ROMA, domingo 24 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- A pesar de los intentos de crear controversia y polémica con su ultraje moral, la película de Ron Howard, adaptación de la novela de Dan Brown «Ángeles y demonios», ha disfrutado de un pacífico estreno mundial.
La prensa italiana se mostró algo más airada por el retraso de hora y media del comienzo del estreno mundial de la película en Roma, el 4 de mayo, mientras el reparto y el novelista concedían entrevistas en la alfombra roja. La mayoría de los periodistas europeos la calificaron de «americanada».
La película se lanzó a nivel mundial el 13 de mayo y, aunque se trata de una película de acción, con una terrorífica escenografía y una hermosa fotografía de la Ciudad Eterna, requiere más atención y reflexión que un filme normal de distracción: las espectaculares explosiones y persecuciones se entretejen en una red de información falsa.
Afortunadamente, la dirección llena de adrenalina de Howard, no deja mucho tiempo para detenerse en los absurdos diálogos, por lo que acaba siendo algo muy parecido a un tour por Roma para turistas de tercera clase, pasando vertiginosamente de un monumento a otro propulsados por relatos de escándalos con poca o ninguna exactitud histórica.
El protagonista, el profesor de Harvard Robert Langdon, interpretado por Tom Hanks, salpica su papel con información falsa que va, desde la supuesta destrucción de las estatuas del Panteón en el siglo XIX, hasta la idea de que toda obra de arte religiosa de Roma fue un encargo de los Papas.
Howard coopera de buena gana con el gusto de Hollywood por los estereotipos católicos negativos, filmando a cardenales que se pasan paquetes de cigarrillos antes de entrar en la Capilla Sixtina y mostrando los Archivos Secretos Vaticanos como si no fueran otra cosa que la cámara acorazada de un gran banco de inversiones. Junto a los manuscritos antiguos, coloca obras de arte y joyas como si los documentos del Vaticano sólo fueran una forma más de financiación, en lugar de un recuerdo histórico preservado con cariño.
El hilo conductor que al final me pareció captar surge al final de la película, cuando el sabio cardenal declara a Langdon que «este [cristianismo] es una religión imperfecta». Los mártires que en realidad fueron torturados y asesinados en esta ciudad (al contrario de los falsos asesinatos de científicos a las puertas del Vaticano de esta película) no ofrecieron sus vidas por una «religión imperfecta», sino por la revelación perfecta y verdadera del mismo Cristo. Después de todo, ¿qué otra cosa se podía esperar de esta cuadrilla que nos presenta a un Jesús casado?
Pasé casi dos años con el equipo de producción de «Ángeles y Demonios», llegando a conocer bastante bien a Ron Howard y a los jefes del equipo de producción. Estaban fascinados por el Vaticano hasta el punto de que en la película se muestran momentos de respeto por la Iglesia, a pesar de su poca concordancia con el relato. Después de visitar las excavaciones y de haber visto la tumba de San Pedro, Ron Howard abandonó su primera idea de una bomba antimateria, el eje del complot, en medio de los restos de San Pedro, para evitar que las manos de Robert Langdom disturbaran el lugar de reposo del primer Papa.
¿Cómo se puede tratar con demonios en medio de ángeles? Para empezar, evitando alimentar la controversia sobre la película.
Howard narra la historia de la Iglesia desde su punto de vista. Sus personajes no son más que turistas de paso en la Ciudad Eterna; ellos dicen una cosa, y la ciudad dice algo completamente diferente.
El complot del Camino de la Iluminación de Dan Brown, una línea trazada por científicos renegados a través de la ciudad mediante el arte de Bernini, no es más que un empaquetado barato del itinerario de Salvación forjado a través de Roma por 2000 años de Papas, mártires y peregrinos.
Los Illuminati de Dan Brown, los iluminados, no son más que una cerilla vacilante ante rostro de Cristo, la Luz. La película se preocupa por arrojar un rayo de luz sobre un relato de misterio; Roma ilumina el misterio de la Encarnación. Si el hombre no hubiera encontrado a Dios a través de la persona de Jesucristo, no se hubiera el patrimonio artístico que filma Ron Howard.
Ahora, el novelista, los actores y el director se sacuden todas las críticas diciendo que sólo es una obra de ficción, recordando a la gente que no se obliga a nadie a que ve la película. Pero, ¿qué ocurriría si el argumento fuera éste? Un grupo de extremistas judíos falsifica el Holocausto como una estratagema para lograr un estado propio. Durante los últimos 60 años han estado torturando y asesinando a todo el que sabía la verdad. Las conmovedoras imágenes de los Campos de Concentración se ven rebatidas por las declaraciones del guapo protagonista que dicen que en realidad no ocurrieron; todo es un invento.
Ninguna justificación de que es «sólo ficción» puede justificar el daño causado por tal relato. La cuestión es ésta: ¿hasta qué punto un artista es responsable del daño psicológico causado por su trabajo?
Además, cada vez que Dan Brown se refiere a sus «investigaciones», francamente, tengo que hacer un esfuerzo para no reírme. Sus errores son tan de bulto y tan evidentes que uno se pregunta cómo ha logrado escribir en un papel su trabajo para lograr diplomarse como «bachiller en arte» (Bachelor of Arts).
Pero, desgraciadamente, Brown ha confiado en escritores que nos son de ficción para construir sus teorías conspiratorias.
Lo que el libro pseudocientífico «Holy Blood – Holy Grail» de Elaine Pagels hizo por el «Código da Vinci», fue lo que hizo por «Ángeles y Demonios» la nociva novelita histórica del profesor de historia en Wesley, William Manchester, «A World Lit Only by Fire».
Ron Howard me explicó que ese libro había «cambiado su forma de ver la historia» y, en otra ocasión, Tom Hanks afirmó que se había preparado su papel leyendo el mismo libro.
Pero este «libro de historia», no ficción, que va precedido de la excusa de no estar redactado para eruditos, apenas tiene un nota a pie de página en sus 296 páginas de distorsiones y sensacionalismo. El relato salta de un extremo al otro de Europa, como si el continente entero se moviera guardando el paso a través de la historia. Puesto que se dejan de lado las distinciones históricas, las declaraciones estereotípicas dejan claro de dónde sacó el profesor Robert Langdon su gusto por hacer declaraciones pontificando insustancialmente.
En algún momento, los «eruditos» como Elaine Pagels y William Manchester (como muchos otros) cambiaron la disciplina de la historia sin decírnoslo a los demás. En lugar de un esfuerzo sincero para descubrir la verdad, esta clase de eruditos rebusca en el pasado para encontrar pedazos y retazos de información para apoyar no se sabe qué teorías que esperan que progresen.
«Ángeles y demonios» ofrece una interesante oportunidad. Mientras los espectadores pasan por el arte y la majestad impresionantes de la Ciudad Eterna, se da una oportunidad de oro para contar a los católicos la verdadera historia de Roma, que es mucho más fascinante que cualquier ficción.
Por Elizabeth Lev; profesora de arte en el campus italiano de la Universidad de Duquesne, colaboradora como experta en historia del arte en la producción de «Ángeles y demonios».