«La familia se ha convertido en el chivo expiatorio de todos nuestros males»

Entrevista con la profesora Carla Rossi Espagnet

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ROMA, domingo, 18 noviembre 2007 (ZENIT.org).- El matrimonio es presentado como «culpable» de casi todos los problemas que sufren las personas. Esta mentalidad negativa, explica Carla Rossi Espagnet, hace más difícil el que los jóvenes se entusiasmen por la opción matrimonial.

La teóloga italiana lo expone a Zenit hablando de su libro publicado en italiano sobre la enseñanza de la Iglesia y la familia titulado «Familia y libertad. La vida familiar cristiana y el Magisterio de la Iglesia», publicado por «Ares» en Milán.

La autora es doctora en teología por el Instituto Juan Pablo II para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia de Roma.

Desde el año 2003 dirige el curso «Amor, familia y educación» en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas «Apollinare» en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

–Usted afirma el matrimonio es visto a menudo como «un camino repleto de obstáculos». ¿Cuál es el motivo?

–Rossi: Para empezar, vemos que el matrimonio ya no goza de la aceptación social general y se ha convertido en cierto sentido en el chivo expiatorio de todos nuestros males: por ejemplo, si uno tiene dificultades relacionales –¿y quién no las tiene?– se piensa enseguida que es culpa de las tensiones entre los padres, si uno no tiene éxito en los estudios es porque le ha faltado el apoyo familiar, si no es capaz de armonizar las relaciones profesionales significa que no fue capaz de convivir con la inseguridad cuando era pequeño, etcétera…

Evidentemente en estas consideraciones hay algo de auténtico, porque el contexto familiar es el más importante en la historia de cada uno de nosotros, pero tanto para lo bueno como para lo malo.

En cambio, si lo usamos casi exclusivamente para explicar el mal, es decir los fenómenos negativos o pesados de la existencia, el matrimonio acaba perdiendo su valor positivo a los ojos de la gente.

Entonces es normal que un joven dude sobre la conveniencia de casarse. Y no me refiero en este momento a una conveniencia de tipo material, que necesita incluso considerar, sino a la bondad de la elección en cuanto tal, es decir, a la pregunta: «¿No sería mejor para mí quedarme solo?». Y la respuesta favorable al matrimonio no se ve como una ventaja.

A esta indecisión inicial se añade la debilidad para afrontar las dificultades que la unión –como cualquier otro compromiso– suscita inevitablemente con el pasar del tiempo.

Actualmente el amor se ha erigido como el componente decisivo de la elección matrimonial –y éste es un paso adelante con respecto de las épocas en que las bodas se decidían por conveniencias económicas o políticas–, pero a menudo en la mentalidad común no está claro que el amor no es estado, sino un acto.

Quiero decir que el hecho de amar a una persona hasta querer compartir la propia vida con ella no es una situación estática sino un proceso.

Amarse significa cumplir actos de amor recíprocos y nuevos, y no detener el tiempo en el instante del éxtasis amoroso.

Por esto el amor siempre es novedad, no estancamiento. Pero solicita cierto empeño, el deseo de continuar construyendo la relación, sustentándola allí dónde sea débil, reforzándola allí dónde sea fuerte.

–El Magisterio tiende a iluminar. ¿Qué se puede decir a quien no ve en el Magisterio sobre la familia y la vida una luz, sino una especie de control?

–Rossi: Hay personas que tienden a ver en la Iglesia una institución orientada al control de las conciencias y, por tanto, instintivamente recelan de sus enseñanzas.

Estas personas olvidan que se encuentran de frente a una realidad que desarrolla la obra caritativa más grande ejercida en la historia.

No niego que la Iglesia tenga sus límites y que desafortunadamente también su acción esté marcada por el pecado, pero no hace falta tampoco olvidar su contribución positiva para aliviar los malestares, la pobreza, las enfermedades, las situaciones de injusticia e ignorancia de millones de personas en todo el mundo.

Recuerdo esto, aparentemente desligado del tema de la pregunta, porque creo que el servicio de la caridad –que para la Iglesia es esencial, como Benedicto XVI ha recordado en la encíclica «Deus caritas est»– encuentra precisamente en el Magisterio una de sus formas más elevadas.

La verdad nos supera y nunca podemos alcanzarla plenamente con nuestra inteligencia limitada, pero eso no quiere decir que no podamos saber nada de ella.

A las personas que recelan de la Iglesia, les digo que no olviden qué hace la Iglesia en todo el mundo y en la historia: es cierto que tiene sus límites, pero también tiene sus cualidades.

–¿Qué quiere decir que la familia es una Iglesia doméstica?

–Rossi: La expresión fue usada por primera vez por el Concilio Vaticano II, en la constitución «Lumen gentium» en el número 11, y significa que la familia basada en el matrimonio cristiano vive el amor entre Cristo y la Iglesia, y lo difunde, a través de la vida de oración y sacramental, con el ejercicio del amor y de todas las virtudes, y con la tarea educativa recíproca entre padres e hijos.

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ZENIT Staff

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