La “lectio divina”, obediencia dócil al Dios que habla (I)

Entrevista al padre Bruno Secondin

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ROMA, jueves 21 de agosto de 2008 (ZENIT.org).- La Palabra de Dios debe ser profundizada y analizada a través de una preparación correcta, pero no tiene necesidad de nuestras reflexiones o actualizaciones para tener nueva eficacia, porque en sí misma posee una fuerza dinámica de revelación y de liberación.

Así lo afirma el sacerdote carmelita Bruno Secondin, quien en esta entrevista concedida a Zenit recorre la historia de esta antigua práctica que se remonta a la espiritualidad de los primeros cristianos, y de la que se había perdido hasta el nombre, a partir del año 1500, a pesar de haber constituido el núcleo típico de la vida espiritual de generaciones enteras de creyentes.

El padre Secondin, profesor ordinario de Teología espiritual y Espiritualidad moderna en la Universidad Pontificia Gregoriana, ha estudiado en Roma, Alemania y Jerusalén.

En el marco de la Iglesia de Santa María in Traspontina, en la Via de la Conciliación (cerca del Vaticano), el padre Bruno Secondin preside desde 1996 unos encuentros de lectio divina que se celebran dos veces al mes.

A este método de lectura espiritual de la Biblia ha dedicado ya una decena de publicaciones, aunque ninguna de ellas ha sido aún publicada al español.

Sobre la postura desconfiada de algunos exégetas frente a la invasión de experiencias populares de «lectio divina», el padre Secondin explica que «es verdad que hace falta una resonancia vital, pero es también igualmente cierto que no se puede dejar a la emoción a rienda suelta. Hace falta también una base de seriedad».

–La historia de la «lectio divina» parece como un «Guadiana», que desde sus orígenes y tras haber atravesado muchos devocionalismos y haber sido reemplazada en algunos momentos por la meditación o la oración mental, reaparece con el Concilio Vaticano II, cuando se puso un fundamento teológico a la centralidad de la Palabra en la vida de la Iglesia.

–Bruno Secondin: El devocionalismo había aparecido antes, y al contrario, la Biblia se había reducido a una cantera de fantasías personales, incluso desde el punto de vista de la reflexión teológica, porque se había perdido el sentido dominante de la Palabra de Dios. Se hacía de ella sólo una especie de apoyo a la explicación filosófica y teórico-cognitiva.

El redescubrimiento de la «lectio» viene después de toda una serie de movimientos que han abierto la carrera. Fueron los protestantes quienes retomaron la Sagrada Escritura e hicieron de ella una pasión a través de las Sociedades Bíblicas. Después, este tipo de sensibilidad contagió también al mundo católico, sea para defenderse de algunas reconstrucciones bíblicas, sea por la exigencia de retomar seriamente esta fuente de identidad.

Los inicios del siglo XX han conocido este empeño, apoyado también por una parte de los Papas, que pretendía volver a poner en el centro la Escritura. Pero también han sido testigos de las dificultades, las resistencias, el miedo a «protestantizar» afirmaciones que a veces, a pesar de estar fundamentadas, eran desconcertantes para la conciencia colectiva de entonces. Por ejemplo, entonces se afirmaba que el libro de Isaías era uno y no tres.

Antes de este movimiento, y después en concomitancia con él, se dio el movimiento litúrgico, el cual, tomando conciencia de las banalizaciones de la Escritura y del uso de las fuentes bíblicas, ha querido promover un uso más rico, más amplio, más significativo, más valorado de la Palabra de Dios, lo que trajo como consecuencia una presencia de la Escritura más profundizada, pero también a la aportación e la experiencia, típica de la liturgia.

En el movimiento eclesiológico y en la recuperación de la Iglesia como «pueblo», como conciencia colectiva que responde a una relación vital con el Señor y no simplemente una estructura organizativa, hay toda una teología que promueve conceptos como «communio«, «fraternitas«, «mysterium«.

Después está el movimiento cristocentrico, que recupera en Cristo una variedad de aspectos, de riquezas, de reflexiones, menos típicos respecto a la teología neoescolástica y menos «embadurnados» de formas populares, para ofrecer a través de la investigación histórica sobre Jesús una contextualización más auténtica.

