ROMA, lunes 10 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).- Defender la familia significa defender la educación, ha afirmado el cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la Educación Católica, en una entrevista publicada en la revista italiana «Il Consulente RE» 5/08.
La educación, explica el cardenal, «es de extrema importancia para el futuro de la humanidad». Aunque actualmente hay una tendencia a prescindir de ella y a transmitir a las nuevas generaciones sobre todo el saber y las capacidades técnicas que reclama el mundo del trabajo, esta realidad esconde «una peligrosa insidia».
Estas capacidades, explica, «pueden utilizarse para el bien o para el mal», como lo demuestra el hecho de que en la historia las conquistas de la ciencia y de la técnica «hayan sido a menudo utilizadas para las guerras (haciéndose estas cada vez más terribles), para el terrorismo, para las opresiones más pérfidas, para la violación de los derechos fundamentales».
Por este motivo, «es necesario educar a las personas para que sepan y quieran usar lo que han aprendido a favor del bien y no del mal».
La verdadera educación, observó, «no es contraria a la libertad, no es una imposición», sino al contrario «mira precisamente a formar personas libres, que no sean y no se conviertan en esclavas de sus propios vicios».
A día de hoy, educar es sin duda «mucho más difícil que en el pasado». A la familia, que continúa siendo el punto de referencia «insustituible», se añaden la escuela -cuyo papel es «solamente subsidiario»- y los medios de comunicación, cuyo contenido sin embargo espanta a menudo a los jóvenes, o les propone modelos totalmente equivocados.
En este contexto, la educación católica desarrolla un papel importante, de cara a «favorecer el desarrollo físico, intelectual y moral de la persona humana, hacia la plena conciencia y el pleno dominio de sí, la asunción de responsabilidad, la participación en los valores y el bien común», y teniendo como referencia los «objetivos reconducibles al crecimiento y a la maduración del cristiano».
Los objetivos específicos de la educación católica, observa el cardenal, son fundamentalmente tres: «el anuncio eficaz del Evangelio, la iniciación a la vida litúrgica y de oración, la maduración moral, espiritual y religiosa del educando»
Se trata por tanto de «una educación que pone en el centro a la persona con sus necesidades en la globalidad, es decir, se hace cargo del crecimiento íntegro del educando, en todas sus dimensiones», con particular atención a la religiosa y a la espiritual, que «perfeccionan a todas las demás».
«Esto significa actuar según una concepción antropológica que concibe al educando como una vida que promover, una vida de dimensión trascendente, como persona que suscitar y apoyar en su proceso de maduración humana para que sea posible alcanzar la plenitud de sus potencialidades y aspiraciones y que tiene en Cristo, hombre perfecto, el modelo a seguir».
El crecimiento del cristiano, por tanto, «sigue armónicamente el ritmo del desarrollo escolar».
La educación católica, prosigue el cardenal Grocholewski, debe comenzar en la familia, que hoy por desgracia es «objeto de un proceso de marginalización» que implica «en no pocos casos la renuncia de los padres a ser educadores de los hijos».
En este contexto, es necesario que las familias «vuelvan a apropiarse de la función educativa de es compete». «En el calor del hogar familiar, de hecho, tiene lugar la primera escuela de vida y de virtudes sociales, la primera e insustituible escuela de ciudadanía y de fe, la sensibilización en los valores».
La defensa de la familia, por tanto, es «al mismo tiempo defensa de la educación correcta y eficaz».
El prefecto del dicasterio vaticano ha subrayado también que la escuela católica está abierta a todos y no está reservada sólo a los católicos. Desarrollando un servicio de utilidad pública, de hecho, «se abre a todos aquellos que muestran compartir su propuesta educativa».
«Esta realidad resulta particularmente en los países de mayoría no cristiana y en vías de desarrollo, donde desde siempre las escuelas católicas son, sin discriminación alguna, realizadoras, además de evangelización y de educación integral, también de progreso civil, de promoción de la persona, de inculturación, de diálogo entre los jóvenes de diversas religiones y ambientes sociales», constata.
En la escuela católica, añade, la religión lleva a cabo un papel importante. «La escuela no puede mostrarse hipócrita, es decir, declararse católica y no transmitir valores cristianos. No puede engañar a los padres cristianos que se dirigen a ella para ser ayudados en su obligación de educar religiosamente a sus propios hijos».
En cuanto al tratamiento por parte del Estado, el cardenal Grocholewski ha lamentado las discriminaciones hacia aquellos que eligen una escuela católica, subrayando que no se trata de reivindicar medidas «de favor», «sino de ver finalmente realizados los principios de libertad y de igualdad».
«Es sencillamente absurdo hablar de plena libertad de elección, si eligiendo una escuela no se paga y eligiendo otra en cambio se debe pagar –concluye–. Es absurdo hablar de derecho a elegir, si no se hace posible su ejercicio efectivo».