Pedro y Pablo, “una cosa sola” en el testimonio del martirio por Cristo

Afirma el Papa en la Solemnidad de los Santos, Columnas de la Iglesia

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes 30 de junio de 2008 (ZENIT.org) San Pedro y San Pablo “mueren por el único Cristo y, en el testimonio por el cual dan la vida, son una sola cosa”, afirmó Benedicto XVI este domingo, día en el que se recuerdan a los Santos Pedro y Pablo, patronos de la diócesis de Roma y Columnas de la Inglesia universal.

A través de su martirio, explicó, Pedro y Pablo “se han convertido en hermanos” y son juntos “los fundadores de la nueva Roma cristiana”, explicó durante la homilía de la Misa en la cual participó también el Patriarca ecuménico Bartolomé I, recordando que una de las imágenes preferidas de la iconogradóa cristiana es precisamente el abrazo de los dos Apóstoles de camino al martirio.

“Mediante el martirio, mediante su fe y su amor, los dos Apóstoles indican dónde está la verdadera esperanza, y son los fundadores de un nuevo tipo de ciudad, que debe formarse siempre de nuevo en medio de la vieja ciudad humana, la cual sigue amenazada por las fuerzas contrarias del pecado y del egoísmo de los hombres”.

Para Pablo, recordó el Pontífice, Roma era “una etapa en el camino hacia España, es decir, -según su concepto del mundo- hacia el borde extremo de la tierra”. Ir a Roma, por tanto, era para él “expresión de la catolicidad de su misión”.

Si el viaje de Pablo hacia Roma subrayaba el hecho de que la Iglesia es “católica”, el de Pedro remite a la idea de su ser “una”: “su tarea es la de crear la unidad de la catholica, de la Iglesia formada por judíos y paganos, de la Iglesia de todos los pueblos”.

La “misión permanente de Pedro”, explicó el Papa, es por tanto la de hacer que la Iglesia “no se identifique nunca con una sola nación, con una sola cultura o con un solo Estado”, sino que sea “siempre la Iglesia de todos”, que “reúna a la humanidad más allá de toda frontera y, en medio de las divisiones de este mundo, haga presente la paz de Dios, la fuerza reconciliadora de su amor”.

Benedicto XVI se dirigió posteriormente a los 40 Arzobispos Metropolitanos a quienes ha entregado el palio, recordándoles que “cuando tomamos el palio sobre los hombros, este gesto nos recuerda al Pastor que toma sobre sus hombros la oveja perdida, que por sí sola no encuentra el camino hacia casa, y la devuelve al establo”.

“Los Padres de la Iglesia han visto en esta pequeña oveja la imagen de toda la humanidad, de la entera naturaleza humana, que se ha perdido y no puede encontrar el camino a casa. El Pastor que la devuelve a casa puede ser solamente el Logos, la Palabra eterna de Dios mismo”.

En la Encarnación, explicó, “Cristo nos ha tomado a todos nosotros -la oveja ‘hombre’- sobre los hombros, y “en el camino de la Cruz nos ha llevado a casa”.

Cristo, con todo, “quiere tener también hombres que ‘lleven’ con Él”, y ser pastor de la Iglesia de Cristo “significa participar en esta tarea, de la cual el Palio hace memoria”.

El Palio, observó, “se convierte en símbolo de nuestro amor por el Pastor Cristo y de nuestro amar junto con Él; se convierte en símbolo de la llamada a amar a los hombres como Él, junto con Él”.

En su primera Carta, ha recordado el Papa, san Pedro se define de hecho synpresbýteros, es decir, con-presbítero, fórmula que “contiene implícitamente una afirmación del principio de la sucesión apostólica: los Pastores que se suceden son Pastores como él, lo son junto con él”.

De la misma forma, el “con” tien otros dos significados: la colegialidad de los Obispos -”todos nosotros somos con-presbíteros. Nadie es Pastor por sí solo” y la comunión “con Pedro y con su sucesor como garantía de la unidad”.

El Papa terminó la homilía recordando que san Pablo expresó “lo esencial de su misión, como también la razón más profunda de su deseo de ir a Roma, en el capítulo 15 de la Carta a los Romanos en una frase extraordinariamente bella”, definiéndose como llamado “a servir como liturgo de Jesucristopara los gentiles, administrando como sacerdote el Evangelio de Dios, para que los paganos lleguen a ser una oblación grata, santificada por el Espíritu Santo”.

“El Santo habla de la liturgia cósmica, en la que el mundo mismo de los hombres debe convertirse en adoración a Dios, oblación en el Espíritu Santo”, observó.

“Cuando el mundo entero se haya convertido en liturgia de Dios, cuando en su realidad llegue a ser adoración, entonces habrá llegado a su meta, entonces se habrá salvado – concluyó-. EY éste es el objetivo último de la misión apostólica de san Pablo y de nuestra misión”.

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ZENIT Staff

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