ROMA, 28, abril 2008 (ZENIT.org).- «Hemos elegido abandonarnos totalmente en las manos de los hombres y de Dios para ensanchar nuestro corazón. Nos hemos convertido en pobres porque esperábamos todo de los otros». Tras una peregrinación de casi 6.000 kilómetros, de París a Jerusalén, Edouard y Mathilde Cortès están de regreso. Explican por qué eligieron hacer esta peregrinación y cómo la han vivido.
Publicamos a continuación la segunda parte de esta entrevista. La primera parte fue publicada en Zenit el 25 de abril de 2008.
–A nivel espiritual, ustedes partieron con un espíritu de abandono total en Dios. ¿Tienen el sentimiento de que Él les ha acompañado y de que le conocen mejor hoy?
–E. y M. Cortès: Paso a paso, hemos experimentado que el hombre no vive sólo de pan, que no es sólo un ser de carne. Esta marcha ha revelado en nosotros una música interior, el canto del alma. Día tras día, hemos hecho brotar otra riqueza, la de la fe. Con Jesús, nuestros pies rumiaban «donde está tu tesoro, está tu corazón».
Hemos descubierto la fuerza de la oración del pobre: la de un niño que grita su angustia, su cólera a su padre esperando todo de él. «Danos hoy nuestro pan de cada día…». La oración del pobre, del niño que dice «gracias Papá» por esta persona conocida, por estos higos encontrados al borde del camino, por la sombra de un árbol a la hora de una parada, por este fuego que rescalda en el lugar de la acampada.. Peregrinar es aprender a reconocer la presencia divina en nuestras vidas.
Cogíamos cada día el rosario, la mano de la Virgen María. Al hilo de cada padrenuestro y avemaría, se deslizaba una intención especial que nos había sido confiada, sobre todo las que han enviado por mail los lectores de Zenit.
Hemos descubierto la meditación de los pies. Los pasos, por su ritmo lento, dejan al espíritu vagabundear más lejos que todas las bellas fórmulas. Sin grandes discursos ni impulsos místicos. Es la oración del corazón. La que escucha antes de hablar.
Desde hace dos mil años, esta ruta hacia Jerusalén ha sido recorrida por millares de peregrinos, vagabundos o aventureros. Marchamos con ellos, no teniendo el sentimiento de realizar una hazaña sino de formar parte de las ovejas que van hacia su Pastor. Nos hemos mantenido sobre todo por la oración y los pensamientos de nuestras familias, nuestros amigos, de muchos que marchaban en su pensamiento con nosotros. Es una experiencia de comunión más allá de los kilómetros.
Nos ha hecho falta aprender a perdonar a los que nos han rechazado. Sacudir el polvo de sus sandalias, no en un gesto de desdén sino para dejar allí el mal y los rencores. No es algo fácil. El polvo se queda adherido.
Lo más bonito de esta marcha fue tratar de abandonarse en Dios. En este campo, nada se aprende del todo. Cada día, cada instante es necesario renovar la confianza a tu cónyuge, a los otros, a Dios. Esta marcha era nuestro primer paso.
–Estos meses de esfuerzos, de pruebas pero también de alegría, seguramente han hecho madurar su relación de pareja. ¿Tienen la impresión de haber aprendido cosas importantes para lograr su vida de pareja?
–E. y M. Cortès: Hemos vivido en modo extremo nuestros primeros meses de matrimonio: 24 horas al día juntos, no es normal. Este viaje ha sido como una alegoría de la vida de pareja: una expedición de larga duración que exige una buena dosis de intrepidez, de confianza y de perseverancia.
En pareja, nada resiste en el camino, ninguna máscara. Fatigas, perezas, orgullos… es tiempo perdido quererlos ahuyentar. Imposible dejarse embaucar, ver al otro como se quisiera que fuese. Así hemos podido hacer un trabajo de verdad sobre cada uno. Y a cambio hemos podido aprender a aceptar al otro tal como es. Sobre todo hemos aprendido que el amor no es sólo un sentimiento. Vivimos hoy de un amor que queremos construir todos los días, como en el camino, con lágrimas o cantando.
Creer que el otro nos comprende naturalmente sin palabras es un error. Lo que va bien sin decirlo, va mejor diciéndolo: ¡es preciso comunicar! Nuestras reacciones frente a los acontecimientos son muy diferentes, lo que implica prestar siempre atención al otro, a lo que se recibe de él. Estas diferencias de percepción no han conducido a menudo a discutir, fuertemente a veces, a causa de incomprensiones. La ocasión para aprender a pedirnos perdón, a recibir y aceptar el perdón del otro.
Los escépticos murmuraban cuando partimos: «Se van a separar antes de llegar», «era necesario partir antes del matrimonio, para ver si la pareja resiste». Muy al contrario, lo que nos ha hecho marchar es el habernos comprometido de por vida. Teníamos un proyecto común, el de alcanzar Jerusalén. Sin proyecto de pareja, se adormece. Lo que nos hizo progresar fue que queremos amarnos. Sin voluntad se acaba por dejarse. Lo que nos hizo avanzar fue nuestro deseo común de la Jerusalén celeste. Los grandes deseos llevan a la Vida.
–Y ahora, ¿qué proyectos tienen?
–E. y M. Cortès: Estamos escribiendo un libro que aparecerá en francés, en la editorial XO, en octubre de 2008 con nuestro cuaderno de ruta y nuestro testimonio. Para mantenerse informados, pueden consultar el sitio: http://www.enchemin.org
[Para leer algunos extractos del cuaderno de ruta, cf. Zenit del 12, 13, y 14 de noviembre de 2007]
Por Gisèle Plantec, traducido del francés por Nieves San Martín