La “lectio divina”, obediencia dócil al Dios que habla (II)

Entrevista al padre Bruno Secondin

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ROMA, viernes 22 de agosto de 2008 (ZENIT.org).- La escucha de la Palabra de Dios debe tener como lugar privilegiado la liturgia, y por tanto el objetivo de la «lectio divina» no puede ser otro que una iniciación apropiada a la gran celebración. Pero, al mismo tiempo, no puede agotarse en ella, sino que debe traducirse en una práctica de vida.

Así lo asegura el padre Bruno Secondin, carmelita, que desarrolla su actividad pastoral en Roma, y que trabaja en la reelaboración de la espiritualidad en los nuevos contextos eclesiales y culturales.

La primera parte de la entre vista fue publicada el 21 de agosto.

–En el Instrumentum Laboris para el próximo Sínodo de los Obispos, la «lectio divina» viene indicada como «un elemento pastoralmente significativo que debe ser valorado» para la educación y la formación espiritual de los presbíteros, de las personas de vida consagrada y de los laicos, pero que requiere «una oportuna pedagogía de iniciación». ¿Qué opina al respecto?

–Padre Secondin: Se apela a la teología de la «lectio», a una catequesis, a una pasión eclesial por la Palabra de Dios. Pero esto comporta un problema: el desafío de formar animadores para la «lectio». La novedad respecto a la gran tradición es que ahora se hace en grupo, se hace en masa, y por tanto es necesario reinventar el elemento comunitario como técnica, ritmo y animación. Muchos monjes se oponen a esto, porque sostienen que la «lectio» es individual y así debe continuar, porque si no se convierte en una celebración de la Palabra, acontecimiento festivo y colectivo.

–¿Pero no se produciría así una fractura del aspecto comunitario, que debería estar presente en la «lectio divina» hasta el punto de que su culmen lo representa la celebración eucarística? De hecho en el Antiguo Testamento vemos que el pueblo se reúne a menudo ante el Dios que le llama y le da su Palabra antes de celebrar la Alianza; o también en el Nuevo Testamento, donde Jesús convoca a una comunidad entorno a sí, los discípulos, les hace don de su palabra y celebra la nueva Alianza.

–Padre Secondin: Ciertamente, este es un aspecto importante y una observación muy justa que estamos intentando afrontar, porque la «lectio» del monje, particularmente en su celebración cotidiana del «opus Dei», es como un eco a posteriori y al mismo tiempo como una anticipación. Pero para el pueblo común que no cuenta con esto, ¿cómo puede hacer una «lectio» en laboratorio? ¿Qué es lo que aporta? Mayor conocimiento y pasión. Seguramente. Mayor conciencia de identidad, de pertenencia a un pueblo que escucha la Palabra. Ciertamente. Pero la Palabra debe conducir al culmen, que es la Palabra celebrada, donde se verifica lo que se dice, proclama, promete en el cenit litúrgico, pascual, durante la Misa.

Por esta razón tengo divergencias con los monjes que sostienen que es necesario «rezar» la Palabra, porque es nuestra vida la que le da sucesivamente la forma orante; y que no hay necesidad de proponer la «actio», porque nuestro vivir es una puesta en práctica de la Palabra. Pero a los laicos, con su vida «despejada», que no viven en un claustro monástico y no tienen su propia liturgia, ¿qué les damos? ¿Simplemente anotaciones técnicas o bellas homilías sobre la Palabra?

Los laicos se preguntan cómo pueden hacer de esta palabra un trayecto de vida, un juicio sobre la propia vida, un propósito de vida. Por eso hemos reflexionado sobre esta experiencia y hemos intentado ambientar la «lectio» en una Iglesia, en un contexto donde la Palabra luego resonará celebrada, y en general elegimos una de las lecturas que luego se escucharán durante la Misa, en el lugar donde tiene su primado, de forma que se produce una unión visual con la liturgia, con el contexto donde luego se escuchará su proclamación.

