CIUDAD DEL VATICANO, lunes 23 de junio de 2008 (ZENIT.org).- La Iglesia relanza su misión a inicios del siglo XXI a partir del amor que irradia la Eucaristía, explica el portavoz vaticano, sintetizando los frutos del Congreso Eucarístico Internacional de Quebec.
El padre Federico Lombardi, S.I., director de la Oficina de Información de la Santa Sede, ha analizado los objetivos de este encuentro, que ha reunido del 15 al 22 de junio a representantes de la Iglesia de todo el mundo, en el editorial del último numero de «Octava Dies», semanario del Centro Televisivo Vaticano.
Recordando el tema del Congreso, «La Eucaristía, don de Dios par la vida del mundo», el sacerdote explica que estos congresos «son siempre manantiales de renovación espiritual, ocasión para hacer conocer mejor la santísima Eucaristía, que es el tesoro más precioso que nos ha dejado Jesús».
«Son, además –asegura–, un empuje para la Iglesia para difundir en todos los ámbitos de la sociedad y testimoniar, sin dudas, el amor de Cristo».
Benedicto XVI participó pronunciando la homilía por satélite en la eucaristía dominical de clausura en la ciudad francófona, que celebra los cuatrocientos años de fundación, cuatro siglos de evangelización.
«La Eucaristía es verdaderamente el centro de la vida de la Iglesia», dice el padre Lombardi, explicando que el final del pontificado de Juan Pablo II había subrayado con insistencia esta realidad: con su última encíclica, «Ecclesia de Eucharistia», con el año de la Eucaristía y con el Sínodo de los obispos dedicado al argumento.
El Congreso de Quebec, de hecho, fue convocado por el mismo Papa Karol Wojtyla.
La Eucaristía también es protagonista de este nuevo pontificado que ha sintetizado en la exhortación apostólica, «Sacramentum caritatis» las conclusiones del Sínodo de la Eucaristía. Buena parte de los escritos de Benedicto XVI no son más que meditaciones eucaríticas.
«Debemos ser conscientes de que la vida cristiana depende vitalmente del manantial de la Eucaristía; cada día y, en particular cada domingo. Como decían los antiguos mártires: ‘¡Sin la celebración dominical no podemos vivir!'», concluye el padre Lombardi.