JERUSALÉN, lunes 11 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI volvió a clamar por la paz en Tierra Santa, en su segundo discurso en Israel, esta vez durante la recepción ofrecida en la tarde de este lunes por el presidente Shimon Peres en el Palacio Presidencial de Jerusalén. Especialmente, insistió en la importancia del diálogo interreligioso en este proceso.
En la ceremonia, durante la cual el Papa plantó simbólicamente un árbol en el jardín interno del Palacio, estuvieron presentes numerosas personalidades políticas y religiosas. Gracias a las cámaras de televisión, el mundo pudo asistir a momentos espontáneos de intercambio entre el líder israelí y el Papa de Roma.
El sucesor del apóstol Pedro recordó que la paz «es ante todo un don divino» que hay que «buscar con todo el corazón».
«La contribución particular de las religiones en la búsqueda de la paz se funda primariamente sobre la búsqueda apasionada y concorde de Dios», afirmó el Papa a los presentes. «Es la presencia dinámica de Dios la que reúne a los corazones y asegura la unidad».
Los líderes religiosos, añadió, «deben ser conscientes de que cualquier división o tensión, toda tendencia a la introversión o a la sospecha entre los creyentes o entre nuestras comunidades puede fácilmente conducir a una contradicción que oscurece la unicidad del Omnipotente, traiciona nuestra unidad y contradice al Único que se revela a sí mismo como rico en amor y fidelidad».
En su discurso, el obispo de Roma citó la Sagrada Escritura para recordar que en ella la seguridad «no se refiere sólo a la falta de amenazas sino a ese sentimiento de calma y de confianza».
«Seguridad, integridad, justicia y paz: en el designio de Dios para el mundo éstas son inseparables», añadió.
«Sólo hay un camino para proteger y promover estos valores: ¡ejercitarlos! ¡vivirlos! Ningún individuo, ninguna familia, ninguna comunidad o nación está exenta del deber de vivir en la justicia y de trabajar por la paz», exclamó el Papa.
Por otro lado, el pontífice insistió en que no se conseguirá la paz si cada pueblo busca solamente sus propios intereses, pues «los valores y los fines auténticos de una sociedad, que siempre tutelan la dignidad humana, son indivisibles, universales e interdependientes».
En este sentido, afirmó que es necesario «mirar al otro a los ojos y que sabe reconocer al Tu como un igual a mí, un hermano, una hermana», asegurando el derecho de todos «a la educación, a la vivienda familiar, a la posibilidad de empleo».
«¿Qué padres querrían nunca violencia, inseguridad o división para su hijo o para su hija? ¿Qué objetivo político humano puede ser jamás conseguido a través de los conflictos y las violencias?», preguntó.
«Oigo el grito de cuantos viven en este país y piden justicia, paz, respeto por su dignidad, seguridad estable, una vida cotidiana libre del miedo de amenazas externas y de violencia insensata».
Además, añadió, «un número considerable de hombres, mujeres y jóvenes están trabajando por la paz y la solidaridad a través de programas culturales e iniciativas de apoyo práctico y compasivo; bastante humildes para perdonar, estos tienen el valor de aferrarse al sueño que es su derecho».
Por último, el Papa recordó que la propia Jerusalén «es una ciudad que permite a judíos, cristianos y musulmanes tanto asumir su deber como de gozar del privilegio de dar juntos testimonio de la coexistencia pacífica deseada durante largo tiempo por los adoradores del único Dios».
«Empeñémonos por tanto en asegurar que, mediante el amaestramiento y la guía de nuestras respectivas comunidades, les sostendremos en ser fieles a lo que en verdad son como creyentes, siempre conscientes de la infinita bondad de Dios, de la dignidad inviolable de cada ser humano y de la unidad de la entera familia humana», añadió.
Por Inma Álvarez