NAZARET, jueves, 14 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Desde Nazaret, donde María escuchó el anunció del arcángel Gabriel, y donde Jesús vivió la mayor parte de su vida, Benedicto XVI alzó su voz este jueves para recordar el papel insustituible de la familia en la sociedad y el deber de reconocer y respetar la dignidad y la misión de la mujer.
Rodeado del espléndido escenario del Monte del Precipicio, en Nazaret, y en presencia de más de 40 mil fieles, el Papa presidió este jueves por la mañana la misa de conclusión del Año de la Familia convocado por la Iglesia católica en Tierra Santa.
La recién estrenada estructura que acogió al Papa al aire libre ha sido realizada en el lugar en que, según la tradición cristiana, inspirada en la narración del evangelista Lucas, la muchedumbre trató de despeñarle (Cf. capítulo 4, versículos 29-30).
En la homilía del acto más multitudinario de su visita a Tierra Santa, el Papa sintetizó en una exclamación su mensaje a favor de la familia: «¡Cuánta necesidad tienen los hombres y mujeres de nuestro tiempo de volver a apropiarse de esta verdad fundamental, que constituye la base de la sociedad y qué importante es el testimonio de parejas casadas para la formación de conciencias maduras y la construcción de la civilización del amor!».
El Estado, aclaró, tiene el deber «de apoyar a las familias en su misión educadora, de proteger la institución de la familia y sus derechos inherentes, y de asegurar que todas puedan vivir y florecer en condiciones de dignidad».
Ahora bien, este mensaje implica otra consecuencia: «Nazaret nos recuerda el deber de reconocer y respetar la dignidad y misión concedidas por Dios a las mujeres, como también sus carismas y talentos particulares».
«Ya sea como madres de familia, en cuanto presencia vital en las fuerzas laborales y en las instituciones de la sociedad, ya sea en la particular vocación a seguir al Señor mediante los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, las mujeres tienen un papel indispensable en la creación de esa ‘ecología humana’ de la que nuestro mundo y también esta tierra tienen una necesidad urgente».
«Un ambiente en el que los niños aprendan a amar y querer a los demás, a ser honestos y respetuosos con todos, a practicar las virtudes de la misericordia y del perdón», afirmó. .
Al final de la homilía, el Papa mencionó las tensiones de años pasados provocadas por un grupo fundamentalista de Nazaret.
El obispo de Roma invitó «a las personas de buena voluntad de ambas comunidades a reparar el daño cometido, y en fidelidad al credo común en un único Dios, Padre de la familia humana, a trabajar para construir puentes y encontrar formas de convivir pacíficamente».
«¡Que cada uno rechace el poder destructivo del odio y del prejuicio, que matan al alma humana antes que al cuerpo!», exigió.
Nazaret es la ciudad árabe más grande del Estado de Israel y la capital administrativa de Galilea, con unos 70 mil habitantes, de los cuales el 17% son cristianos.
Al final de la misa, el Papa bendijo las primeras piedras del Parque memorial Juan Pablo II, de la Universidad Papa Benedicto XVI y del Centro Internacional de la Familia.
Por Mirko Testa