República Centroafricana: Iglesia y la lucha contra la brujería

ROMA, martes, 25 septiembre 2007 (ZENIT.org).- En la República Centroafricana la lucha contra la brujería es uno de los principales desafíos de la Iglesia.

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Así lo ha explicado en una visita a la asociación católica internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), el obispo Peter Marzinkowski, C.S.Sp. (misionero de la Congregación del Espíritu Santo de origen alemán) de la Diócesis de Alindao.

Según explicó, para muchas personas «no hay una explicación natural para la muerte, la enfermedad y las catástrofes naturales», por lo que buscan un chivo expiatorio al que cargar la culpa de la desgracia, acusándolo de brujería.

Puede ocurrirle a cualquiera, aseguró el obispo, cualquiera puede ser acusado bajo el más mínimo pretexto de haber practicado la brujería para hacerle daño a alguien, e incluso acabar muriendo por ello.

Y añadió que estos casos también se dan entre cristianos, pues entre muchos de ellos la fe aún no está lo suficientemente arraigada, con el resultado de que «a la menor dificultad, recaen en la forma de pensar tradicional».

La Iglesia está reforzando su compromiso pastoral con el fin de transmitir mejor la Buena Nueva de Cristo, que se basa sobre todo en el perdón, dijo el obispo Marzinkowski. «Debemos ayudar a esta gente a adquirir una nueva imagen de Dios y el hombre».

Muchas parroquias ya son muy activas en este sentido, añadió, y por propia iniciativa excluyen de la comunidad parroquial a personas que acusan a otras de brujería hasta que no perdonan a quienes supuestamente les han hecho daño.

El obispo informó de que, actualmente, sólo 38.000 de los 240.000 habitantes de la diócesis son católicos.

Para el obispo, el auge de la creencia en la magia es debido al miedo que domina actualmente en la sociedad. El sistema de asistencia social está «en ruinas», asegura, y las instituciones públicas como escuelas y hospitales han dejado de funcionar.

El dinero que debería invertirse en ayuda al desarrollo se destina principalmente a pagar la deuda que el país ha contraído con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

«Estos pagos están estrangulando al país», explica el obispo Marzinkowski. De ahí que la Iglesia deba acompañar a la gente y ayudarla a «descubrir las huellas de Dios». Ello implica también ayudarla a «asumir una responsabilidad por sus propias vidas, liberarse de la dependencia y alcanzar la libertad interior y exterior».

Para alcanzar este objetivo, continuó explicando el obispo, la Diócesis de Alindao ha puesto a la cabeza de su lista de prioridades la promoción de la educación escolar, sobre todo, en las zonas rurales que carecen de escuelas y maestros.

El Gobierno no está tomando ninguna iniciativa, por lo que la Iglesia intenta ayudar a la gente a aprender a ayudarse a sí misma. «No podemos proclamar el Evangelio y permanecer indiferentes a todo lo demás», dijo Marzinkowski, añadiendo que «una sociedad que carece de educación no puede evolucionar».

En sus visitas pastorales a las parroquias, que pueden abarcar hasta 200 poblados, el obispo se reúne con los sacerdotes, los jefes y habitantes de los poblados para intentar hacerles comprender la importancia de que sus hijos obtengan una formación escolar.

Sin embargo, no siempre puede dar por hecho la aprobación de la gente, pues muchas personas piensan que «pueden seguir viviendo como hasta ahora».

A pesar de ello, se esfuerza en hacer pensar a la gente, repitiéndoles una y otra vez la siguiente pregunta: ¿Quieren que sus hijos sean analfabetos por el resto de sus vidas o que estén en condiciones de construir la sociedad del futuro? En la práctica, a los poblados les toca entonces tomar ellos mismos la iniciativa, pues la Iglesia sólo puede animarlos a actuar.

La mayoría de las veces, la gente empieza con el material que tiene a mano –barro y paja–, para erigir una cabaña donde los niños estén protegidos del sol y la lluvia. Después deciden quiénes entre los alfabetizados son los más apropiados para «enseñar a sus hermanos y hermanas más jóvenes». Finalmente, la Iglesia se compromete a ayudar a los maestros a obtener una formación del Estado.

Según recalca el obispo Marzinkowski, cualquiera que se autodenomine «cristiano» debe sentirse responsable del bienestar de su vecino. El lema episcopal que eligió para su ordenación proclama que «la solidaridad produce gozo y vida». Poner en práctica este lema es «la obligación de todo cristiano», concluye.

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ZENIT Staff

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