Dominicas en Cuba: La oración libera

Entrevista a sor Ofelia y sor Yolanda, religiosas de clausura en la isla

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LA HABANA, domingo, 10 febrero 2008 (ZENIT.org).- Cuando se cumplen 800 años de la fundación por Santo Domingo de las contemplativas dominicas en Francia, Zenit ha visitado el monasterio de «Santa Catalina de Siena», en Nuevo Vedado, Cuba.

¿Cómo es la vida de las monjas de clausura? ¿Qué es la contemplación y cómo alcanzarla? En la clausura ¿son felices? A estas y otras preguntas responden la priora del monasterio sor Ofelia de San José, mexicana, que lleva 15 años en Cuba, y sor Yolanda del Niño Jesús, cubana, con 44 años en la Orden.

El convento se fundó el 29 de abril de 1688, en La Habana. Las primeras monjas no fueron extranjeras, sino nacidas en Cuba. Quisieron ser religiosas, pero no había cupo en el único monasterio existente. Fundaron un monasterio bajo la advocación de Santa Catalina de Siena, en la Orden de Monjas Dominicas. Cuando la Habana se hizo muy bulliciosa se trasladó a El Vedado. Desde 1984, están en el edificio actual, en una de las zonas de expansión de La Habana.

En él residen siete monjas: dos cubanas, dos mexicanas y tres colombianas. Además de la vida de oración, se dedican a confeccionar y bordar objetos y ornamentos litúrgicos.

–Una joven que llega al convento, ¿tiene entre sus propósitos alcanzar la contemplación?

–Sor Yolanda: Sí. Pero esto no es como alcanzar un grado académico. Es sólo deshacerse de todo para ponerse a disposición de Dios, que da, ilumina y transforma. El da la fuerza y entonces es como un vaciarse de todo para que el Señor lo llene.

Santo Domingo no nos amarró a ningún método. Propuso un camino muy sencillo de oración. El decía: primero leer sobre las Sagradas Escrituras, el Oficio Divino, o lo que tuviera. De la lectura a la oración; de la oración a la meditación; y de la meditación a la contemplación. Ese fue el único método que nos dejó. Entonces, ahí se inicia la muchacha para que lea, profundice y haga sus peticiones, sus oraciones; que reflexione y así el Señor se le manifieste. La contemplación uno no la adquiere, sino que el Señor da la luz.

–Cuando alguna de ustedes siente el llamado espontáneo a hacer oración, a la contemplación ¿no interrumpe su labor?

–Sor Ofelia: No se interrumpe. Cuando uno vive en esa unión con Dios puede seguir con el trabajo, pero unido firmemente a Él. Yo puedo coser, limpiar, hacer todo lo que sea, pero no me voy de esa unión con Dios, que se vive en cada instante…

–Sor Yolanda: No es un momento para guardar en una gaveta; se debe vivir en ambiente de contemplación. ¡Y a veces el Señor habla más cuando estamos trabajando que cuando estamos orando…!

–Podemos decir entonces que no neutralizan ese llamado al recogimiento, sino que tratan de llevar una oración continua…

–Sor Ofelia: Así es. Una oración continua que se vive en cada momento, y en todo lo que se hace está Dios presente. Eso lo puedo decir por experiencia, que yo puedo estar limpiando o cocinando y siento al Señor ahí.  ¡Todo lo que se hace es por amor a Dios!

–Sabemos que las palabras son insuficientes para explicar qué es la contemplación. ¿Cómo la describirían de acuerdo con su propia experiencia?

–Sor Ofelia: ¡Esa experiencia con Dios es algo tan personal! ¡Ese encuentro que es entre Dios y uno mismo, que se pierde uno en aquel silencio, en aquel tiempo, digamos, que Dios entra en nuestra alma, en nuestro corazón, para que Él haga lo que Él desea, y nosotros dejarnos en ese amor divino! Sin embargo, esa experiencia, esa contemplación, siempre he visto que… ¡no sólo se queda en mí, sino que hago partícipe a los demás, a mi propia comunidad, a todos los fieles, a todas las personas que conozco, que quiero y que no conozco; porque soy consciente de que esa experiencia llega a todo oído; porque lo he visto, lo he comprobado en el momento en que uno se deja amar por Dios! ¡Y ese amor divino no se puede expresar con palabras!

–Sor Yolanda: Cuando uno se inicia en el camino de la vida de oración, de lo primero que debemos darnos cuenta es de quién es uno: ¡un pecador! Que por sí mismo no puede nada y debe convencerse de eso. Porque siempre hay personas muy autosuficientes que se creen capaces de muchas cosas. Y el Señor les hace ver que uno no es nada; que todo lo tiene por Él. Entonces, ya una vez que uno está en esa entrega y búsqueda del Señor, ¡Él es quien se hace encontrar! Y se nos manifiesta de distintas maneras. Es decir, Dios es amor. Y cuando uno dice Dios es bueno, esto nos lleva a disfrutar del Señor sin abusar con presunción de la gracia de Dios. Yo creo que es un carácter de la espiritualidad dominicana el no quedarse disfrutando sólo de Dios. O sea, al entrar en contacto con Dios, entramos en contacto también con la humanidad, y sentimos ese deseo de que todos amen al Señor y se lo pedimos: ¡que todos lo adoren y alaben!

–Ustedes en la clausura se encuentran alejadas del mundo, pero ¡cuán cerca de él y del ser humano están, de sus dolores y esperanzas! ¿Qué testimonio pueden darnos de ello?

–Sor Yolanda: El Santo Padre Pablo VI, hablando de esa unión que tenemos las monjas espiritualmente con el mundo, decía que en los monasterios vibran en su más alta tensión todos los sentimientos, pasiones, deseos y necesidades de la humanidad. Yo creo que eso va en  nuestra oración: vibramos  lo más intensamente posible. Por eso es que somos generadores de la vida y de la gracia con la ayuda del Señor…

–¿Qué recomendarían a las jóvenes cristianas sin vocación para la vida conventual pero que sienten un vivo deseo de crecer en el espíritu y de amar a Dios en profundidad?   

–Sor Yolanda: Pues que dediquen cada día un rato a su oración personal. Eso las va introduciendo en la vida de la virtud y las hace personas libres y dignas, que en realidad  es la vocación cristiana: la dignidad suprema en Cristo.

–¿Cómo definirían sus vidas de clausura y la motivación para permanecer en ella? ¿Se sienten felices?

–Sor Ofelia: Yo me siento feliz en mi vocación; es como si fuera por primera vez. Para mí la vida en la clausura no es una rutina: es un amanecer diferente pues cada día tiene sus alegrías, tristezas y preocupaciones. Pero hay más felicidad. Cuando uno se entrega más a Dios y pasan los años -lo digo por experiencia- la clausura, la vida contemplativa ¡es un regalo de Dios!

–Sor Yolanda: Pienso igualmente que es un gran regalo de Dios la vida contemplativa, y que cada día es algo nuevo. No hay lugar para la rutina como creen las personas, porque diariamente hay cosas nuevas desde el encuentro con el Señor hasta lo que pueda suceder más adelante. También su presencia es novedad, es obra de su  misericordia y amor infinitos en el mundo y entre nosotras… ¡Sí, puedo decirlo: soy también muy feliz…! 

Por Eduardo Quiñones García

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ZENIT Staff

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