Las "hermanas azules" celebran la beatificación de su fundadora

Jeanne-Émilie de Villenueve fue beatificada ayer en Francia

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CASTRES, lunes 6 de julio de 2009 (ZENIT.org).- El parque de Gourjade de la población de Castres en Francia fue este domingo escenario de la misa solemne en la que Jeanne-Émilie de Villeneuve, fundadora dela comunidad de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, fue proclamada beata.

Más de cuatro mil personas se congregaron para esta ceremonia. Llegaron de los 17 países en cuatro continentes donde se encuentra presente la familia religiosa: Asia, África, Europa y América Latina (En Venezuela, Argentina, Brasil, México, Uruguay, Paraguay)

La misa estuvo presidida por monseñor Pierre-Marie Carrè obispo de Albi, y la fórmula de beatificación la pronunció el arzobispo Angelo Amato, prefecto de la congregación de la Causa de los Santos y enviado por el papa Benedicto XVI para esta ceremonia.

Vigilias de oración, transmisión en directo vía internet en los países donde la congregación presta su servicio, hicieron parte de la fiesta de beatificación.

Durante la eucaristía, jóvenes y niños con los trajes típicos de diferentes naciones y culturas le llevaron sus ofrendas al monseñor Amato.

Del castillo al abrazo de la pobreza

Jeanne-Émilie de Villeneuve nació en Toulouse el 9 de marzo de 1811. Era la tercera de cuatro hijos. En los primeros años de su infancia vivió en el castillo de Hauterive porque era de familia noble.

Cuando tenía 14 años su madre murió y tres años después también murió Octavie, la hermana que más quería, su amiga y confidente.

Estos hechos tuvieron una gran influencia en su espíritu para descubrir su llamado a consagrarse a Dios. «Yo lo tengo todo pero mi alma está inquieta», repetía constantemente.

Con el consejo del arzobispo de Albi descubrió que debería fundar una congregación para escuchar y ayudar a los jóvenes y a los más pobres. Así fundó en 1836 las Hermanas de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción.

«Fue una decisión valiente porque pasó de la riqueza y de la seguridad de su castillo paterno a la precariedad de un alojamiento pobre e inhabitable» aseguró monseñor Amato ante los micrófonos de la «Radio Vaticano».

«Siento que el Señor me pide grandes sacrificios; comprendo que no debo quedarme aquí; la dicha de la que he gozado sin medida me tiene muy alejada de ese Dios que quiso nacer en un establo. Trabajó y murió por nosotros», decía Émilie.

En los primeros años fundó una casa de acogida para prostitutas. Cada vez que llegaba una a pedir ayuda, sonaba una campana y la madre paraba cualquier actividad para salir en su ayuda.

La vida por los más necesitados

Émilie decidió enviar de misión a sus hermanas en Africa. Partieron para Senegal en 1847. Hoy están en cuatro países en ese continente.

En un solo año 18 hermanas murieron contagiadas de Malaria. «Pero el entusiasmo misionero no disminuyó», recuerda monseñor Amato.

«En 1853 eran ya 24 las hermanas en África que estaban distribuidas en cuatro casas. Para la Madre no había una misión más alta que dar a conocer a Jesús y hacerlo amar por las almas que nunca habían tenido esta felicidad», asegura el prefecto.
 
Las hermanas de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción son más conocidas como «Hermanas azules» porque Émilie al ponerlas bajo la protección de la Inmaculada Concepción escogió el color azul para su hábito.

El dogma de la Inmaculada Concepción fue proclamado por el Papa Pío IX, 18 años después de esta fundación.

En 1852 la congregación fue aprobada por la Santa Sede y un año más tarde la hermana renunció a ser superiora porque ella también quería vivir la obediencia. En 1854 Émilie murió contagiada de malaria por asistir a los enfermos. Tenía 44 años.

«Ha dejado la herencia de una vida de unión profunda con Dios porque decía siempre ‘Se debe ver a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios. Por esto se debe escuchar la Palabra de Dios, hacer momentos de oración profundos para poder mirar el mundo con los ojos de Jesús'», explicó María Luisa Ayres, la postuladora de su causa en entrevista con Radio Vaticana.

Las «hermanas azules» viven un cuarto voto: trabajar para la salvación de las almas y dedicarse a la santificación del prójimo. La labor de este instituto está dirigido a los pobres que no tienen lo necesario para una vida digna, los niños y adultos sin educación religiosa, los encarcelados y la población lejana del cristianismo.

El milagro para su beatificación ocurrió en 1995 cuando Binta Diaby, una chica musulmana de Sierra Leona en África, intentó suicidarse tomándose sosa caustica porque había sido repudiada por su familia al haber quedado embarazada siento soltera.

Sus órganos internos y sus tejidos quedaron destruidos y estuvo en coma. Las hermanas iniciaron una novena y así logró curarse de manera inesperada y rápida.

«La vida de nuestra beata no ha hecho brillar la fuerza de la espada sino con la caridad de Dios», asegura monseñor Amato.

«Más que la nobleza humana la madre sólo pensaba en la alabanza al Señor y su gloria sobre la tierra», concluye.

Por Carmen Elena Villa

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ZENIT Staff

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