María, impulsora del ecumenismo

Según la teóloga Jutta Burggraf

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PAMPLONA, miércoles, 7 mayo 2008  (ZENIT.org).- María es «maestra y compañera en el camino» del ecumenismo, asegura la teóloga alemana Jutta Burggraf, especialista en Teología de la creación, Teología ecuménica y Teología feminista.

Burggraf es doctora en Psicopedagogía, doctora en Sagrada Teología y profesora agregada de Teología dogmática en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra y ha estado en Roma recientemente para presentar el «Diccionario de Teología» de la Editorial EUNSA. Zenit la ha entrevistado.

–¿Puede María impulsar el ecumenismo?

–Burggraf: Ciertamente. No podemos olvidar que el verdadero protagonista del movimiento ecuménico es el Espíritu Santo. Por tanto, es aconsejable que una persona que quiere trabajar en serio por la unidad de los cristianos, tome a María como maestra y compañera en el camino: su docilidad al Espíritu puede considerarse el núcleo íntimo de una auténtica actitud ecuménica.

La veneración a nuestra Madre se fundamenta en la Sagrada Escritura. María canta en el Magnificat: «Desde ahora, todas las generaciones me llamarán bienaventurada». Estas palabras son una profecía y, a la vez, una misión para la Iglesia de todos los tiempos.

Los cristianos no inventaron nada nuevo cuando comenzaron a alabar a María. En cambio, descuidarían algo que les fue encomendado, si no lo hicieran. Se alejarían de la palabra bíblica, y no glorificarían a Dios tal como Él quiere ser glorificado.

–María es protagonista de fiestas litúrgicas no sólo en la tradición católica.

–Burggraf: En los tiempos anteriores a las grandes separaciones de Oriente (siglo XI) y de Occidente (siglo XVI), las primeras generaciones cristianas habían ya empezado a celebrar algunas fiestas marianas. Así, por ejemplo, la fiesta de la Dormición es conocida en Jerusalén en el siglo VI, y en Constantinopla hacia el año 600. Como se supone que María murió muy suavemente, con mucha paz y con la gran alegría de unirse con su Hijo, no se habla de «muerte», sino de «Dormición».) Tanto los ortodoxos como los musulmanes celebran hoy esta fiesta el 22 de agosto, y la preparan con 15 días de ayuno. Hacia finales del siglo VII, fue introducida en Roma, donde pasó a llamarse «Asunción de Santa María».

En el siglo VIII, se celebraba en Oriente la fiesta de la Inmaculada Concepción, sin dar muchas explicaciones teológicas al respecto: el pensamiento oriental prefiere el misterio, el occidental, en cambio, la claridad analítica. También Lutero fue favorable a esta fiesta. Además, el reformador solía cantar el «Magnificat» cada día, según cuenta la tradición.

–Hablemos algo más sobre los ortodoxos y su veneración a María.

–Burggraf: Para los ortodoxos, el primer título de María es Theotokos, «Madre de Dios», usado frecuentemente en los himnos y en las ricas obras iconográficas. El himno Akathistos (que literalmente significa «estando de pie», porque se canta en esta posición) es el himno mariano más famoso en Oriente. Ha sido compuesto a finales del siglo V por un autor desconocido. Como dice un escritor moderno, está bien que el himno sea anónimo. «Así es de todos, porque es de la Iglesia».

Hay, además, un rasgo común a casi todos los iconos de la Virgen en Oriente. María es representada como Madre de Dios que lleva al Niño Jesús en los brazos. Estas imágenes confiesan la fe en la maternidad divina de María.

La veneración a María no sólo se muestra en abundantes y solemnes fiestas durante el transcurso del año litúrgico. Aparte de las 32 fiestas de los coptos, la liturgia etíope celebra, por ejemplo, el 10 de febrero la Consagración de todas las iglesias del mundo a María. Los ortodoxos tienen también innumerables advocaciones, con las que se dirigen a la Madre de Dios: «María, Madre del Astro que nunca se pone», «Aurora del místico día», «Oriente del sol de gloria».

Desde el siglo XIV, el monte Athos es el principal foco de espiritualidad monástica en Oriente. Según una antigua leyenda, la Virgen María se había refugiado allí, junto con el evangelista San Juan, porque les había sorprendido un temporal durante un viaje por mar hacia Chipre. Y María había escuchado una voz: «Este lugar es tu propiedad, tu jardín, tu paraíso; y es además un puerto de salvación para los que quieren ser salvados».

–¿Y la actitud de los protestantes con respecto a María?

–Burggraf: Algunos han dicho que, con la veneración de María, los cristianos habrían «caído», desde la altura de la veneración del único Dios, a la alabanza del ser humano. En realidad, no es así. Cuando alabamos a María, veneramos a Dios. Quien alaba una obra de arte, alaba al artista que la ha hecho. Si estoy fascinada con las pinturas «El aguador de Sevilla» o «Las Meninas», la alabanza recae en Diego Velázquez que las realizó.

La Iglesia venera en María la realización más perfecta de la obediencia en la fe. Esto es algo que pueden aceptar también los cristianos evangélicos y, de hecho, muchos lo afirman cada vez más claramente. No quiere decir que la Madre de Jesús -como la llaman los protestantes- haya sido un instrumento pasivo en las manos de Dios.

Al contrario, su entrega humilde y obediente sólo fue posible gracias a una gran actividad interior que manifiesta, a su vez, libertad y madurez. Pues sólo una persona que es «dueña» de sí misma, puede darse alegremente a los demás. Sólo a quien se siente auténticamente libre, no le molesta ser «esclava».

María no fue pasiva, sino receptiva; estuvo dispuesta a recibir los dones divinos. Esta actitud constituye una condición necesaria para llevar una vida cristiana: quien no deja entrar a Dios en su vida, no puede recibir la fe ni las demás gracias, y tampoco puede desarrollar plenamente sus capacidades. La esclava del Señor es también la reina de los cielos.

Obediencia y sencillez no tienen nada que ver con una cierta inferioridad o timidez. El Papa Pablo VI resaltó hace unas décadas que María era «una mujer fuerte que conocía pobreza y sufrimiento, huida y exilio.» No vaciló en cantar con audacia que Dios viene en ayuda de los humildes y oprimidos, y derroca a los poderosos de su trono.

María, en efecto, «revolucionó» el orden establecido y colaboró poderosamente en nuestra liberación. Pero la «revolución» iniciada a través de ella, no forma parte de un concepto político. Es mucho más radical que cualquier acontecimiento exterior, porque comienza en el núcleo de nuestra intimidad: nos trae la liberación de los pecados, la conversión del corazón y la transformación de nuestra mentalidad.

A la vez, María nos revela «el rostro materno de Dios». Nos hace más fácil comprender la ternura y bondad divinas, tal como también otras personas que viven en unión con Dios.

El teólogo protestante Helmut Thielicke cuenta en su autobiografía que, en una visita que hizo a un convento católico en Austria, las religiosas le causaron una gran impresión. Lo describe así: «Mi espíritu se elevó –dice–, mientras paseaba mi mirada por los diferentes rostros allí congregados. Todas ellas parecían tener rasgos únicos, eran una especie de trabajo artesanal –primoroso– de Dios…. No había rastro de un patrón de fisonomías de moda, imitación o uniformidad… Me impresionó especialmente la belleza de estos rostros tan mayores, que habían sido moldeados por el Espíritu».

Por Miriam Díez i Bosch

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ZENIT Staff

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