CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 19 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI dedicó la catequesis de este miércoles, dentro del ciclo sobre san Pablo, a explicar qué entendía el apóstol por justificación, una de las controversias teológicas que desde la Reforma más ha dividido a los cristianos.
Precisamente, explica el Papa, Lutero se apoyaba en la carta a los Romanos para afirmar que la sola fide era la que justificaba a los hombres ante Dios, sin necesidad de las obras de la Ley.
La clave de la controversia está, afirma Benedicto XVI, en comprender qué entendía san Pablo por Ley, que no debe entenderse simplemente como «ley moral» sin más, sino que se arraiga en el concepto de justificación en el pueblo judío.
«Para san Pablo, como para todos sus contemporáneos, la palabra Ley significaba la Torá en su totalidad», la cual implicaba para un fariseo como Saulo «un conjunto de comportamientos que iban desde le núcleo ético hasta las observancias rituales y cultuales que determinaban sustancialmente la identidad del hombre justo».
Esta observancia rigurosa se había radicalizado entre los judíos piadosos como una forma de protección frente a la cultura helenística, la cual, explica el obispo de Roma, «era una amenaza para la identidad de Israel, así como también para la preciosa heredad de la fe de sus Padres, de la fe en el único Dios y en las promesas de Dios».
La observancia de la Ley, especialmente en esta época tardía, funcionaba «como un muro de distinción, un escudo de defensa que protegiera la preciosa heredad de la fe. Pablo, que había aprendido estas observancias precisamente en su función defensiva del don de Dios, veía amenazada esta identidad por la libertad de los cristianos: por esto les perseguía».
En este sentido, cobra de nuevo relevancia el momento central de la vida del apóstol, sobre el que el pontífice vuelve continuamente en sus catequesis: el encuentro con Cristo en el camino de Damasco, cuando Pablo «entendió que con la resurrección de Cristo la situación había cambiado radicalmente».
«La iluminación de Damasco le cambió radicalmente la existencia: comenzó a considerar todos sus méritos, logros de una carrera religiosa integrísima, como «basura» frente a la sublimidad del conocimiento de Jesucristo».
«Con Cristo, el Dios de Israel, el único Dios verdadero, se convertía en el Dios de todos los pueblos. El muro –así lo dice Carta a los Efesios– entre Israel y los paganos ya no era necesario: es Cristo quien nos protege contra el politeísmo y todas sus desviaciones; es Cristo quien nos une con y en el único Dios; es Cristo quien garantiza nuestra verdadera identidad en la diversidad de las culturas, y es él el que nos hace justos», añade.
Por tanto, sigue el Papa, la controversia ya no está entre la fe y las obras, pues «ser justo quiere decir sencillamente estar con Cristo y en Cristo. La fe es mirar a Cristo, confiarse a Cristo, unirse a Cristo, conformarse a Cristo, a su vida. Y la forma, la vida de Cristo es el amor; por tanto creer es conformarse a Cristo y entrar en su amor».
En este sentido, añadió, «la expresión «sola fide» de Lutero es cierta, si no se opone la fe a la caridad, al amor», de ahí que san Pablo, cuando habla de justificación, «habla de la fe que obra por medio de la caridad».
Por Inma Álvarez