ROMA, domingo, 21 diciembre 2008 (ZENIT.org).- Es mejor dar que recibir, pero no es fácil ser generoso con tu riqueza cuando hay una recesión que se come tu cartera, o quizá robe tu trabajo. No obstante, la donación caritativa y la filantropía son vitales para una sociedad próspera, y deberían respaldarse en los buenos tiempos y en los malos.
Estas razones fueron subrayadas en una conferencia celebrada en Roma, en la Embajada de Estados Unidos ante la Santa Sede, con la colaboración del Acton Institute. Titulada «Filantropía y Derechos Humanos: Crear espacio para la caridad en la sociedad civil», el seminario, celebrado el 4 de diciembre, intentó mostrar lo importante que es el florecimiento de la filantropía y derechos humanos, haciendo espacio para la «caritas», o actos individuales de caridad, de manera que todos puedan prosperar.
La defensa más enérgica de la donación caritativa la hizo el profesor Arthur C. Brooks, elegido recientemente presidente del American Enterprise Institute. Autor de muchos libros de filantropía, Brooks explicaba cómo, hasta hace pocos años, nunca creyó en la filosofía filantrópica de John D. Rockefeller, el multimillonario norteamericano del pasado siglo (Rockefeller estaba convencido de que al repartir su riqueza se hacía más rico, y creía que Dios le arrebataría su dinero si dejaba de dar).
«El motivo por el que no creía en ella es porque soy economista», bromeaba. «Como economista, aprendí que hay que tener dinero antes de que puedas darlo. No se puede dar y después conseguirlo – tiene que ser al revés».
De hecho, estaba tan seguro de tener razón que hace cuatro años se propuso probar el error de Rockefeller llevando a cabo una encuesta amplia en 30.000 hogares a lo largo de los Estados Unidos. Pero los datos que consiguió simplemente respaldaban la filosofía de Rockefeller, compartida por muchos otros empresarios: que aquello que dieron a la caridad les hizo más ricos.
Fue a buscar a un amigo psicólogo para que le dijera por qué esto era así, quien le recordó que el secreto era la felicidad. Su amigo encontró que cuando la gente da, se vuelven más felices, y cuando son más felices se hacen más ricos. Brooks, en consecuencia se convirtió, y el descubrimiento cambió su vida. Además, ahora que es consciente de que la gente tiene mucha más necesidad de dar que de recibir, cree que se debe ayudar y apoyar a aquellas instituciones, como la Iglesia, que actúan como conducto entre donante y receptor.
El padre Robert Sirico, presidente del Acton Institute, precisaba que tal estímulo y asistencia sólo puede lograrse en un contexto de libertad económica. Pero con esta libertad viene la responsabilidad de servir a Dios y al prójimo en todo momento. «El sistema que respalda la vocación empresarial», declaraba, «debería también respaldar a toda la red de asociaciones voluntarias».
Estados Unidos, es cierto, abre el camino en la donación caritativa individual, que explica en parte por qué el país es tan próspero. Algunas informaciones apuntan que los ciudadanos norteamericanos dieron cerca de 300.000 millones de dólares a caridad el año pasado, más que el producto interior de Suecia, Dinamarca y Noruega. Mary Ann Glendon, embajadora de Estados Unidos ante la Santa Sede, afirmaba que la generosidad se ha hecho posible gracias a los esfuerzos públicos y privados, especialmente a la iniciativa del presidente George Bush de respaldar a las instituciones religiosas.
La embajadora Glendon hospedó la conferencia para conmemorar, además, el sexagésimo aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Recordó cómo los Estados Unidos y otros países presionaron a los redactores de la Declaración para que dieran espacio a la «caritas» en la sociedad civil para no dejar de lado la iniciativa privada o dar demasiado poder al estado. La Unión Soviética quería hacer del estado el primer garante de todo derecho social y económico.
