OAKLAND, sábado, 14 junio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje pastoral emitido por monseñor Allen Vigneron, obispo de Oakland (Estados Unidos) con motivo del reconocimiento otorgado a las parejas del mismo sexo.
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Queridos hermanos y hermanas:
La reciente decisión de la Corte Suprema del Estado de California parece indicar que nos dirigimos-al menos por un tiempo-hacia un orden social en el que las parejas del mismo sexo podrán contraer matrimonio legalmente. Esto es algo de profunda importancia y yo, como Obispo, deseo hablarles al respecto y ofrecerles mi apoyo pastoral y orientación.
En estos momentos no puedo referirme a todo lo que hace falta mencionar sobre este tema, pero quisiera ofrecerles algunos puntos importantes que nos dan una idea de nuestra situación:
El punto fundamental es que el matrimonio es una realidad instituida por Dios en el mismo acto de la creación de la raza humana. Según el plan irrevocable de Dios, la relación matrimonial solamente es posible entre un hombre y una mujer. Los propósitos de esta relación son: 1) que los esposos se amen y apoyen mutuamente y 2) que estén abiertos a la vida, con amor, trayendo hijos al mundo y formándolos como personas virtuosas y productivas. La experiencia de la historia, tanto en la antigüedad como en nuestros tiempos, nos enseña que ningún gobierno tiene el poder de cambiar el orden que Dios ha establecido en la naturaleza humana.
La convicción de que las parejas del mismo sexo no pueden contraer matrimonio es una convicción que todos los católicos afirmamos implícitamente cuando profesamos en nuestras promesas bautismales que compartimos la fe de la Iglesia de que el «Padre Todopoderoso es el Creador del cielo y de la tierra.»
Esta convicción sobre el matrimonio, aunque se confirma por la fe, puede adquirirse por medio del razonamiento. Por lo tanto, nuestros esfuerzos por preservar esa visión del matrimonio en las leyes de nuestra comunidad no constituyen imposición de una ideología, sino un servicio que le rendimos a la verdad por el bien común. Esta manera de ver la naturaleza del matrimonio no es una forma de discriminación, sino que constituye el fundamento de nuestra libertad para vivir de acuerdo al plan que Dios nos ha trazado.
Sus sacerdotes y yo, al igual que los diáconos y los otros compañeros de trabajo, nos comprometemos a apoyarlos a ustedes en el ejercicio de su vocación bautismal. Como nos recuerda el segundo Concilio Vaticano, Dios les ha dado la misión de conformar el orden civil al plan que El ha establecido. De este modo, a través de Cristo y con la ayuda de Su Espíritu Santo, están haciendo ustedes de este mundo una ofrenda grata a Dios Padre.
A mi manera de ver, los retos que debemos enfrentar son de dos tipos: (1) los inmediatos y (2) los de largo plazo. En estos momentos, los católicos, en su capacidad de ciudadanos fieles, están llamados a conformar nuestras leyes referentes al matrimonio al conocimiento que tenemos sobre la naturaleza del mismo. A largo plazo, si nuestros esfuerzos fracasan, nuestro modo de vida se tornará contra-cultural, lo cual es siempre una situación difícil para los cristianos-algo a lo que nuestros antepasados se enfrentaron en épocas pasadas, y que el Señor mismo nos predijo. Es más, aunque nuestros esfuerzos tengan éxito, todavía nos quedaría mucho por hacer. Todavía estaríamos viviendo en una sociedad donde muchos aceptan convicciones que a la larga son perjudiciales para la integridad de la vida humana y acarrean consecuencias negativas para nuestra felicidad en este mundo y en el otro. Su misión será, entonces, como siempre lo ha sido, ser luz y levadura para la nueva creación establecida en Cristo. Los recursos de La Teología del Cuerpo, desarrollada por el difunto Papa Juan Pablo II, serán muy útiles en esta tarea.
Yo haré todo lo que esté a mi alcance, como pastor principal de la Iglesia en la Diócesis de Oakland, para orientarlos sobre la manera de responder a esta situación en los meses y años venideros. Y yo sé que sus sacerdotes se unen a mí en este compromiso.
Sobre todo, no nos desanimemos. Como nos recordaba constantemente Juan Pablo II: «No teman.» Cristo ha resucitado. Su visión del mundo y del lugar que en él le corresponde al matrimonio, se convertirá, en el momento que El disponga, en la verdad de nuestro mundo.