CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 5 diciembre 2008 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso pronunciado este viernes por el Papa Benedicto XVI al recibir en audiencia a los caballeros, damas y eclesiásticos de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico.
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Señor cardenal,
venerados hermanos en el episcopado,
Señores miembros del Gran Magisterio y lugartenientes,
queridos hermanos y hermanas:
Co mucha alegría os doy mi cordial bienvenida a los caballeros, a las damas y a los eclesiásticos que representan a la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jersualén. En particular, saludo al cardenal John Patrick Foley, Gran Maestre de la Orden, y le agradezco por las amables palabras que, también en nombre de todos vosotros, me ha dirigido hace un momento. Saludo también al gran prior, Su Beatitud Fouad Twal, patriarca de Jerusalén de los Latinos. A través de cada uno de vosotros deseo, además, hacer llegar la expresión de mi estima y reconocimiento a todos los componentes de vuestra benemérita membresía difundida en muchas partes del mundo.
El motivo que os ha reunido aquí en Roma es la «consulta mundial», que cada cinco años prevé el encuentro de los lugartenientes, de los delegados magisteriales y de los miembros del gran magisterio para evaluar la situación de la comunidad católica en Tierra Santa, las actividades llevadas a cabo por la Orden, y para establecer las directivas para el futuro. Al agradeceros vuestra visita, deseo manifestar mi vivo aprecio especialmente por las iniciativas de solidaridad fraterna que la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén desde hace tantos años sigue promoviendo en favor de los Santos Lugares. Nacida de hecho como «Guardia de Honor» para la custodia del Santo Sepulcro de Nuestro Señor, vuestra Orden Ecuestre ha gozado de una singular atención por parte de los romanos pontífices, que la han dotado de los instrumentos espirituales y jurídicos necesarios para llevar a cabo su propio servicio específico. El beato Pío IX, en 1847 la reconstituyó para favorecer la recomposición de una comunidad de fe católica en Tierra Santa, confiando la custodia de la Tumba de Cristo ya no a la fuerza de las armas, sino al valor de un testimonio constante de fe y de caridad hacia los cristianos residentes en aquellas tierras. Más recientemente, el siervo de Dios Pío XII, de venerada memoria, confirió a vuestra membresía personalidad jurídica, haciendo así más oficial y sólida su presencia y su obra dentro de la Iglesia y ante las Naciones
Queridos hermanos y hermanas: un antiguo y glorioso une a vuestra Membresía caballeresca al Santo Sepulcro de Cristo, donde se celebra de forma totalmente particular la gloria de su muerte y resurrección. Precisamente esto constituye el punto central de vuestra espiritualidad. Que Jesucristo crucificado y resucitado sea por tanto el centro de vuestra existencia y de todo proyecto vuestro y programa personal y asociativo. Dejaos guiar y sostener por su poder redentor para vivir en profundidad la misión que sois llamados a desarrollar, para ofrecer un elocuente testimonio evangélico, para ser constructores, en nuestro tiempo, de una esperanza activa fundada en la presencia del Señor resucitado, el cual, con la gracia del Espíritu Santo, guía y sostiene el trabajo de cuantos se dedican a la edificación de una nueva humanidad inspirada en los valores evangélicos de la justicia, del amor y de la paz.
¡Qué necesidad de justicia y de paz tiene la Tierra de Jesús! Continuad trabajando por esto, y no os canséis de pedir, con la Oración del caballero y de la dama del Santo Sepulcro, que cuanto antes estas aspiraciones encuentren pleno cumplimiento. Pedid al Señor que os «haga convencidos y sinceros embajadores de paz y de amor entre los hermanos»; pedidle que haga fecunda con el poder de su amor vuestra constante obra en apoyo del ardiente deseo de paz en esas comunidades, agobiadas en los últimos años por un clima incierto y peligroso. A estas queridas poblaciones cristianas, que siguen sufriendo a causa de la crisis política, económica y social del Oriente Medio, aún más dura al agravarse la situación mundial, dirijo un pensamiento afectuoso, certificando particularmente mi cercanía espiritual a muchos hermanos nuestros en la fe que se ven obligados a emigrar. ¿Cómo no compartir la pena de esas comunidades tan probadas? ¿Cómo no agradeceros, al mismo tiempo, a vosotros que estáis trabajando generosamente para ayudarles? En estos días de Adviento, mientras nos preparamos a festejar la Navidad, la mirada de nuestra fe se dirige hacia Belén, donde el Hijo de Dios nació en una pobre gruta. Los ojos del corazón se dirigen a todos los demás lugares santificados por el paso del Redentor. A María, que ha dado al mundo al Salvador, le pedimos que haga sentir su maternal protección a nuestros hermanos y hermanas que viven allí, y que a diario enfrentan no pocas dificultades. Le pedimos también que os aliente a vosotros y a cuantos, con la ayuda de Dios, quieren y pueden contribuir a la edificación de un mundo mejor.
Queridos caballeros y damas: alimentad en vosotros el clima del Adviento, teniendo en pie en vuestros corazones la espera del Señor que viene, para que podáis encontrarlo en los acontecimientos de cada día y reconocerlo y servirlo especialmente en los pobres y en los que sufren. La Virgen de Nazaret, que dentro de pocos días invocaremos bajo el título de Inmaculada Concepción, os asista en vuestra misión de velar con amor sobre los Lugares que vieron al divino Redentor pasar «haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hechos 10,38). Con estos sentimientos, os imparto de corazón a todos mi bendición.
[Traducción del italiano por Inma Álvarez
© Copyright 2008 – Libreria Editrice Vaticana]