El cardenal Paul Josef Cordes, presidente del Pontificio Consejo Cor Unum, hacía referencia a la encíclica «Deus Caritas Est» de Benedicto XVI en su mensaje a la conferencia, entregada en su ausencia por el secretario de Cor Unum, monseñor Karel Kasteel. El Papa pone de relieve que siempre es necesaria la «caritas», incluso en la sociedad más justa, pero lo que se requiere, por encima de todo, es la santidad. «No es la caridad la que nos hace santos», recordaba el cardenal Cordes a los participantes en la conferencia, «sino la santidad la que nos hace verdaderamente caritativos».
Necesidad de ética
En su discurso, el profesor Brooks dejaba claro que no defendía que los individuos dieran sólo para ser prósperos.
Pero en el mundo económico actual, domina la mentalidad del «quid pro quo», y suele venir de una postura utilitarista en la que el beneficio y la recompensa son los únicos incentivos. Es una filosofía contra la que luchó el beato Antonio Rosmini en el siglo XIX y a la que él, probablemente, achacaría la mayoría de las aflicciones económicas de hoy.
«Este es el desafío del siglo XXI», según el profesor Carlos Hoevel, que fue el orador invitado en otra conferencia del Acton Institute que tuvo lugar en Roma el 11 de diciembre sobre el tema «Finanzas, Globalización y Moralidad – Un Desafío para el Siglo XXI».
Profesor de historia y filosofía de la economía en la Universidad Católica Pontificia de Argentina, Hoevel presentó una fascinante exposición sobre la relevancia profunda de los escritos de Rosmini frente a la actual crisis económica.
El sacerdote y filósofo italiano, apuntaba Hoevel, en sus escritos dio a la economía de mercado una base ética, antropológica y cristiana. Fue uno de los primeros pensadores cristianos en abrazar la economía de mercado y creía firmemente en que no podría funcionar sin un fundamento ético y moral. «En una ambiente inmoral o culturalmente pobre, la competencia del mercado se deforma y pierde muchos de sus efectos benéficos», afirmaba Hoevel, basándose en los escritos de Rosmini. Una filosofía utilitarista que coloca como fin en sí mismo el beneficio da como resultado una «raza de infelices personas sin fines y vana que busca la felicidad a través de medios inadecuados».
Pero Hoevel, que recogió el premio Novak en la conferencia por su excepcional investigación sobre Rosmini, hizo hincapié en que el filósofo evitaba los extremos y que se le puede describir mejor como un liberal moderado en el sentido económico. No estaba a favor de un mercado totalmente libre de restricciones, pero tampoco apoyaba a quienes, como hoy, reaccionan a la actual exigiendo nacionalizaciones y políticas cuasi-colectivistas.
¿Cuál sería la solución de Rosmini a la actual crisis? Hoevel afirmaba que, según la visión del filósofo, lo que más necesitamos ahora no es tanto «la inyección sin fin de miles de millos de dólares y euros» en la economía y mucha interferencia del gobierno, sino «la recuperación urgente del equilibrio moral y del contenido moral».
Rosmini estuvo a favor de más instituciones jurídicas basadas en la ley natural «para ayudar a guiar la recuperación moral» y ayudar a fomentar la competencia limpia y justa. No creía que los mercados se autorregularan, sino que era necesaria alguna intervención para reparar los fallos y ayudarles a trabajar de una forma normal, siendo «extremadamente cuidadosos» para no dañar su espontaneidad.
Igual que los llamamiento actuales a una «ética de la globalización», Rosmini también defendía una «norma global de derecho» para combatir los monopolios internacionales, y apoyaba la inmigración gradual libre pero con la protección de las culturas nacionales y regionales.
«Rosmini es un tesoro escondido», afirmaba Hoevel, «al que no conocen muchos italianos y muchos de otros países». Puede que los líderes mundiales descubran a este sensible y profético pensador que, aunque vivió hac
e 150 años, posiblemente hoy diría «todo esto ya lo hemos visto antes».
Por Edward Pentin, traducción de Justo Amado