CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 19 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto íntegro del discurso del Papa al nuevo embajador de las Islas Seychelles ante la Santa Sede, Graziano Luigi Triboldi, al presentar éste sus cartas credenciales.
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Señor embajador,
Estoy contento de recibir a su excelencia y de acreditarle en calidad de Embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de las Seychelles ante la Santa Sede. Le agradezco por haberme transmitido los saludos de su Excelencia Señor James Alix Michel, Presidente de la República. Le agradecería que usted le expresara a cambio los votos cordiales que hago hacia su persona, así como hacia el conjunto del pueblo seychellés.
Evocando su país, es siempre oportuno hablar de su belleza y de poder enumerar las numerosas ventajas de las que goza. Para aumentar sus potencialidades, su país lleva a cabo hoy esfuerzos importantes con el fin de reducir su deuda. En un contexto mundial difícil, quiero saludar estos esfuerzos, que deben poder encontrar el apoyo de las instituciones internacionales en la medida de la seriedad y del compromiso adoptado. Se trata un desafío importante de cara a las generaciones futuras. En efecto, sería injusto que los hombres de hoy evitaran sus responsabilidades y hagan pesar las consecuencias de sus elecciones o de su inacción a las generaciones que vendrán después de ellos. Se trata pues, no sólo de sanear la economía, sino también y sobre todo de una cuestión de justicia social. Además, sanear las cuentas de la nación, también supone ofrecer un marco más seguro para la actividad económica y proteger más a las poblaciones más pobres y más vulnerables.
Este objetivo laudable necesita la cooperación de todos, para la cual el sentido de la solidaridad es primordial. Aquí se manifiesta en qué manera la armonía social está vinculada no sólo a un marco legislativo justo y adecuado, sino también a la calidad moral de cada ciudadano, porque "la solidaridad se presenta bajo dos aspectos complementarios: el principio social y el de virtud moral" (Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, n.109). La solidaridad se eleva al rango de virtud social cuando puede apoyarse al mismo tiempo en estructuras de solidaridad, pero también en la determinación firme y perseverante de cada persona que trabaja por el bien común de la mayoría, porque todos somos responsables de todos.
Para suscitar este sentido duradero de la solidaridad, la educación de los jóvenes es ciertamente el mejor camino. Desde este punto de vista, me gusta poder subrayar otra vez los esfuerzos realizados desde hace tiempo por su país para construir un sistema educativo de calidad. Cualquiera que sea su nivel de responsabilidad, animo cada uno a proseguir en esta vía y a sembrar generosamente para el futuro. No obstante, esta preocupación por la educación será vana si la institución familiar se debilita excesivamente. Las familias necesitan ser animadas y sostenidas constantemente por los poderes públicos. Debe haber una armonía profunda entre las tareas de la familia y los deberes del Estado. Favorecer entre ellos una buena sinergia, es laborar eficazmente por un futuro de prosperidad y de paz social.
Por su parte, la Iglesia local no debe escatimar sus esfuerzos para acompañar a las familias, ofreciéndoles la luz del Evangelio, que pone de relieve la grandeza y la belleza del "misterio" de la familia, y ayudándoles a asumir sus responsabilidades educativas. Con respecto a las que sufren dificultades, es importante ayudar a la pacificación de las relaciones y educar los corazones a la reconciliación.
Aprovecho la ocasión de este encuentro, señor embajador, para saludar calurosamente, por su medio, al obispo de las Seychelles y a sus colaboradores, así como al conjunto de los católicos fieles que viven en su país. ¡Que muestren su preocupación, de común acuerdo con todos los demás ciudadanos, por edificar una vida social donde cada uno pueda encontrar el camino de una apertura personal y colectiva! Testimoniarán así la fecundidad social de la Palabra de Dios
En este momento en que usted inaugura su noble misión de representación ante la Santa Sede, deseo expresar de nuevo mi satisfacción por las excelentes relaciones que mantienen la República de las Seychelles y la Santa Sede, y le hago, señor embajador, mis mejores votos por el buen cumplimiento de su misión. Estoy seguro de que usted encontrará siempre en mis colaboradores la acogida y la comprensión que pueda necesitar.
Sobre su excelencia, sobre su familia y sus colaboradores, así como sobre todo el pueblo de las Islas Seychelles y sus dirigentes, invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.
[Traducción del francés por Inma Álvarez
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