Discurso del Papa al Movimiento «Familias Nuevas»

Surgido del carisma de los Focolares

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 11 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI a un grupo del Movimiento «Familias Nuevas», surgido del carisma de los Focolares, el 3 de noviembre pasado.

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Queridos hermanos y hermanas:

Bienvenidos y gracias por vuestra visita. Provenís de los cinco continentes y pertenecéis al Movimiento «Familias Nuevas», nacido hace 40 años en el ámbito del Movimiento de los Focolares. Por tanto, sois una ramificación de los Focolares, y hoy formáis una red de 800.000 familias que actúan en 182 naciones, todas comprometidas a hacer de su casa un «hogar» que irradie en el mundo el testimonio de una vida familiar centrada en el Evangelio.
A cada uno de vosotros mi más cordial saludo, que se extiende también a todos los que han querido acompañaros a este encuentro. De modo particular, saludo a vuestros responsables centrales, que se han hecho intérpretes de los sentimientos comunes y me han ilustrado el estilo con el que trabaja y los objetivos de vuestro Movimiento. Agradezco el saludo que me han transmitido de parte de Chiara Lubich, a la que envío de corazón mi saludo y mis mejores deseos, dándole las gracias porque, con sabiduría y firme adhesión a la Iglesia, sigue guiando a la gran familia de los Focolares.

Como nos acaban de recordar, es precisamente en el ámbito de esta vasta y benemérita institución donde vosotras, queridas parejas de esposos, os ponéis al servicio del mundo de las familias con una acción pastoral importante y siempre actual, orientada según cuatro directrices: la espiritualidad, la educación, la sociabilidad y la solidaridad. En efecto, vuestro compromiso de evangelización es silencioso y profundo, orientado a testimoniar que sólo la unidad familiar, don de Dios-Amor, puede transformar la familia en un verdadero nido de amor, una casa acogedora de la vida y una escuela de virtudes y de valores cristianos para los hijos.

Ante los numerosos desafíos sociales y económicos, culturales y religiosos que la sociedad contemporánea debe afrontar en todas las partes del mundo, vuestra obra, verdaderamente providencial, constituye un signo de esperanza y un aliento a las familias cristianas para ser «espacio» privilegiado donde se proclame en la vida de cada día, incluso en medio de muchas dificultades, la belleza de poner en el centro a Jesucristo y de seguir fielmente su Evangelio.
El tema mismo de vuestro encuentro —«Una casa construida sobre roca: el Evangelio vivido, respuesta a los problemas de la familia hoy»— pone de relieve la importancia de este itinerario ascético y pastoral. El secreto es precisamente vivir el Evangelio. Por tanto, en los trabajos de vuestras asambleas durante estos días, además de las contribuciones que ilustran la situación en que se encuentra hoy la familia en los diversos contextos culturales, habéis previsto con razón la profundización de la palabra de Dios y la escucha de testimonios que muestran cómo el Espíritu Santo actúa en los corazones y en la vida familiar, incluso en situaciones complejas y difíciles.

Basta pensar en la incertidumbre de los novios ante opciones definitivas para el futuro, en la crisis de las parejas, en las separaciones y en los divorcios, así como en las uniones irregulares, en la condición de las viudas, en las familias que se encuentran en dificultades, en la acogida de los menores abandonados. Deseo de corazón que, también gracias a vuestro compromiso, se descubran estrategias pastorales que permitan salir al encuentro de las crecientes necesidades de la familia contemporánea y de los múltiples desafíos que debe afrontar, para que pueda cumplir su misión peculiar en la Iglesia y en la sociedad.
Al respecto, en la exhortación apostólica postsinodal «Christifideles laici», mi venerado y amado predecesor Juan Pablo II escribió: «La Iglesia sostiene que el matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos» (n. 40). Para cumplir su vocación, la familia, consciente de que es la célula primaria de la sociedad, no debe olvidar que puede sacar fuerza de la gracia de un sacramento, querido por Cristo para corroborar el amor entre el hombre y la mujer: un amor entendido como una entrega recíproca y profunda.

Como afirmó también Juan Pablo II, «la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa» («Familiaris consortio», 17). Así pues, según el proyecto divino, la familia es un lugar sagrado y santificador, y la Iglesia, desde siempre cercana a ella, la sostiene en su misión hoy más aún, puesto que son numerosas las amenazas que se ciernen sobre ella tanto desde el interior como desde el exterior.
Para no ceder al desaliento hace falta la ayuda divina; por eso, es necesario que todas las familias cristianas miren con confianza a la Sagrada Familia, la original «iglesia doméstica» en la que «por misterioso designio de Dios vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es, pues, el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas» (ib., 45).

Queridos hermanos y hermanas, la humilde y santa Familia de Nazaret, icono y modelo de toda familia humana, os dará su apoyo celestial. Pero es indispensable que recurráis constantemente a la oración, a la escucha de la palabra de Dios y a una intensa vida sacramental, junto con un esfuerzo continuo por vivir el mandamiento de Cristo del amor y del perdón. El amor no busca su interés, no toma en cuenta el mal recibido, sino que se alegra con la verdad. El amor «todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (cf. 1 Co 13, 5-7).

Queridos hermanos y hermanas, proseguid vuestro camino y sed testigos de este Amor, que os transformará cada vez más en «corazón» y «levadura» de todo el Movimiento «Familias Nuevas». Os aseguro mi recuerdo en la oración por cada uno de vosotros, por vuestras actividades y por cuantos encontréis en vuestro apostolado, y con afecto os imparto ahora a todos la bendición apostólica.

[Traducción distribuida de la Santa Sede
© Copyright 2007 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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