CIUDAD DEL VATICANO, lunes 17 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el discurso pronunciado por Benedicto XVI al recibir el pasado sábado en audiencia a los participantes en la XXIII asamblea plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos, con el tema «Veinte años de la Christifideles laici: memoria, desarrollo, nuevos desafíos y tareas».
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Señores cardenales
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas
Estoy contento de encontraros hoy, a vosotros Miembros y Consultores del Consejo Pontificio para los Laicos, reunidos en asamblea plenaria. Saludo al cardenal Stanisław Rylko y a monseñor Josef Clemens, presidente y secretario del dicasterio, y junto a ellos a los demás prelados presentes. Doy una especial bienvenida a los fieles laicos procedentes de las diferentes experiencias apostólicas y los diversos contextos sociales y culturales. El tema elegido para vuestra Asamblea – «Veinte años de la Christifideles laici: memoria, desarrollo, nuevos desafíos y tareas» – nos introduce directamente en el servicio que vuestro dicasterio está llamado a ofrecer a la Iglesia para el bien de los fieles laicos en todo el mundo.
La exhortación apostólica Christifideles laici, considerada como la magna charta del laicado católico en nuestro tiempo, es el fruto maduro de las reflexiones y el intercambio de experiencias y propuestas de la VII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tuvo lugar en el mes de octubre de 1987 sobre el tema «Vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo«. Se trata de una revisión orgánica de las enseñanzas del Concilio Vaticano II acerca de los laicos – su dignidad de bautizados, la vocación a la santidad, la pertenencia a la comunión eclesial, la participación en la edificación de las comunidades cristianas y en la misión de la Iglesia, el testimonio en todos los ambientes sociales y la tarea al servicio de la persona para su crecimiento integral y para el bien común de la sociedad-, temas presentes sobre todo en las constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes, como también en el decreto Apostolicam actuositatem.
A la vez que retoma las enseñanzas del Concilio, la Christifideles laici orienta el discernimiento, la profundización y la orientación del compromiso laical en la Iglesia, frente a los cambios sociales de estos años. Se ha desarrollado en muchas Iglesias particulares la participación de los laicos gracias a los consejos pastorales, diocesanos y parroquiales, que se ha revelado muy positiva en cuanto es animada por un auténtico sensus Ecclesiae. La viva conciencia de la dimensión carismática de la Iglesia ha llevado a apreciar y valorar tanto los carismas más sencillos que la Providencia de Dios dispensa a las personas, como a aquellos que aportan gran fecundidad espiritual, educativa y misionera. No por casualidad, el Documento reconoce y anima la «nueva época asociativa de los fieles laicos», signo de la «riqueza y la versatilidad de los recursos que el Espíritu alimenta en el tejido eclesial» (n. 29), indicando los «criterios de eclesialidad» que son necesarios, por una parte, para el discernimiento de los pastores, y por otra, para el crecimiento de la vida de las asociaciones de fieles, de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades. A propósito de esto quiero agradecer al Consejo Pontificio para los Laicos, de forma muy especial, por el trabajo llevado a cabo durante las pasadas décadas al acoger, acompañar, discernir, reconocer y animar a estas realidades eclesiales, favoreciendo la profundización en su identidad católica, ayudándoles a insertarse más plenamente en la gran tradición y en el tejido vivo de la Iglesia, y secundando su desarrollo misionero.
Hablar del laicado católico significa referirse a innumerables personas bautizadas, comprometidas en múltiples y variadas situaciones para crecer como discípulos y testigos del Señor y redescubrir y experimentar la belleza de la verdad y la alegría de ser cristianos. La actual condición cultural y social hace aún más urgente esta acción apostólica para compartir a manos llenas el tesoro de gracia y de santidad, de caridad, doctrina, cultura y obras, de la que está compuesta el flujo de la tradición católica. Las nuevas generaciones no sólo son destinatarias preferenciales de este transmitir y compartir, sino también sujetos que esperan en su propio corazón propuestas de verdad y de felicidad para poder dar testimonio cristiano de ellas, como ya sucede de modo admirable. He sido, yo mismo, nuevamente testigo en Sydney, en la reciente Jornada Mundial de la Juventud. Y por ello animo al Consejo Pontificio para los Laicos a continuar con la obra de esta peregrinación global providencial de los jóvenes en nombre de Cristo, y a trabajar en la promoción, en todas partes, de una auténtica educación y pastoral juvenil.
Conozco también vuestro empeño en cuestiones de especial relevancia, como la de la dignidad y participación de las mujeres en la vida de la Iglesia y de la sociedad. He tenido ya ocasión de apreciar el Congreso promovido por vosotros a los veinte años de la promulgación de la Carta Apostólica Mulieris dignitatem, sobre el tema «Mujer y hombre, el humanum en su integridad». El hombre y la mujer, iguales en dignidad, están llamados a enriquecerse mutuamente en comunión y colaboración, no sólo en el matrimonio y en la familia, sino también en la sociedad en todas sus dimensiones. A las mujeres cristianas se les pide conciencia y valor para afrontar tareas exigentes, para las cuales sin embargo no les falta el apoyo de una fuerte propensión a la santidad, una especial agudeza en el discernimiento de las corrientes culturales de nuestro tiempo, y la particular pasión en el cuidado de lo humano que le caracterizan. Nunca se dirá suficiente sobre cuánto la Iglesia reconoce, aprecia y valora la participación de las mujeres en su misión al servicio de la difusión del Evangelio.
Permitidme, queridos amigos, una última reflexión sobre la índole secular característica de los fieles laicos. El mundo, en el entramado de la vida familiar, laboral, social, es el lugar teológico, el ámbito y medio de realización de su vocación y misión (cfr Christifideles laici, 15-17). Cada ambiente, circunstancia, y actividad en el que se espera que pueda resplandecer la unidad entre la fe y la vida está confiado a la responsabilidad de los fieles laicos, movidos por el deseo de comunicar el don del encuentro con Cristo y la certeza de la dignidad de la persona humana. ¡A éstos les corresponde hacerse cargo del testimonio de la caridad, especialmente con los más pobres, los que sufren y los necesitados, así como asumir todo compromiso cristiano orientado a construir condiciones de una paz y justicia cada vez mayores en la convivencia humana, de forma que se abran nuevas fronteras al Evangelio! Pido, por tanto, al Consejo Pontificio para los Laicos que siga con diligente atención pastoral la formación, el testimonio, y la colaboración de los fieles laicos en las situaciones más diversas en las que están en juego la auténtica calidad humana de la vida en la sociedad. Particularmente, confirmo la necesidad y la urgencia de la formación evangélica y del acompañamiento pastoral de una nueva generación de católicos comprometidos en la política, que sean coherentes con la fe profesada,
que tengan rigor moral, capacidad de juicio cultural, competencia profesional y pasión de servicio hacia el bien común.
El trabajo en la gran viña del Señor tiene necesidad de christifideles laici que, como la Santísima Virgen María, digan y vivan el «fiat» al diseño de Dios en sus vidas. Con esta perspectiva, os agradezco por la preciosa aportación a tan noble causa y de corazón os imparto a vosotros y a vuetsros seres queridos la Bendición Apostólica.
[Traducción del italiano por Inma Álvarez
© Copyright 2008 – Libreria Editrice Vaticana]