de Patagones.
A los tres años cae accidentalmente en el río y es arrastrado violentamente por la corriente; es devuelto a tierra cuando sus padres desesperaban de volverlo a ver. Este hecho fue considerado siempre por los suyos como milagroso y así transmitido por ellos. A los once años, le dice a Namuncurá: «Padre, las cosas no pueden seguir así. Quiero estudiar para ser útil a mi gente».
Manuel Namuncurá, tras una primera experiencia que nos gusta a Ceferino, se dirige al Colegio Pío IX de Almagro. Allí Ceferino es aceptado e ingresa el 20 de septiembre de 1897. Cuando el padre lo visita, Ceferino le dice que se siente plenamente feliz y que desea quedarse a estudiar en esa escuela.
Desde su ingreso, Ceferino muestra un interés excepcional por el Evangelio de Jesús. Tiene la conciencia viva de su presencia y la busca todos los días. Sin llamar la atención, pero con gran fidelidad.
Una de las grandes alegrías que tuvo el adolescente mapuche fue la gran misión que monseñor Cagliero realizó en la tribu Namuncurá. En esa misión, preparó personalmente al cacique quien, el 25 de marzo de 1901 realizó su primera comunión y luego su confirmación.
Ceferino dirá públicamente: «Yo también me haré salesiano y un día iré con monseñor Cagliero a enseñar a mis hermanos el camino del cielo, como me lo enseñaron a mí».
Hacia fines de 1901, aparecen los primeros síntomas de una enfermedad pulmonar. Al final, onseñor Cagliero decide apelar al último recurso: llevarlo a Italia. Al llegar, Ceferino va de descubrimiento en descubrimiento. Vive muy intensamente cada momento, con la profundidad del creyente.
El 19 de septiembre viaja a Roma. Vive una experiencia imborrable en el encuentro con el Papa Pío X. El joven mapuche dijo unas palabras en italiano al Papa, y éste le habló muy paternalmente, dándole su bendición a él y a su gente. Cuando todos se retiran, tras la audiencia, el secretario privado lo llama aparte y lo lleva al escritorio del Papa, donde éste le aguardaba con una amplia sonrisa. Vuelve a saludarlo y le entrega una medalla. Ceferino, con su sabiduría llena de humildad y discreción, los deja admirados a todos.
El 28 de marzo de 1905, es internado en el Hospital Fatebenefratelli, atendido por los hermanos de San Juan de Dios, en la Isla Tiberina.
Fallece en silencio el 11 de mayo de 1905. Sus restos son llevados al Campo Verano, cementerio de Roma, por un pequeño grupo de personas, donde queda en una humilde tumba.
En 1911 un salesiano argentino, el padre Esteban Pagliere lanza la idea de escribir una obra sobre Ceferino. El seminarista chileno Víctor Kinast averigua en Roma que, si no se provee a su exhumación, los restos de Ceferino serán colocados en una fosa común.
Se rescatan los restos del joven mapuche que, en 1924, son trasladados a Fortín Mercedes, sur de la provincia de Buenos Aires, que pareció el lugar más accesible para quienes ya veneraban la memoria del joven mapuche.
Desde su llegada a Argentina, muchísimos peregrinos pasan delante de su tumba para orar y encomendarse a su intercesión.