CIUDAD DEL VATICANO, martes 2 diciembre 2008 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación las palabras de Benedicto XVI a los miembros de las comunidades de los seminarios pontificios de Las Marcas, Puglia y Abruzzo-Molise, a quienes recibió en audiencia el pasado sábado en el Vaticano con motivo del centenario de su fundación.

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Queridos hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,

queridos amigos de los Seminarios Regionales de las Marcas, Puglia y Abruzzo-Molise

Estoy particularmente contento de acogeros con ocasión del centenario de la fundación de vuestros respectivos Seminarios Regionales, surgidos a raíz del aliento del Papa san Pío X, que solicitó a los obispos italianos, especialmente del centro y sur de la península, a ponerse de acuerdo para concentrar los seminarios, con el fin de proveer más eficazmente a la formación de los aspirantes al sacerdocio. Os saludo con afecto a todos, empezando por los arzobispos monseñor Edoardo Menichelli, monseñor Carlo Ghidelli y monseñor Francesco Cacucci, a quienes agradezco las palabras con las que han querido interpretar los sentimientos de todos. Saludo a los rectores, los formadores, los profesores y alumnos y a cuantos a diario viven y trabajan en estas instituciones vuestras. En tan significativa efeméride deseo unirme a vosotros al dar gracias al Señor, que en este siglo ha acompañado con su gracia la vida de tantos sacerdotes, formados en tan importantes realidades educativas. Muchos de ellos están ocupados hoy en las diversas secciones de vuestras Iglesias locales, en la misión ad gentes y en otros servicios a la Iglesia universal; algunos han sido llamados a desempeñar cargos de alta responsabilidad eclesial.

Quisiera dirigirme ahora particularmente a vosotros, queridos seminaristas, que os estáis preparando para ser obreros en la viña del Señor. Como ha recordado también la reciente Asamblea del Sínodo de los Obispos, entre las tareas prioritarias del presbítero está la de distribuir a manos llenas en el campo del mundo la Palabra de Dios que, como la semilla de la parábola evangélica, parece una realidad demasiado pequeña, pero una vez que ha germinado, se convierte en un gran arbusto y da fruto abundante (cfr Mt 13, 31-32). La Palabra de Dios que vosotros seréis llamados a sembrar a manos llenas y que trae consigo la vida eterna, es Cristo mismo; el único que puede cambiar el corazón humano y renovar el mundo. Pero podemos preguntarnos: el hombre contemporáneo, ¿siente aún necesidad de Cristo y de su mensaje de salvación?

En el contexto social actual, una cierta cultura parece mostrarnos el rostro de una humanidad autosuficiente, deseosa de realizar sus proyectos por sí sola, que elige ser la artífice única de su propio destino y que, en consecuencia, cree que la presencia de Dios no influye y por ello la excluye de hecho de sus elecciones y decisiones. En un clima marcado por un racionalismo cerrado en sí mismo, que considera el de las ciencias prácticas como único modelo de conocimiento mientras que lo demás es subjetivo, y que por tanto corre el riesgo de ver la experiencia religiosa como una elección subjetiva, no esencial y determinante para la vida. Ciertamente hoy, por estas y otras razones, creer es cada vez más difícil, cada vez es más difícil acoger la Verdad que es Cristo, cada vez es más difícil gastar la propia existencia por causa del Evangelio. Sin embargo, como vemos cada día en las noticias, el hombre contemporáneo parece a menudo desorientado y preocupado por su futuro, en busca de certezas y deseoso de puntos seguros de referencia. El hombre del tercer milenio, como en todas las épocas, tiene necesidad de Dios y lo busca quizás aún sin darse cuenta. El deber de los cristianos, de modo especial de los sacerdotes, es recoger este anhelo profundo del corazón humano y ofrecer a todos, con los medios y los modos que mejor respondan a las exigencias de los tiempos, la inmutable y siempre viva Palabra de vida eterna que es Cristo, Esperanza del mundo.

De cara a esta importante misión, que seréis llamados a llevar a cabo en la Iglesia, asumen gran valor los años de seminario, tiempo destinado a la formación y al discernimiento; años en los que, en el primer lugar, debe estar la búsqueda constante de una relación personal con Jesús, una experiencia íntima de su amor, que se adquiere sobre todo a través de la oración y el contacto con las Sagradas Escrituras, interpretadas y meditadas en la fe de la comunidad eclesial. En este Año Paulino, ¿cómo no proponeros al apóstol Pablo como modelo en el que inspiraros para vuestra preparación al ministerio apostólico? La experiencia extraordinaria en el camino de Damasco lo transformó, de perseguidor de los cristianos, en testigo de la resurrección del Señor, dispuesto a dar la vida por el Evangelio. El era un fiel observador de todas las prescripciones de la Torá y de las tradiciones hebreas, pero, después de haber encontrado a Jesús, "estas cosas que para mí eran ganancias- escribe en la Carta a los Filipenses - las he considerado una pérdida con motivo de Cristo". "Por él - añade - he perdido todas estas cosas y las considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él" (cfr 3,7-9). La conversión no ha eliminado cuanto había de bien y de verdadero en su vida, sino que le permitió interpretar de forma nueva la sabiduría y la verdad de la ley y de los profetas y de ser así capaz de dialogar con todos, siguiendo el ejemplo del Divino Maestro.

A imitación de san Pablo, queridos seminaristas, no os canséis de encontrar a Cristo en la escucha, en la lectura y en el estudio de la Sagrada Escritura, en la oración y en la meditación personal, en la liturgia y en toda actividad diaria. En este sentido, queridos responsables de la formación, es muy importante vuestro papel, pues sois llamados a ser para vuestros alumnos testigos aún antes que maestros de vida evangélica. Los Seminarios Regionales, por sus características típicas, pueden ser lugares privilegiados para formar a los seminaristas en la espiritualidad diocesana, inscribiendo con sabiduría y equilibrio esta formación en el más amplio contexto eclesial y regional. Vuestras instituciones deben ser también "casas" de acogida vocacional para imprimir mayor impulso a la pastoral vocacional, cuidando especialmente el mundo juvenil y educando a los jóvenes en los grandes ideales evangélicos y misioneros.

Queridos amigos, mientras os agradezco por vuestra visita, invoco sobre cada uno de vosotros la maternal protección de la Virgen Madre de Cristo, que la liturgia de Adviento nos presenta como modelo de quien vela en espera de la vuelta gloriosa de su divino Hijo. Confiaos a Ella con confianza, recurrid a menudo a su intercesión, para que os ayude a permanecer despiertos y vigilantes. Por mi parte os aseguro mi afecto y mi oración diaria, mientras os bendigo de corazón a todos.

[Traducción del italiano por Inma Álvarez

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