Oscar Wilde murió siendo católico

El escritor y ensayista Paolo Gulisano ofrece detalles de su vida

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ROMA, jueves 2 de julio de 2009 (ZENIT.org).- A pesar de su fama, son muchos los aspectos de la personalidad Oscar Wilde (1854 – 1900) poco conocidos por sus seguidores.

Este escritor irlandés, autor de célebres obras como “El retrato de Dorian Gray” y de cuentos como “El ruiseñor y la rosa” o “El Gigante Egoísta”, fue al mismo tiempo un buscador inagotable de lo Bello, de lo Bueno, pero también de aquel Dios al que nunca se opuso y de quien se hizo abrazar plenamente tras la dramática experiencia de la cárcel.

Un genial dramaturgo, el icono del mundo gay, murió en París en comunión con la Iglesia Católica, tal como había escrito varios años antes de su partida: “El catolicismo es la religión en la cual moriré”.

Paolo Gulisano, escritor y ensayista, experto del mundo británico y autor de diversos volúmenes sobre Tolkien, Lewis, Chsterton y Belloc, ha publicado recientemente el libro en italiano “El retrato de Oscar Wilde”, “Il Ritratto di Oscar Wilde” (Editrice Ancora).

Se trata de una radiografía del escritor que representa toda la compleja personalidad, describe algunos los escenarios en los que recitó en el gran teatro de la vida, de sus pasiones, de sus intereses, de su imaginario, de su atención a los problemas sociales y de su sentimiento religioso.

Gulisano, en diálogo con ZENIT, aseguró que Wilde “representa un misterio que no se ha descubierto todavía; un hombre y un artista de la personalidad poliédrica, compleja, rica”.

“No sólo un inconforme que quería sorprender a la sociedad conservadora de la Inglaterra victoriana, sino también un lúcido analista de la Modernidad con sus aspectos positivos y sobretodo inquietantes”, dice el escritor.

Por ejemplo, su novela “El retrato de Dorian Gray” narra cómo el hombre moderno busca desesperadamente una eterna juventud, con un profundo miedo a la muerte, a la cual se propone vencer o al menos engañar.

El autor deja ver en Wilde un alma que va más allá de los salones londinenses, “un hombre que, tras la máscara de la anormalidad se preguntaba e invitaba a hacerse la pregunta sobre lo que era correcto o equivocado, verdadero o falso, incluso en su mayoría de comedias de enredos”.

El autor destaca también otros valores de Wilde: “Amó profundamente a su esposa, con quien tuvo dos hijos, a quienes había siempre amado tiernamente y a quienes desde niños, había dedicado algunas de las más bellas fábulas nunca escritas, como “El Gigante egoísta” o “El príncipe feliz”.

Gulisano se refiere también al proceso judicial en el que estuvo acusado debido a sus actos homosexuales. Wilde fue condenado a realizar trabajos forzados durante dos años:

“El proceso fue un lío al que llegó por haber demandado por difamación el Marqués de Queensberry, padre de su amigo Bosie, -con quien tuvo una íntima amistad-, que lo había acusado de actuar como sodomita”.

“Frente al proceso de Wilde estuvo el abogado Carson, que odiaba a los irlandeses y a los católicos y su condena no fue el resultado sólo de la homofobia vitctoriana”, aclaró Gulisano.

La conversión de Wilde

El autor indica que la búsqueda espiritual de Wilde “puede también ser vista como un largo y difícil itinerario de conversión al catolicismo”.

Gulisano asegura que el escritor pensó e incluso aplazó por mucho tiempo su adhesión a la fe católica. También hizo alusión a una de sus paradojas.

“Wilde afirmó un día a quien le preguntaba si no se estaría acercando demasiado peligrosamente a la Iglesia Católica”: “Yo no soy un católico, yo soy simplemente un encendido papista”.

“Detrás de la batuta, está la complejidad de la vida que puede ser vista como una larga y difícil marcha de acercamiento al Misterio, a Dios”, indica el escritor.

Incluso amigos cercanos de Wilde también terminaron convirtiéndose “Amigos como Robbie Ross, Aubrey Beardsley, e incluso John Gray, quien lo inspiró para la figura de Dorian Gray”, aclara.

Gray entró al Seminario en Roma, fue ordenado sacerdote y ejerció su ministerio en Escocia con el aprecio de gran parte de sus feligreses.

“También el hijo menor de Wilde se volvió católico”, recuerda el escritor.

Guilisano concluye su diálogo diciendo que, pese a la cultura secularista y anticatólica de Inglaterra, en autores como Newman, Chesterton, Tolkien y el mismo Wilde, se puede encontrar “una vacuna útil contra los males espirituales de nuestro tiempo”.

Con información de Antonio Gaspari

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ZENIT Staff

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