Después se introducen formas de aplicación a la vida, para permitir trazar una práctica. Además, hemos introducido fórmulas de respuesta orante que los monjes tienen en el breviario. Los laicos, en general, necesitan sentir que una parábola, o un texto tienen resonancias coloquiales con el Señor, donde yo hablo a partir de lo que me ha dicho. La dificultad es real: ¿cómo se puede hacer de una tradición que es individual y que es propia de la vida monástica , con todos esos elementos que permiten su respuesta de oración, una práctica para la gente que se acerca a la Palabra de Dios a pizcos y bocaditos?

Hemos introducido también otro aspecto: en cada «lectio» tomamos una frase a partir de los textos, componemos una síntesis breve y entresacamos un estribillo al que añadimos una música compuesta por nosotros, que resuene repetidamente de manera que implique. Llevamos la «lectio» a un nivel más íntimo, profundo, auténtico. Es una forma de llegar, por así decirlo, a la «contemplatio». Y observando a las personas que acuden, tengo a menudo la impresión de que muchos se encuentran como en un estado de suspensión, como si se estuvieran asomando al umbral o al abismo del Misterio.

Junto al texto comentado, que ponemos a disposición en Internet, hay también imágenes para elaborar dentro de uno mismo un encuentro personal. De cualquier forma intentamos suscitar una «lectio» personal, individual, cuyo fruto es una vida fiel a lo que la luz de la Palabra ha mostrado. Nuestro intento está relacionado con la espiritualidad carmelita de formar una Iglesia que escucha, una Iglesia que responde, una Iglesia fiel que se conforma con Aquel que le ama, el Señor cuya Palabra ha escuchado.

La otra dificultad hoy está relacionada con el lector, que ya no es el medieval. Ahora, el lector está distraído y es incapaz de concentrarse y de madurar una reflexión. ¿Cómo acostumbrar entonces a la gente a tomarse en serio esta Palabra? ¿Cómo profundizar dentro del texto para ver la transformación de la conciencia de la persona que se libera, que se siente curada, que se ve llamada lentamente a la verdad?

–Cuando se leen el Antiguo y el Nuevo Testamento, impresiona la insistencia en la importancia de la escucha, como en el «Shemá Israel», «Escucha, Israel» (Deuteronomio 6,4) o en el consejo de los mismos profetas de «circuncidar» el oído, porque la fe nace de la escucha, nos recuerda san Pablo. Ahora bien, ¿cómo es posible conciliar esta exigencia fundamental en la «lectio divina», que es el ejercicio de escucha en una sociedad que privilegia el ojo, la visión, la imagen?

–Padre Secondin: Nos encontramos ante dificultades objetivas: ¿a qué lector o destinatario estamos ofreciendo la «lectio» y qué itinerarios lingüísticos estamos siguiendo? En la «lectio» guiada, mirando por ejemplo algunos maestros de referencia, se ve un fondo, una matriz en la que ésta se mueve; una búsqueda de sentido y de horizontes; el deseo de compartir la escucha de la Palabra, de la pasión por esa luz que se esconde detrás de los textos bíblicos y que se revela en ellos; la intención de llevar hacia una belleza simbólica, mistagógica de la Palabra. Se debe ofrecer al que vuelve a casa, después de una hora de «lectio divina», la posibilidad de encontrar una sabiduría de vida, un enganche, una chispa que ilumine el camino a corregir.

En cualquier caso, para escuchar verdaderamente no basta abrir el oído, sino que se exige una adhesión más íntima, para llegar a interpretar el código del alma del que habla, y dejar que la luz penetre hasta dentro de los paisajes escondidos en la cara oscura de la propia alma. Hace falta un corazón inflamado, y no sólo un oído atento.

[Por Mirko Testa, traducción de Inmaculada Álvarez]

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ZENIT Staff

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