Jean Vanier: En la Eucaristía, "Jesús me ama como soy"

Intervención del fundador de El Arca en el Congreso de Quebec

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QUEBEC, jueves, 19 junio 2008 (ZENIT.org).- La Eucaristía es el don por excelencia que ha recibido la humanidad en el que cada persona puede experimentar que «Jesús me ama como soy», explica Jean Vanier.

El fundador de la comunidad de El Arca (http://www.larche.org) conmovió a los participantes en el Congreso Eucarístico Internacional, que se celebra esta semana en Quebec, al evocar la vivencia de la primera comunión de un niño de París con discapacidad mental.

«Tras la Eucaristía, que había sido una fiesta de familia, el tío, padrino del niño, dijo a su mamá: ‘¡Qué liturgia tan bella! ¡Qué triste que él no haya comprendido nada'».

«El niño escuchó estas palabras y con lágrimas en los ojos le dijo a su mamá: ‘No te preocupes, mamá, Jesús me ama como soy'».

Jean Vanier, quien está a punto de cumplir los ochenta años, hijo del Gobernador General de Canadá, fundó en 1964, en París, las comunidades del Arca, en donde personas fragilizadas por discapacidades mentales conviven con quienes deciden vivir con ellas.

Continuando con su relato, explicó: «Este niño tenía una sabiduría a la que todavía no había llegado el tío: la Eucaristía es el don de Dios por excelencia».

«Este niño es testigo de que la persona con una discapacidad, a veces profunda, encuentra vida, fuerza y consuelo en y a través de la comunión eucarística», añadió Vanier.

«¿No se trata de un llamamiento que debe escuchar toda la Iglesia?», se pregunto.

En El Arca, reveló, «hemos experimentado que si prestamos atención a las necesidades más profundas de las personas con discapacidad, podemos ver su deseo de comunión en el momento de la Eucaristía».

Vanier deseó que el Congreso Eucarístico Internacional sirva para redescubrir el «don de la amistad de Jesús en su presencia real en la Eucaristía y que tratemos de vivir todos una presencia real junto a las personas débiles y rechazadas».

Citando a san Pablo (I Corintios 12) recordó que «los más débiles en la Iglesia, los menos presentables y aquellos a los que escondemos, son indispensables para la Iglesia y deben ser honrados».

«Ser amigo de los pobres, por tanto, no es una opción, aunque sea preferencial -advirtió–. es el sentido mismo de la Iglesia. Los pobres, con el grito que lanzan para entablar relaciones, nos molestan. Si les escuchamos, despiertan nuestros corazones e inteligencias para que juntos formemos la Iglesia, el cuerpo de Cristo, fuente de compasión, de bondad y de perdón para todos los seres humanos».

Por Jesús Colina

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ZENIT Staff

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