ROMA, martes 2 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).- El arzobispo Jean-Louis Bruguès, O.P. ha constado la contribución que sigue ofreciendo santo Tomás de Aquino con la teología moral al diálogo con la modernidad, algo que hace tan sólo unos años parecía sepultado para siempre.
Presentó este análisis al intervenir en Roma, el 28 de noviembre, durante el congreso celebrado para conmemorar los 30 años de la fundación de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino, (S.I.T.A.).
En el marco de la Pontificia Universidad Santo Tomás «Angelicum», el secretario de la Congregación para la Educación Católica contó que «después del mayo del 68, la teología moral, al menos en Francia, cayó en un profundo abandono».
«Durante dos años los seminaristas de Toulouse no recibieron ninguna enseñanza en esta materia, considerada ingrata y aburrida por no encontrar alguien dispuesto a enseñarla».
A monseñor Bruguès, siendo un joven sacerdote doctorado en moral, le tocó retomar los cursos de esta cátedra, que había estado descuidada desde hacía tiempo.
El secretario del dicasterio papal contó que su asistente espiritual, el padre Michel Labourdette, trató de alentarle con estas palabras: «Usted se ocupa de una materia hoy despreciada, pero tenga paciencia: llegará el día en que será envidiada por otros».
En efecto, al inicio de los años ochenta muchas cuestiones referentes a la ecología y al desarrollo de las técnicas médicas comenzaron a ser el centro de atención de la bioética.
«De este modo –precisó monseñor Bruguès– de un día para otro comenzaron a ser requeridos por todas partes ‘eticistas’ –neologismo bárbaro acuñado para no decir ‘moralista’, pues la palabra ‘moral’ todavía daba todavía miedo».
«Mi profesor lo había comprendido bien –constató el religioso dominico–. La teología moral se estaba convirtiendo en la materia más apreciada, la única rama de la teología que era verdaderamente tenida en cuenta en una sociedad secularizada».
El secretario del dicasterio pontificio contó cómo en los años setenta los estudiantes pertenecientes al clero se caracterizaban por una mentalidad fundamentalmente crítica.
«La idea misma de hacer referencia a los maestros de la Tradición –subrayó– suscitaba en ellos reacciones alérgicas. Era imposible incluso pronunciar el nombre de Tomás de Aquino: uno corría el riesgo de que la gente se tapara los oídos».
También en esta ocasión intervino el padre Labourdette, quien le aconsejó: «enséñalo siempre pero sin pronunciar su nombre»
«Por tanto, he practicado durante años un tomismo, por decir así ‘anfibio'», recordó monseñor Bruguès, hasta que «finalmente, un día vi que me pidieron clases sobre la teología moral de santo Tomás: el tiempo del tomismo ‘clandestino’ había terminado».
El arzobispo comentó que «la generación de mayo del 68 que se definía como crítica, rechazaba la transmisión de la cultura y la tradición cristiana; de este modo la generación siguiente quedó prácticamente privada de cualquier cultura cristiana: sabía que no sabía».
«Esto llevó a no compartir los prejuicios de los predecesores –agregó– y ahora podemos empezar de nuevo y compartir los grandes maestros. El Catecismo de la Iglesia Católica es el texto que mejor refleja este cambio».
El obispo emérito de la diócesis de Angers (Francia) mencionó que en el segundo borrador del Catecismo los obispos habían manifestado cerca de 9.000 observaciones y enmiendas (sobre un total de 24.000) que se referían a la tercera parte, la que habla de moral.
Los expertos de la comisión, entre ellos monseñor Bruguès, introdujeron dos correcciones fundamentales que permiten afirmar que «la moral del Catecismo se inspira en Santo Tomás, como nunca había sucedido en un texto magisterial de tal importancia».
La primera corrección, por sugerencia del cardenal Joseph Ratzinger, versaba sobre moral particular y disponía partir de los mandamientos, para seguir siendo fieles al uso tradicional, según el cual, cada mandamiento debía ser explicado a la luz de las virtudes morales y teologales.
La segunda corrección tenía que ver con la moral general que, como en la Summa de Santo Tomás, comienza con la creación del hombre a imagen de Dios.
El secretario de la Congregación para la Educación Católica continuó afirmando que «el Catecismo se basa en una convicción que hay que profundizar: las grandes instituciones de la moral de santo Tomas constituyen el mejor instrumento de diálogo crítico con la modernidad».
«La teoría de las virtudes estimulará una renovación de la teología moral», dijo el obispo Bruguès, y así «la enseñanza de la teología moral a partir de las grandes instituciones del tomismo, tiene todavía un futuro luminoso ante sí».
Por Antonio Gaspari, traducción de Carmen Elena Villa