El movimiento patrístico, apoyado en la recuperación de la sabiduría de los Padres, ha provocado también la recuperación de la metodología, de la estructura del razonamiento teológico, que era el comentario bíblico, en el fondo también una "lectio sapientiae». Todo esto ha actuado como «humus» muy rico para toda la Iglesia, del que el Concilio ha sacado sus grandes directrices.

Y la «lectio» ha resurgido como una gran tradición antigua que se había perdido o que se había transformado en una «lectio spiritualis», es decir, en lecturas bíblicas de sentimientos, elucubraciones pías, introspección psicológica, etc. en lugar de ser una exposición a la verdad de la Palabra, que está hecha de la presencia de Dios, que habla y que elabora contigo una vida, y no se limita a contarte historietas.

La «lectio» emerge en este contexto, después de haberse perdido y haberse convertido en un «río subterráneo» en su momento más glorioso, en el año 1200. Es decir, cuando el cartujo Guigo II (+1188) compuso esa joya que es la carta a su amigo, el monje Gervasio, con el título Scala claustralium, y que representa un poco como la «Carta Magna», ya que ilustra los cuatro grados o etaas de esta experiencia («lectio», «meditatio», «oratio», «contemplatio») que aún hoy son bien acogidos. Y sin embargo, ya en aquel momento la «lectio divina» habñia empezado a ceder el puesto a la «lectio spiritualis».

Por ello la vida de los santos, privilegiando la piedad individual y una aproximación meditativa, daba un impulso aún mayor a toda aquella filosofía aristotélica que ha desbancado a los razonamientos de los monjes, de los Padres, a favor de los principios lógico-cognitivos.

Por tanto, le infligió un golpe mortal, y empujó al pobre pueblo a nutrirse como podía, hasta el punto que la misma liturgia se ha transformado en grandes funciones, en grandes fenómenos celebrativos, o en espacios utilizados por el pueblo simplemente para categorías emotivas, para salvar el alma o por precepto.

Se puso por delante la espiritualidad individual de las devociones, de las emociones, en las que la Palabra también seguía estando presente, ya que de tanto en tanto sobresalían autores que ponen de manifiesto la importancia de la reflexión, de la meditación de la Palabra. Pero detrás de todo aquello estaba la «meditatio» psicológica.

La recuperación comenzó sólo alrededor de 1950. Antes había habido algún pionero, como las Jerónimo o Benito o algunos Papas. De hecho, en el centenario de san Jerónimo, el Papa Pío XI recordó la «lectio» y la importancia de dedicarse a ella, y también Pío XII en la «Divinu afflante Spiritu» (1943) invitaba a retomar esta riqueza sapiencial. Pero no fue un golpe de llama que lo incendiara todo.

Ciertamente, la recuperación de los Padres y de la teología monástica han destapado una riqueza enterrada. Sucesivamente, la Biblia se hizo familiar a todos, hasta que el Concilio Vaticano II confirmó la gran necesidad de nutrirse de la Palabra, como afirma el capítulo VI de la «Dei Verbum», que en su número 25 pide a todos los creyentes, especialmente a los sacerdotes y catequistas, la «pia lectio», la «assidua sacra lectio», acompañada de la «oratio» y la»praedicatio».

Tras el Concilio, empieza a aparecer frecuentemente, gracias a pioneros como monseñor Andrea M. Magrassi, obispo de
Bari, y Enzo Bianchi, prior de la Comunidad di Bose, y de algunos maestros como el cardenal Carlo Maria Martini, arzobispo emérito de Milán, aún antes de ser cardenal. En la práctica es en los años 80 cuando llega a todo el pueblo.

Las órdenes religiosas y las congregaciones al final del Concilio habían ya empezado a introducir estas palabras casi en sustitución de la meditación mental, por amor a la Escritura pero no con la conciencia que tenemos nosotros ahora. Faltaba el principio teológico de la «lectio divina», que es una práctica en la que tu no pones de tu parte, sino que es Dios quien te ofrece la posibilidad de recibir la luz, de hacerte transformar. El actor principal no eres tú, como en la «meditatio» y en la oración mental, en la que pones la cabeza, el corazón, la voluntad, los propósitos.

(La segunda parte de esta entrevista se publicará el viernes

Por Mirko Testa, traducción de Inmaculada Álvarez)

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ZENIT Staff

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