CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 12 noviembre 2007 (ZENIT.org).- La emigración de los cristianos orientales preocupa a la Santa Sede y en particular a Benedicto XVI, reconoce el prefecto de la Congregación vaticana para las Iglesias Orientales.
«Tierra Santa es la tierra de todos. Es la familia de la que procedemos. Es la casa que hay que sostener y amar»: así sintetiza «L’Osservatore Romano» –en su edición italiana del 10 de noviembre de 2007- el llamamiento contenido en la entrevista concedida por el arzobispo Leonardo Sandri por el 90º aniversario del dicasterio y del Pontificio Instituto Oriental.
Cuando el entonces pontífice, Benedicto XV, dio origen a esta Congregación vaticana, «quiso ser su prefecto para manifestar claramente que la Iglesia de Cristo no es latina, ni griega, ni eslava, sino católica», y que «no se admiten discriminaciones entre sus hijos», explica el prelado, quien será creado cardenal el 24 de noviembre.
Y también noventa años atrás la iniciativa pontificia se tradujo enseguida en un instituto, «para que los orientales pudieran profundizar en el conocimiento de las tradiciones orientales y darlas a conocer al mundo latino», añade monseñor Sandri.
«La Congregación ha permanecido fiel al mandato papal: en el respeto de las competencias de las Iglesias individuales, ha promovido su vida pastoral, litúrgica y disciplinaria» –comenta–, y el Pontificio Instituto Oriental «ha dado el necesario apoyo cultural, empeñándose en la formación de los futuros pastores, de los consagrados y de los educadores también laicos».
Al visitar el dicasterio por su aniversario, Benedicto XVI recalcó que deseaba hacer de su pontificado una «peregrinación en el corazón de Oriente», y en su discurso se dirigió precisamente a los cristianos de esa región para asegurarles su voluntad de «permanecer a su lado» (v. Zenit, 11 junio 2007).
El diario de la Santa Sede pregunta al arzobispo Sandri sobre la respuesta del dicasterio al fenómeno de las migraciones, que priva de recursos a las comunidades de origen y crea problemas de integración y acogida.
«Éste es el auténtico reto del presente. Estamos preocupados por él junto al Papa. Las personas desarraigadas de sus tradiciones de origen corren peligro de perder los profundos valores religiosos que orientan la vida individual y comunitaria», explica.
En este contexto, el dicasterio del que es prefecto está atento «a los organismos vaticanos dirigidos a la pastoral migratoria y busca despertar responsabilidad en las comunidades eclesiales de origen y de destino sobre el incontenible fenómeno».
Esta Congregación «sostiene a los obispos y a los presbíteros de las distintas Iglesias encargados en este ámbito y favorece la creación de estructuras que consientan la pastoral en los ritos de pertenencia», prosigue el arzobispo Sandri.
«Pero se esfuerza igualmente –apunta– en sensibilizar a toda la comunidad católica» para que, «con la debida prudencia», «sea acogedora y capaz de involucrar a las instituciones públicas para que afronten el problema en las raíces».
Y las raíces se hunden «en la falta de paz, por la que sufren gravemente extensas regiones orientales», denuncia.
Para que exista en Tierra Santa y en las demás regiones orientales el necesario apoyo espiritual y material, la Congregación vaticana para las Iglesias Orientales da garantía de que las ayudas caritativas en favor de esas regiones se encaminen de manera ordenada y equitativa.
«Orden y equidad en la recogida y en la asignación estimulan el crecimiento de la ya encomiable caridad hacia los Santos Lugares», confirma monseñor Sandri.
El dicasterio «se prodiga para que en los lugares de la Redención no decaigan las piedras vivas, los fieles con sus pastores, que confiesan el nombre de Cristo», subraya. Y señala en particular la importancia de las peregrinaciones.
«A todos deseo alentar para que sientan familiar esa Tierra que el Papa Benedicto XVI, en la audiencia del pasado miércoles, llamó «testigo silenciosa de la vida terrena de Cristo»», si bien «la primera caridad sigue siendo, en cualquier caso, la invocación a Dios para que cese toda violencia», concluye.
Por Marta Lago