CIUDAD DEL VATICANO, martes, 27 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI a la Confederación de cofradías de las diócesis de Italia el pasado 10 de noviembre.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra acogeros y os saludo a todos vosotros, que idealmente representáis el vasto y variado mundo de las cofradías presentes en todas las regiones y diócesis de Italia. Saludo a los prelados que os acompañan y, en particular, a monseñor Armando Brambilla, obispo auxiliar de Roma y delegado de la Conferencia episcopal italiana para las cofradías y las asociaciones, agradeciéndole las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo al doctor Francesco Antonetti, presidente de la Confederación de las cofradías italianas, así como a los miembros de los consejos directivos y a vuestros consiliarios.
Vosotros, queridos amigos, habéis venido a la plaza de San Pedro con vuestros trajes característicos, que evocan antiguas tradiciones cristianas muy arraigadas en el pueblo de Dios. Gracias por vuestra visita, que quiere ser una manifestación coral de fe y, al mismo tiempo, un gesto que expresa adhesión filial al Sucesor de Pedro.
¿Cómo no recordar inmediatamente la importancia y la influencia que las cofradías han ejercido en las comunidades cristianas de Italia ya desde los primeros siglos del milenio pasado? Muchas de ellas, suscitadas por personas llenas de celo, se han convertido pronto en asociaciones de fieles laicos dedicados a poner de relieve algunos rasgos de la religiosidad popular vinculados a la vida de Jesucristo, especialmente a su pasión, muerte y resurrección, a la devoción a la Virgen María y a los santos, uniendo casi siempre obras concretas de misericordia y de solidaridad.
Así, desde los orígenes, vuestras cofradías se han distinguido por sus formas típicas de piedad popular, a las que se unían muchas iniciativas de caridad en favor de los pobres, los enfermos y los que sufren, implicando a numerosos voluntarios, de todas las clases sociales, en esta competición de ayuda generosa a los necesitados. Se comprende mejor este espíritu de caridad fraterna si se tiene en cuenta que comenzaron a surgir durante la Edad Media, cuando aún no existían formas estructuradas de asistencia pública que garantizaran intervenciones sociales y sanitarias a los sectores más débiles de la colectividad. Dicha situación ha perdurado a lo largo de los siglos sucesivos, podríamos decir hasta nuestros días, en que, a pesar del incremento del bienestar económico, todavía no han desaparecido las bolsas de pobreza y, por tanto, hoy como en el pasado, queda mucho por hacer en el campo de la solidaridad.
Sin embargo, las cofradías no son simples sociedades de ayuda mutua o asociaciones filantrópicas, sino un conjunto de hermanos que, queriendo vivir el Evangelio con la certeza de ser parte viva de la Iglesia, se proponen poner en práctica el mandamiento del amor, que impulsa a abrir el corazón a los demás, de modo especial a quienes se encuentran en dificultades.
El amor evangélico, amor a Dios y amor a los hermanos, es el signo distintivo y el programa de vida de todo discípulo de Cristo, así como de toda comunidad eclesial. Es evidente que en la sagrada Escritura el amor a Dios está íntimamente unido al amor al prójimo (cf. Mc 12, 29-31). «La caridad —escribí en la encíclica “Deus caritas est”— no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia» (n. 25). Sin embargo, para comunicar a los hermanos la ternura previdente del Padre celestial es necesario surtirse en el manantial, que es Dios mismo, mediante momentos prolongados de oración, mediante la escucha constante de su Palabra y mediante una existencia totalmente centrada en el Señor y alimentada con los sacramentos, especialmente la Eucaristía.
En la época de grandes cambios que estamos atravesando, la Iglesia en Italia os necesita también a vosotros, queridos amigos, para llevar el anuncio del Evangelio de la caridad a todos, recorriendo caminos antiguos y nuevos. Así pues, vuestras beneméritas cofradías, arraigadas en el sólido fundamento de la fe en Cristo, con la singular multiplicidad de carismas y la vitalidad eclesial que las distingue, han de seguir difundiendo el mensaje de la salvación en medio del pueblo, actuando en las múltiples fronteras de la nueva evangelización.
Para cumplir esta importante misión, necesitáis cultivar siempre un amor profundo al Señor y una dócil obediencia a vuestros pastores. Con estas condiciones, vuestras cofradías, manteniendo bien firmes los requisitos de «evangelicidad» y «eclesialidad», podrán seguir siendo escuelas populares de fe vivida y talleres de santidad; podrán seguir siendo en la sociedad «fermento» y «levadura» evangélica, contribuyendo a suscitar la renovación espiritual que todos deseamos.
Por tanto, es vasto el campo en el que debéis trabajar, queridos amigos, y os animo a multiplicar las iniciativas y actividades de cada una de vuestras cofradías. Os pido sobre todo que cuidéis vuestra formación espiritual y tendáis a la santidad, siguiendo los ejemplos de auténtica perfección cristiana, que no faltan en la historia de vuestras cofradías. Muchos de vuestros hermanos, con valentía y gran fe, se han distinguido a lo largo de los siglos como sinceros y generosos obreros del Evangelio, a veces hasta el sacrificio de la vida. Seguid sus pasos. Hoy es más necesario que nunca cultivar un verdadero impulso ascético y misionero para afrontar los numerosos desafíos de la época moderna.
La Virgen santísima os proteja y os guíe, y desde el cielo os asistan vuestros santos patronos. Con estos sentimientos, formulo para vosotros aquí presentes y para todas las cofradías de Italia el deseo de un fecundo apostolado y, a la vez que os aseguro mi recuerdo en la oración, os bendigo a todos con afecto.
Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2007 – Libreria Editrice Vaticana