CIUDAD DEL VATICANO, martes 9 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI afirmó este lunes que en la Virgen Inmaculada «contemplamos el reflejo de la Belleza que salva al mundo: la belleza de Dios que resplandece en el rostro de Cristo», este martes a los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro para el rezo del Ángelus.
El pontífice explicó el sentido profundo de esta fiesta mariana tan querida en el mundo católico, y que «recuerda dos verdades fundamentales» de la fe, que son la doctrina del pecado original y la victoria de Cristo sobre él.
Sobre la primera cuestión, el Papa retomó su discurso de la audiencia del pasado miércoles 3 de diciembre, y recordó que «la existencia de lo que la Iglesia llama ‘pecado original’ es por desgracia una verdad aplastante, sólo con mirar alrededor nuestro y sobre todo en nuestro interior».
«La experiencia del mal es de hecho tan consistente, que se impone por sí misma y nos suscita la pregunta: ¿de dónde procede? Especialmente para un creyente, el interrogante es aún más profundo: si Dios, que es la bondad absoluta, lo ha creado todo, ¿de dónde viene el mal?», se preguntó.
El Papa explicó que el pasaje sobre la creación y la caída «responden precisamente a esta pregunta fundamental», y la respuesta es que Dios «no creó la muerte, sino que esta entró en el mundo por envidia del diablo, el cual, rebelándose contra Dios, ha atraído con engaños también a los hombres, induciéndoles a la rebelión».
«Es el drama de la libertad, que Dios acepta totalmente por amor, pero prometiendo que habrá un hijo de mujer que aplastará la cabeza de la antigua serpiente», añadió.
Esta promesa consiste en la segunda verdad de la fe cristiana, añadió el Papa. María «preservada de toda mancha de pecado en previsión de la muerte de Cristo», es «la Mujer predestinada a ser madre del Redentor, madre de Aquel que se humilló hasta el extremo para reconducirnos a nuestra dignidad original».
«En María Inmaculada contemplamos el reflejo de la Belleza que salva al mundo: la belleza de Dios que resplandece en el rostro de Cristo», explicó el Papa. «En María esta belleza es totalmente pura, humilde, liberada de toda soberbia y presunción. Así la Virgen se mostró a santa Bernardette, hace 150 años, en Lourdes, y así se la venera en tantos santuarios», añadió.
Por Inma Álvarez